Egotrip laboral: la manzana de la soberbia que termina pudriendo la organización
Los líderes engreídos contaminan su lugar de trabajo boicoteando la posibilidad de equivocarse o reconocer que no se sabe algo
Carolina tiene 30 años y se acaba de desvincular de una importante compañía de software. "No daba más, en mi equipo había dos personas con mucha llegada al presidente de empresa, que creían siempre saberlo todo, no estaban abiertas a ninguna sugerencia ni modificación frente a lo que ellas pensaban. Esa soberbia fue asfixiándome y enfermándome, me sentía encarcelada. Y al final me tuve que ir", explica.
Para aprender algo nuevo hay que aceptar que no se sabe. Para aceptar que no se sabe hay que tener una pequeña dosis de humildad para abrirse a lo nuevo. Quien cree saberlo todo, no tiene espacio.
En muchas organizaciones, los perfiles arrogantes son valorados. Esa aparente seguridad de quien supuestamente sabe lo que hay que hacer, de quien parece mantener el control de las situaciones ha gozado de fama y ha terminado definiendo un formato de líder que muchas veces ha sido esculpido como un mármol a seguir.
El soberbio suele ser inteligente, manejar bien el lobby interno y tiende a ser narcisista: ama sus propias opiniones, y cree que no hay mejor imagen para ser proyectada que su propio resplandor. Estos Atila de cabotaje difícilmente dejan crecer la hierba alrededor de sí. Adoran el sonido de su voz, sus presentaciones son las mejores, sus intervenciones en las reuniones deberían ser grabadas y reproducidas en la compañía. Engreídos, solo demuestran ser liliputienses de la autoestima.
El problema no es solo aquella sensación de "inoportunismo" egocéntrico que dejan en sus siempre magnánimas apreciaciones, el problema es que este tipo de personalidades pudre paulatinamente la organización. Como la humedad que va filtrándose en la pared hasta dejarla llena de hongos, el espíritu soberbio va alejando del ambiente la posibilidad de dudar, la capacidad de aceptar que uno no sabe, el deseo de mostrarse débil.
Si somos seres que buscamos sentido en la vida, el arrogante es quien se arroga la potestad de venir a dárnoslo.
Caños de desagüe
El soberbio es una pyme personal: produce soberbia. Genera que quiénes están a su alrededor sientan el temor frente a ese formato y, en muchas ocasiones, comiencen a posicionarse de un modo similar. El hostigamiento del sabelotodo va horadando los canales de comunicación positivos y agradables, y va transformándolos en caños de desagüe.
El soberbio vive de su camuflaje, de serlo sin que nadie lo explicite del todo, de sus trucos que él cree que nadie descubre, pero todos ven. Uno de los caminos para combatir este virus es ir visibilizando su comportamiento, siempre primero en privado, claro está.
Todos tenemos actitudes pedantes y todos, en un determinado momento, somos permeables a escuchar que eso hace daño a otros. Es preciso buscar el modo, el lugar y el tiempo para visibilizar esas conductas que impiden que otros actores de la organización consigan sacar su potencial.
Muchos callan frente al arrogante. No sea trata de complicidad, sino de sentido: ¿para qué hablar delante de quien todo lo sabe y todo lo retruca? No solo eso, el escarnio suele ser público como para dejar en claro que él o ella lo saben todo y uno es un estúpido. Es en vano.
Este tipo de comportamientos, en ciertas oportunidades, genera una especie de círculo vicioso: el soberbio va creyendo que tiene razón porque nadie lo contradice. El peor final, se sube a un caballo más alto todavía. Insoportable.
Por todo ello, es importante que desde las posiciones más altas de la compañía este tipo de comportamientos sean corregidos y rechazados pedagógicamente, mostrando el daño que hacen a la buena comunicación y al clima colectivo. La rigidez de la soberbia sólo entumece al músculo de la innovación.
Qué hacer
Para aquellos colaboradores de gente soberbia, si no fuera posible conseguir otro trabajo que permita sacarse de encima a la basura humana ególatra, hay que trabajar para eliminar la amenaza que puede significar trabajar con un ser que se cree superior.
Como empleado de un soberbio lo primero que hay que hacer es no confrontar públicamente para evitar una masacre donde el principal afectado es quien se enfrenta al ser que se cree superior. Las críticas tienen que dirigirse al comportamiento vivido en la situación y no a la persona. Atacar a un soberbio es confrontarse con los 300 espartanos que hicieron frente a los persas: uno va a terminar destruido.
Segundo, hay que sobarle el lomo al soberbio. Con mucha inteligencia pero con poca inteligencia emocional, el soberbio está dispuesto a ser halagado hasta el infinito. Sus oídos están preparados para recibir elogios por sus brillanteces así como por su excelente performance. Hay que aprovechar los momentos de alegría del soberbio para llegarle al corazón que parece no tener.
Finalmente, hay que construir la propia network por encima del jefe soberbio. Esa red es una salvaguarda, un contrapeso para evitar los raptos de ira de estos jefes que, al creerse superiores, piensan que pueden disponer de nuestras carreras profesionales.
Construir una network arriba y al costado del jefe soberbio nos permite llegar con nuestras opiniones a otros decisores y darnos a conocer y no ser tapados por el jefe. Es una estrategia de pinzas que nos permitirá cuidarnos del jefe y, eventualmente, si la situación lo amerita, estrangularlo con las pinzas.
Una compañía que busca aprender merece tener personas con actitudes que muestren que el problema no es no saber: el problema es no querer saber.
El vacío de la ignorancia es justamente la condición de posibilidad para dar lugar a transformaciones creativas y avances culturales en la compañía. Hay que tener cuidado, la brillante manzana de la soberbia puede pudrir la organización.