Lo último que hizo Margaretha Geertruida Zelle antes de ser atravesada por las balas fue lanzar un beso. Se despidió así de un mundo en el que se había abierto paso gracias a su exótica belleza y su extraordinaria sensualidad, dos cualidades que la llevaron a convertirse en una exitosa bailarina, pero que también terminaron por arrojarla ante un pelotón de fusilamiento.
Cuando enfrentó su muerte aquel día otoñal en Vicennes, a las afueras de París, hacía ya un tiempo que había reemplazado su nombre original por otro que cuajaba mejor con su carrera artística y que sería con el que pasaría definitivamente a la historia: Mata Hari, que en idioma indonesio significa "ojo del día" y hace referencia al sol.
Había nacido el 7 de agosto de 1876, en Leeuwarden, una población ubicada en el norte de los Países Bajos. Hija de Adam Zelle, un próspero sombrerero, y de Antje van der Meulen, un ama de casa de origen humilde, fue la mayor y la más mimada de los cuatro hijos (los otros tres eran varones) de esa pareja, que no prosperó y terminó en divorcio (poco después, su madre murió).
Dueña de una forma de ser egocéntrica y soberbia, Margaretha había heredado de su madre, de ascendencia asiática, una belleza exótica, por lo que desde muy joven tomó conciencia del poder que eso le podía otorgar. A los 16 años, se convirtió en amante del director del centro educativo donde estudiaba y fue expulsada en medio de un escándalo mayúsculo.
Solo tres años después, respondió al aviso de un diario, en el que un hombre buscaba esposa, y fue así cómo terminó casada con un oficial de la marina holandesa, treinta años mayor que ella y llamado Rudolf MacLeod. Según narra Teresa Amiguet, en el diario español La Vanguardia, el sensual magnetismo de Margaretha conquistó al marino, al tiempo que ella sucumbió ante el atractivo del uniformado (siempre había confesado su debilidad por los militares).
Se fueron a vivir a la isla de Java, Indonesia, pero el matrimonio no funcionó, porque Rudolf resultó ser un esposo intransigente, bebedor, mujeriego y derrochador. "Además como consecuencia de sus correrías, padece la sífilis", destaca Amiguet en el artículo de La Vanguardia. Por su lado, Margaretha nunca había tenido dones para ama de casa, por lo que se dedicó a mantener aventuras fuera del hogar.
Pese a ello, como también se consigna en La Vanguardia, concibió dos hijos: el primero de ellos, Norman, murió en extrañas circunstancias, y la hija menor, Margaretha, sobrevivió pero fue usada por Rudolf para atacar a su esposa y acusarla de abandono de sus responsabilidades conyugales. En medio de todo eso, deciden regresar a Holanda, donde finalmente se separan.
A los 26 años, prácticamente en la miseria y habiendo perdido la custodia de su hija, Margaretha decidió irse a probar suerte como modelo y actriz a París. No había mucho talento en ella, así que no tuvo éxito con su idea original, pero afloró en ese momento su natural inclinación exhibicionista y se le ocurrió apostar por la danza, evocando los bailes de iniciación de las vírgenes javanesas.
Fue recién allí cuando cambió su nombre por el de Mata Hari y comenzó a salir a los escenarios solo cubierta por velos transparentes, que se iba quitando uno a uno hasta quedar totalmente desnuda (en realidad, tenía una malla color piel que daba la ilusión de desnudez). El erotismo que desprendía era tan abrumador como cautivante.
Su habilidad para transformar un simple striptease en una danza pseudorreligiosa logró que la encorsetada sociedad europea la recibiera con los brazos abiertos: triunfó de inmediato y bailó en todos los escenarios, desde la Ópera de París hasta La Scala de Milán, pasando por los salones privados de toda Europa. La fama le permitió enredarse entre las sábanas de ministros, empresarios y militares, que sucumbían ante su belleza y le daban lo que ella pidiera y mucho más.
Esta verdadera "femme fatale" tenía a las capitales de Europa rendidas a sus pies. "De una u otra manera ella inventó el striptease como forma de danza. Tenemos su álbum en la exhibición y hay montones de recortes de periódicos y fotografías. Era una celebridad", dijo a la BBC Hans Groeneweg, curador del Museo Fries.
Aquella hija mimada de un sombrerero holandés se había convertido en la mujer más sensual de Europa, hipnotizaba a la más alta sociedad con su exitoso espectáculo y tenía en la palma de su mano a los más poderosos políticos, empresarios y militares. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, encontró a Mata Hari actuando en Berlín, ya con su belleza en decadencia y con serias dificultades económicas. Empujada por su situación, aceptó el dinero que le ofreció el jefe de la inteligencia alemana a cambio de que ella le pasara la información que podía obtener de sus amantes franceses. Así se convirtió en la agente H-21, al servicio de las Potencias Centrales.
Aunque la leyenda dice que fue empleada por Francia como doble agente, lo concreto es que en enero de 1917 los franceses interceptaron un telegrama que la llevó a la ruina. En él, el oficial alemán Arnold von Kalle, daba a sus jefes en Berlín los detalles de un tal agente H21. "Da direcciones, detalles bancarios y incluso el nombre de la fiel sirvienta de Mata Hari. Nadie que lo leyera tendría duda de que Mata Hari era el agente H21", se relata en la publicación de la BBC.
Mata Hari fue detenida en un hotel de París, llevada a juicio y, luego de un proceso plagado de irregularidades, condenada a muerte. Fue coqueta hasta el final: antes de salir de su celda, en la parisina prisión de Saint-Lazare, rumbo a su ejecución, se maquilló y se vistió con sus mejores galas, enfundó sus manos en guantes de cabritilla y se cubrió las incipientes canas con un sombrero de tres picos. Al pararse ante los 12 soldados que formaban el pelotón de fusilamiento, se negó a que le vendaran los ojos y la ataran al poste.
Antes de morir, miró al frente y lanzó un beso al sacerdote que la atendió en sus últimas horas y otro a su abogado, que había sido uno más de sus amantes. Luego ser atravesada por las balas, un oficial se acercó con un revolver y le disparó una vez más en la cabeza. Eran las 5.30 del 15 de octubre de 1917 y aún no había salido totalmente el sol, ese sol al que su nombre hacía referencia. Se terminó así, a los 41 años, la vida de la espía más famosa y más sensual de la historia.
Según se relata en la BBC, después de la ejecución, nadie reclamó el cuerpo de Mata Hari. Fue entregado a la escuela de medicina de París donde se usó en clases de disección. Su cabeza se preservó en el Museo de Anatomía, pero durante un inventario efectuado hace unos 20 años se reportó que había desaparecido, por lo que se presume que fue robada.
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