El abandono de la dependencia
La Argentina moderna, desde su configuración territorial e institucional en torno a 1880, ha sufrido cuatro grandes modificaciones estructurales de su sistema sociopolítico, institucional y económico.
Cada etapa emergente a partir de determinados puntos históricos de inflexión se diferenció sustancialmente de su instancia anterior. Puede afirmarse que las mismas son claramente identificables en el devenir histórico y cronológico: la primera, se inicia después de la Campaña del Desierto liderada por la generación del 80; la siguiente, se caracterizó por el advenimiento del liderazgo de Juan Domingo Perón (1945); una tercera etapa, de implantación del modelo neoliberal (1989), y en última instancia, el resurgimiento de un modelo productivo, con inclusión social, de la mano de Néstor Kirchner y nuestra actual presidenta, Cristina Kirchner (2003).
Estos ciclos de cambio estructural estuvieron signados por el modo en que nuestro país abordaba los desafíos que le planteaban las corrientes de integración mundial definidas por los países dominantes. En definitiva, fueron la respuesta que adoptó la Argentina frente a los planteos hegemónicos del mundo.
Estos ciclos largos del país también son representativos del modo en que nuestra clase dirigente se condujo frente a los dictados provenientes de los centros de poder mundial. En este sentido, y observando los acontecimientos, podemos advertir en forma alternativa la definición de políticas soberanas, con amplios grados de autonomía, frente a posiciones de clara subordinación. Es así como, en el vaivén de estos sucesos, se configuró la historia nacional.
El período de la generación del 80, que duró cinco décadas, tiende a ser visto como de clara aceptación de las reglas planteadas por el imperio británico. Sin embargo, para la época, aparecen matices diferenciadores respecto de otras naciones no centrales del orbe, sobre todo en lo que respecta a la tenaz defensa de la propiedad de la tierra en manos de latifundistas argentinos frente a la presión inglesa y la experiencia democratizadora y parcialmente inclusiva del yrigoyenismo.
Con la llegada de Perón, aparece el planteo más firme de independencia nacional frente al mundo de posguerra. Si bien el desarrollo industrial sustitutivo de importaciones fue común a muchos países del entonces Tercer Mundo, las características soberanas y de construcción de una sociedad igualitaria fueron singulares y señeras para la región. La Argentina, con énfasis, probó que podía tomar un rumbo propio en el concierto de naciones.
La década de Menem, también emergente en una posguerra que marcó el fin del mundo bipolar, se caracterizó no sólo por la absoluta subordinación al dictado del entonces predominante Consenso de Washington, sino que también la Argentina por primera vez abandonó su historia de país de fuerte identidad nacional para abrazar un esquema de apertura al exterior pasiva y de reforma interior de mercado completamente desarticuladora, social y regionalmente. Apertura, desregulación y privatizaciones, fueron políticas comunes para los denominados "países emergentes", pero ninguno lo ejecutó con la profundidad y causando tantos desequilibrios económicos y sociales como el nuestro.
Mundo multipolar
A partir de 2003 se inicia un proceso que surge de la crisis del mundo unipolar para dar paso a uno multipolar, evidenciado previamente en el atentado a las Torres Gemelas. No sólo llega para resolver la crisis aguda y terminal de 2001, sino que lo hace de un modo que resitúa al país en la senda de transitar el camino decidido por los argentinos, a través de los dirigentes que han elegido.
Es así como la Argentina recuperó la capacidad de hacer políticas públicas en el territorio nacional, sin recomendaciones o dictados de los organismos encargados de impulsar los planteos dominantes en el mundo global. Definiciones políticas como el desendeudamiento, la consolidación de la solvencia macroeconómica y la construcción de las herramientas para enfrentar cualquier ataque especulativo del mercado volvieron a dotar al Estado de los atributos necesarios para cumplir su rol como integrador nacional y distribuidor social. La Argentina, nuevamente, vuelve a plantear ideas autóctonas y adoptar acciones consonantes con ese pensamiento, y así se lo hace saber al mundo en cada oportunidad posible.
La autonomía frente al escenario global dominante es mucho más patrimonio histórico e identidad cultural de los argentinos que el de subordinación. Así lo reflejan nuestros triunfos y conquistas como país y sociedad en el pasado, proceso que reafirmamos en la actualidad.
No en vano, en un escenario en que los países desarrollados se debaten en un contexto signado por el estancamiento y el desempleo provocado por políticas que apuntan a resolver la situación de su sistema bancario antes que la recuperación de sus indicadores sociales y del nivel de demanda de su población, nuestra nación se presenta serena y confiada para afrontar la tormenta internacional, en la solvencia de las políticas que ha llevado adelante.
El autor es diputado nacional (FPV), presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda
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