Educación en el aula, en la fábrica y en la oficina
Dejamos de aprender cuando nos morimos, evento que puede ocurrir cuando el corazón deja de latir o el cerebro deja de funcionar. El proceso de aprendizaje tiene etapas. La primera se da en el ámbito familiar, observando y escuchando a nuestros mayores; la segunda es estructurada y a lo sumo termina en un posgrado universitario; y la tercera, a propósito de las actividades que desarrollamos y de las experiencias que acumulamos, dura el resto de nuestras vidas. En este contexto, ¿qué sentido tiene que alumnos que están terminando el colegio secundario desarrollen prácticas laborales?
Le trasmití el interrogante al norteamericano Edward Paul Lazear (1948-2020), quien entre 1982 y 2001 fue editor fundador del Journal of labor economics.
Algunos lo consideran el más importante economista laboral de su generación. Entre 2006 y 2009 presidió el Consejo de Asesores Económicos del presidente George Walker Bush, reemplazando a Benjamin Shalom Bernanke, cuando éste asumió la titularidad del Sistema de la Reserva Federal. Se relajaba viajando por Estados Unidos en moto.
–Usted creó un campo de estudios denominado economía del personal.
–Que no hay que confundir con la economía personal o familiar. Esta última se ocupa de analizar el comportamiento humano como consumidor. Economía del personal surgió del análisis de una empresa que fabricaba vidrios, en la cual analicé los incentivos que genera remunerar en función de los resultados, mostrando que el cambio en el sistema de remuneración, de basarse en el horario a calcularse sobre la base de la producción, aumentó la productividad un 44%. La mitad de ese resultado se debió al aumento de la productividad propiamente dicha, el resto a que, como consecuencia de la referida modificación, los mejores trabajadores permanecieron en la empresa y el resto la abandonó. También observé que los empresarios tienden a ser competentes en gran cantidad de habilidades, más que sobresalientes en alguna de ellas.
–Además de lo cual, explicó el “principio de Pedro”.
–Ese principio dice que, en cualquier organización, cada funcionario termina ocupando un escalón superior a aquel para el cual estaba capacitado. En una empresa queda vacante el puesto de gerente y lo cubren con uno de los subgerentes; porque como se había desempeñado de manera sobresaliente, se pensó que podría ser un excelente gerente. Pues bien, hizo un triste papel en el nuevo nivel, hasta que lo echaron. No quiero ser ofensivo, pero la historia política de su país muestra algunos casos donde operó el referido principio.
–La Ciudad Autónoma de Buenos Aires dispuso que a partir de 2022 los estudiantes secundarios deberán desarrollar 120 horas de prácticas laborales en instituciones privadas o públicas, como parte de su formación. ¿Qué le parece?
–No conozco los detalles, pero a primera vista la idea me parece muy buena.
–¿Por qué?
–Repasemos las fases de la educación, que usted planteó al comienzo de esta conversación. Uno llega a la escuela con las vivencias de su familia, el barrio, etcétera. El proceso educativo estructurado es fundamental; sonará muy bonito que cada alumno aprenda lo que quiera, sin horarios, sin presiones, sin exámenes, etcétera; pero nadie se operaría con un cirujano que hubiera estudiado de esta forma. El verdadero proceso educativo es riguroso, laborioso, demanda ejemplos pero también disciplina, etcétera.
–¿Está usted diciendo que las clases tienen que ser aburridas?
–No, pero estoy diciendo que el show tiene que estar al servicio del contenido. Un profesor gracioso, pero ignorante o que aprueba automáticamente a todos sus alumnos, les puede hacer pasar un momento agradable a sus alumnos, al precio de hipotecarles el resto de sus vidas. Los exámenes no sirven tanto para que el profesor evalúe, cuanto para que los alumnos estudien. A propósito: los profesores no enseñamos, sino que los alumnos aprenden; lo que tenemos que hacer en el aula es crear un ambiente que los induzca a pensar.
–El aprendizaje no termina con la graduación.
–En efecto, continúa durante el resto de la vida, pero tiene características diferentes. Por su parte, porque nos permite llenar los huecos que nos dejó la educación estructurada. Aun los mejores establecimientos educativos tienen algunos profesores incompetentes. Pues bien, las deficiencias se salvan con lecturas. Ningún graduado puede argumentar, décadas después de haber egresado, que dice tonterías porque no tuvo un buen profesor de la cuestión de la que se ocupa.
–En este contexto, ¿qué me dice de la iniciativa que motivó esta conversación?
–Como dije, a primera vista me parece una muy buena idea. Pero la aplaudo desde un ángulo que probablemente no sea el enfatizado, tanto por quienes la apoyan como por parte de quienes la critican.
–Explíquese, por favor.
–Me parece que la principal enseñanza que lograrán los estudiantes que participen no será la de trabajar, sino la de ver trabajar. Me refiero a observar el comportamiento de los obreros y los empleados, los de sus jefes y los de los dueños. Las tareas que tienen que realizar, los imprevistos que tienen que resolver, en un país con tanta incertidumbre como el suyo. En particular cómo es que, a pesar de todo, los bienes finalmente se producen, se entregan, etcétera.
–¿Por qué esto tiene valor educativo?
–Lo más probable es que un alumno que está terminando la escuela secundaria en CABA, acostumbra a desayunar, encontrando en la mesa café, leche, pan y manteca. Y a esa edad, difícilmente se puso a pensar todo lo que tuvo que ocurrir para que una cosa tan simple, como un desayuno, aparezca en la mesa. La experiencia laboral le servirá para recordar que los operarios tuvieron que llegar a la fábrica, en horario, con frío, calor o lluvia; y ponerse a trabajar mientras pensaban cómo les iba a dar de comer a sus familias.
–Esta vivencia dependerá de dónde realice la práctica.
–Muy buen punto. Hagan todo lo posible para que los alumnos asistan a las fábricas, más que a las oficinas; a las sucursales bancarias, más que a las casas centrales; a las estaciones de servicio, más que al centro de computación, etcétera. El oficial de crédito de un banco estará mejor capacitado para otorgarle un crédito a un pizzero, si alguna vez en la vida trabajó en una pizzería.
–¿Qué les dice a los críticos, que argumentan que la idea esconde una nueva faceta del capitalismo salvaje?
–Que no hay que perder el tiempo en tonterías. A propósito: los alumnos podrán realizar la práctica laboral en organismos estatales. Lo que sigue no es ideología, sino preocupación por los estudiantes: por favor, que realicen la actividad en alguna porción del Estado que preste servicios reales. Compartir 120 horas con ñoquis no tiene ningún sentido pedagógico.
–Don Edward, muchas gracias.