Eduardo Levy Yeyati: “Algunos problemas fundamentales de nuestro mercado laboral ni siquiera están hoy en el radar”
El economista analizó en una charla con LA NACION el impacto que las nuevas tecnologías tienen en el empleo y dio su visión sobre los primeros meses de la presidencia de Milei
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Estudió Ingeniería Civil en la UBA y realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Pennsylvania; fue economista jefe del BCRA, jefe de Estrategia de Barclays Capital, presidente del Cippec y decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella, donde fundó el Centro para la Evaluación de Políticas basadas en la Evidencia
El economista Eduardo Levy Yeyati publicó recientemente un libro sobre el impacto del avance tecnológico en el mercado laboral, titulado Automatizados: vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial. Él y Darío Judzik, especialista laboral de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella, analizaron el efecto de la aparición de la nueva inteligencia artificial, como el Chat GPT. En una entrevista con LA NACION analizó también los primeros meses de gobierno de Javier Milei.
–¿Qué análisis hacen del avance de la inteligencia artificial?
–La primera novedad de esta nueva inteligencia artificial es que ahora sí, como dice su nombre, reemplaza a la inteligencia humana. Hace cinco o 10 años las proyecciones eran que los trabajadores de calificación media o los trabajadores rutinarios perdían con relación a los trabajadores más calificados, y la conclusión era que había que estudiar más. Esta inteligencia artificial reemplaza el conocimiento, y entonces replantea completamente lo que entendemos por educación y por el trabajo a futuro, porque en algún momento va a reemplazar al ingeniero, al programador. Lo que nosotros pensábamos que eran las carreras del futuro hace 20 años, son las carreras del presente. Ese es el primer cambio importante y tiene varias connotaciones.
–¿Cuáles son?
–La primera y principal es que hace 10 años pensábamos que la tecnología aumentaba la prima de calificación entre el que había estudiado y el que no. Uno de los puntos en el que hacemos mucho énfasis en el libro es que se reduce esa prima, porque se reemplaza el conocimiento. Nosotros citamos, por ejemplo, un estudio reciente sobre taxistas en Tokio, que muestra que, a través de una aplicación que les enseña cómo posicionarse y buscar clientes, bajó un 15% la prima diferencial de ganancias entre el trabajador que estaba más calificado y el menos calificado. Por otro lado, está claro que al final del día va a haber menos trabajos, por más que haya mucha gente que se resista a verlo, como hay algunos que se resisten a ver el cambio climático. No creo que falte tanto. Tenemos que empezar a pensar un mundo con menos trabajo, que puede ser bueno o malo. Si nosotros producimos más con menos gente, el problema es cómo repartirlo y cómo replantear nuestras vidas. Si producimos lo mismo con menos gente, ese es un problema. Si la tecnología reemplaza trabajo, pero no aumenta sustancialmente la productividad, entonces el problema de distribución es mucho más complicado. Es más fácil repartir cuando la torta se agranda que cuando la torta queda estable. Entonces, hay una serie de cuestiones.
–¿Esta mayor tecnología puede no ser más productiva?
–No necesariamente. Lo que mueve a la inversión en investigación y desarrollo es la ganancia y el beneficio empresario. En un sistema de mercado, la tecnología se orienta a aumentar la productividad, pero en el sentido de reducir costos. Pero si lo único que haces es reducir costos, y la producción en sí no aumenta significativamente, son tecnologías a las que en general la literatura llama de medio pelo: reemplazan al hombre porque son más baratas, pero no necesariamente tienen la misma productividad. Si ese es el caso, el problema de distribución se complejiza, porque no hay un extra de dónde sacar para distribuir. Ahí hay un rol para la política, incentivando y promoviendo, no tanto demorando la tecnología de medio pelo, sino incentivando tecnologías que tengan un impacto alto en la productividad, e incluso que sean complementarias de algunos trabajos humanos, para reducir la destrucción de empleo que va a estar asociada al avance tecnológico.
–¿Cómo se redistribuye?
–Con un impuesto a los ingresos que grave mucho las rentas extraordinarias. Si hay una acumulación de rentas en manos de los dueños de las tecnologías, esas personas van a estar pagando proporcionalmente más y eso se podrá redistribuir, por ejemplo, en más servicios públicos o en algún tipo de renta universal, algo que en un momento estuvo en discusión. Para eso hay que tener un aumento de la productividad, porque si no, se hace difícil políticamente encontrar el lugar para sacar esos recursos que se van a redistribuir.
–Eso debería ser algo que todos promuevan, porque si va a haber menos trabajos, habrá menos ingresos para el consumo.
–Eso es fundamental. Esa es la razón por la cual algunos emprendedores multimillonarios de Palo Alto (California) proponían el ingreso universal hace unos años. Si pensás que hay menos empleos y que los salarios no crecen mucho, puede haber una caída de la demanda agregada, una depresión económica, que a su vez va a impactar sobre el avance tecnológico, porque la razón por la cual se invierte tanto en investigación y desarrollo es para ganar dinero. Y si no podés vender los productos de esa investigación, también vas a generar un estancamiento en el avance tecnológico.
–¿En el mundo se está hablando de estos temas?
–Recién ahora. En el mundo está pasando con esta suerte de cambio tectónico lo mismo que pasó con el cambio climático. Tarda mucho en reaccionar y ahora se está corriendo de atrás. En el caso del avance tecnológico, el año pasado, recién con la aparición de los grandes modelos de lenguaje, como el chat GPT, Estados Unidos y varios países de Europa empezaron a generar documentos de gobierno tratando de hincarle el diente a este tema, por el lado de la seguridad y por el lado del impacto social y distributivo. Y en países menos desarrollados como los nuestros tenemos aparte una doble agenda. Porque, por un lado, tenemos que adaptarnos al cambio y, por el otro, tenemos que recoger a todas las víctimas de tantos años de segregación laboral. Entonces, estamos pensando cómo hacer para integrar a los que se cayeron y cómo hacer para prepararnos para el futuro.
–Hablando del mercado laboral, ¿cómo ve la reforma que se planteó en la Ley de Bases?
–La reforma, como generalmente es elaborada por abogados laboralistas de empresas, mira el caso de los trabajadores en relación de dependencia formal. Hay muchas cosas que posiblemente habría hecho distinto, pero lo esencial es que algunos de los problemas fundamentales de nuestro mercado laboral ni siquiera están en el radar. Por ejemplo, no se habla de formación profesional. Mucha gente que está fuera del mercado formal no consigue trabajo porque no tiene la formación necesaria para conseguirlo. No se habla del trabajador independiente.
–A nivel macro, ¿cómo ve los primeros seis meses de gestión de Javier Milei?
–En la industria financiera se dice que el rendimiento pasado no es indicativo de resultados futuros. Lo mismo pasa con estos primeros meses, porque la mayoría de las acciones que hizo el Gobierno no son sostenibles en el tiempo y aparte son fruto de no haber tenido instrumentos para hacer otras acciones. Todavía estamos discutiendo el paquete fiscal. Lo primero que necesita un gobierno para hacer un ajuste es un paquete fiscal. Por algún motivo, no está. Los únicos dos instrumentos que tiene el ministro de Economía es apalancar la inflación para licuar costos –como salarios, pagos a proveedores y deuda en pesos– y poner un freno a las transferencias, a las inversiones y a los pagos de subsidios. Básicamente, hay dos formas de reducir el déficit: licuando o poniendo el freno de mano. Pero esto pone un freno a toda la actividad económica, aparte de dar mucha incertidumbre a futuro. No son medidas sostenibles. Lo mismo pasa con la política monetaria, que no hay. Está todo subsumido en una suerte de tablita cambiaria, que aumenta 2% el tipo de cambio oficial, y en el cepo, que da la impresión de que va a seguir durante un tiempo, por lo menos todo este año. Como inversor, la única información que tengo es que el Gobierno es convincentemente fiscalista. Y eso es bueno. Pero hoy no tiene los instrumentos para garantizar el resultado.
–Si no sale la ley fiscal, ¿cree que el Gobierno está complicado para implementar un programa?
–Se complica. Si no encuentran la manera de instrumentar un programa monetario que no implique un atraso cambiario, también se complica. Si un inversor llega a la Argentina y pregunta cómo va a estar el tipo de cambio real multilateral dentro de cinco años, la respuesta es que en un 70% de las probabilidades va a estar atrasado y en otro 30% va a estar en crisis cambiaria. Es decir, o atraso o quilombo. Es bimodal, porque nuestra política cambiaria es aprecio, aprecio, aprecio, aprecio, suelto. Pero cuando suelto, tampoco es que se llega a un equilibrio, hay un overshooting, tensiones, presión financiera e intervención. Mientras no haya una política monetaria y cambiaria sostenible en el tiempo y no haya un paquete fiscal que le permita a nuestra economía operar sobre el gasto y sobre los ingresos de manera previsible, esta incertidumbre no se va a ir y la inversión se va a demorar. Y sin inversiones es muy difícil recuperar la actividad, porque el Estado no la puede impulsar, justamente porque está ajustando. El Estado retrae la actividad económica. Y si no se crece, como todo está entramado, esta esperanza que de alguna forma Milei ha resucitado en parte de la población se empieza a erosionar.
–El exministro Domingo Cavallo dice que se está bajando la inflación muy rápido pero que se llega a un piso de alrededor 5% mensual. ¿Coincide?
–Bajar la inflación de 10% a 5% es más difícil que bajarla de 20% a 10%. De la misma forma que cuando la actividad económica cae un 10%, recuperar ese 10% es fácil, porque la capacidad instalada indicaba que se iba a recuperar. Crecer es más difícil, porque implica invertir para ampliar la capacidad instalada. Por otro lado, en la Argentina, hay muy pocos instrumentos para hacer política monetaria, porque las expectativas que dan los gobiernos no funcionan, nadie les cree por la historia pasada. La política monetaria tradicional de transmisión de tasas no tiene mucho impacto, porque no hay crédito. No hay demanda de crédito porque no hay inversiones. Cualquier cosa que haga el Banco Central con las tasas es muy débil, porque todo el mundo está esperando la próxima crisis. No hay muchos elementos, más que simplemente comprometerse con un programa muy explícito y publicitarlo. Ese programa todavía no está. Sin programa, con un tipo de cambio que la mayor parte de la gente percibe como atrasándose y con esta inercia inflacionaria, va a ser bien difícil bajarla sin generar una depresión macroeconómica. Se necesita tener el paquete fiscal y un programa monetario que sea transparente y mínimamente creíble.
–¿Se está a tiempo de evitar la depresión económica?
–Han sido pocos meses. La contracción ha sido fuerte, pero para que sea una depresión se necesitara tenerla de manera más prolongada. Posiblemente, el producto se estabilice en estos niveles. Me cuesta ver cómo va a rebotar.
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