Dos clérigos discrepan sobre el avance de las reformas en Cuba
De jóvenes, Jaime Ortega y José Conrado Rodríguez eran profesor y alumno en un seminario católico cubano. Décadas más tarde, el maestro, ahora cardenal, y el estudiante, un sacerdote rural, tienen visiones distintas sobre el alma de la isla y sobre el papel que la Iglesia debe jugar para su salvación.
El debate gira en torno al rol de la Iglesia en impulsar la reforma en momentos en que el poder que los hermanos Castro mantienen desde hace 53 años comienza a menguar. El cardenal Ortega, el principal clérigo católico en Cuba, ofrece una crítica cautelosa del gobierno, mientras que el padre Rodríguez predica una oposición más abierta desde su púlpito en Santiago de Cuba.
Hoy llega a Cuba el papa Benedicto XVI para iniciar apenas la segunda visita de un papa a la nación. El viernes, el sumo pontífice dijo que "la ideología marxista en la manera que se concibió ya no se corresponde con la realidad", y exhortó a los cubanos a encontrar "nuevos modelos".
Después de que el papa Juan Pablo II abogara por una mayor libertad en Cuba durante su visita en 1998, Fidel Castro no aflojó mucho en sus políticas, que incluían restricciones a la Iglesia. El presidente Raúl Castro, sin embargo, presionado por desafíos internos, ha recurrido discretamente a la Iglesia para ayudar a costear parte de la carga financiera del Estado, incluyendo un nuevo papel en la educación. Raúl Castro incluso ha abierto la puerta a las críticas de varias publicaciones religiosas, al tiempo que avanza lentamente hacia reformas en la isla.
Benedicto XVI asistirá a las ceremonias relacionadas con un ícono católico cubano, Nuestra Señora de la Caridad, una figura de María que se dice fue descubierta por un pescador cubano hace 400 años. Tras bambalinas, la Iglesia enfrenta su mayor dilema desde la revolución de 1959: ¿cómo debería aprovechar este nuevo espacio y presionar al régimen comunista para que cambie?
El cardenal Ortega, quien predica cautela, hizo posible la visita del papa. La inminente llegada de Benedicto es la última de una serie de aparentes victorias para el cardenal en una isla que, hasta hace pocos años, era por ley una nación atea donde la Navidad fue eliminada como día festivo.
El cardenal, de 75 años, se reúne regularmente con Raúl Castro y ha obtenido concesiones como la liberación de presos políticos y una nueva tolerancia para los funcionarios gubernamentales que asisten abiertamente a misa. También se le permitió ayudar a poner en marcha una nueva escuela de negocios —algo inédito en la Cuba comunista— para capacitar a los emprendedores en medio de los cambios legales que permiten a los cubanos formar pequeñas empresas. Ortega rara vez ha criticado el régimen comunista en público, una postura que lo ha convertido en blanco de ataques.
El padre Rodríguez, de 60 años, tiene un enfoque diferente. Cree que la Iglesia tiene un deber moral de criticar al comunismo, un llamado, dice, que la llevó a oponerse al comunismo en Europa Oriental en los 80. En una pequeña iglesia al lado opuesto de la isla donde se encuentra la catedral de La Habana, el padre Rodríguez critica duramente al gobierno cubano al tildarlo de atrasado, egoísta y tirano.
Hace años, el padre Rodríguez escribió una mordaz carta a Fidel Castro, que leyó desde el púlpito ante los vítores de los feligreses. Poco después, la Iglesia lo envió a estudiar a una universidad española durante unos años. A su regreso, siguió criticando al gobierno y la Iglesia lo transfirió a una parroquia remota.
Cada estrategia conlleva riesgos. Mientras que los acercamientos de Ortega a Raúl Castro han pagado dividendos, podrían también legitimar al régimen y permitir al Partido Comunista resistir una reforma más radical. La línea dura de Rodríguez, en cambio, podría llevar al gobierno a revertir la reciente liberalización de la política religiosa, o impulsar a los feligreses a asumir una postura más violenta, algo que la Iglesia no recomienda.
No hay cifras fiables sobre el número de católicos en Cuba. El Vaticano indica que alrededor de 60% de los habitantes de la isla son católicos. Algunos clérigos estiman que cerca de medio millón de los 11 millones de cubanos asisten a misa los domingos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba señaló en un comunicado que los derechos religiosos han sido defendidos desde la revolución y que el gobierno tiene un largo historial de buenas relaciones con el Vaticano.
A través de su portavoz, Orlando Márquez, el cardenal Ortega declinó ser entrevistado para este artículo. Márquez dijo que el trabajo del cardenal era alentar las reformas que el gobierno ha puesto en marcha, y que aunque los cambios resulten lentos, insuficientes o limitados, al menos habían comenzado.
Fuentes cercanas a la jerarquía de la Iglesia señalan que el cardenal está descontento con el sistema comunista, pero dispuesto a trabajar dentro de sus confines para conseguir el cambio. "No ve su rol como el de un Jeremías, es decir como el de un profeta", afirma Thomas Wenski, el arzobispo de Miami, que conoce al cardenal desde los 90. "Su papel es el de un pastor, para acompañar a la gente", añade.
El padre Rodríguez, a veces conocido como "el cardenal del pueblo", es uno de los favoritos de los disidentes cubanos. "Es un hombre con una perfecta visión política, un cruzado y un santo", dice José Luis García, un médico que fue encarcelado durante siete años tras publicar un periódico no autorizado.
El domingo por la mañana, después de asistir a la misa del padre Rodríguez en Santiago, Ilena Carnales lo describió como "una maravilla, un cura que habla sobre los derechos humanos".
El debate sobre la relación adecuada entre la Iglesia y la autoridad secular se remonta a los Evangelios, donde se describía a Jesús diciendo: "Pues denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". En una reunión del año pasado, el cardenal Ortega citó el pasaje, recordando a los oyentes que los primeros mártires cristianos proclamaban su fe en vez de "atacar la estructura de poder."
El padre Rodríguez interpreta el pasaje de otra manera. "Eso significa que todo el mundo —incluido el Estado— debe responder a la ley divina", dijo recientemente a un grupo de cubanos exiliados en Miami. "La Iglesia tiene que liberar al pueblo".
Los dos clérigos alcanzaron la mayoría de edad después de la revolución de 1959, que fue un desastre para la Iglesia. Fidel Castro deportó a cientos de sacerdotes y monjas, cerró todos los colegios católicos y nacionalizó los terrenos de la Iglesia.
El padre Rodríguez era un niño cuando estalló el conflicto. Los revolucionarios quemaron su casa y un tío suyo fue ejecutado por ser un supuesto espía, cuenta. En 1966, el cardenal Ortega, entonces un joven sacerdote, fue enviado a un campo de trabajo junto con decenas de intelectuales cubanos, homosexuales y otros grupos.
Sus destinos se toparon en los 70, cuando el cardenal Ortega tuvo al padre Rodríguez como alumno en una clase de moral en un seminario de La Habana. "Éramos amigos entonces", recuerda Rodríguez, que todavía lleva en su maletín una foto de los dos en aquel tiempo. "Puedo decir que es un hombre con todas las virtudes de un cardenal y todos los defectos de un cardenal".
Sus caminos pronto se separaron. Ortega comenzó a escalar en la jerarquía de la Iglesia en La Habana mientras que Rodríguez siguió en la parroquia de su región. A principios de los 90, Ortega fue nombrado cardenal. Cerca de Santiago, el padre Rodríguez observaba cómo el colapso de la Unión Soviética y sus subsidios a Cuba marcaba el comienzo del "período especial", una época de escasez crónica de alimentos. "Cada domingo veía más delgados a mis parroquianos", relata.
En 1994, el padre Rodríguez escribió una carta abierta a Fidel Castro y la leyó desde el púlpito. Una grabación distribuida en Miami lo catapultó a la fama, pero irritó al gobierno. Pronto recibió la noticia de que la Iglesia lo enviaba a España por algunos años para estudiar. "Lloré", confiesa. Vivir en la España posfranquista, junto con sus visitas a los países del ex bloque del Este, como Hungría y Rumania, le enseñaron algo sobre las dictaduras en transición, asegura.
En 2006, Fidel Castro dejó el cargo debido a su enfermedad y entregó las riendas a su hermano Raúl. El más joven de los Castro heredó una economía destrozada. Los programas sociales de la revolución, desde la salud a la educación, estaban en problemas.
La Iglesia era el único grupo fuera del gobierno en posición de ayudar.
"Fue un trago amargo, que el gobierno reconociera que necesitaba a la Iglesia", dice el arzobispo Wenski. El cardenal Ortega y sus obispos vieron una oportunidad en la que la Iglesia podría recuperar su influencia ayudando al gobierno.
Desde su extremo de la isla, el padre Rodríguez veía pocos motivos para celebrar. En 2007, recuerda, las fuerzas de seguridad cubana irrumpieron en su parroquia y golpearon y arrestaron a más de una decena de disidentes en lo que Rodríguez califica como la obra de "terroristas".
En 2009, Rodríguez desafió a Raúl Castro en una carta pública. "Tenemos que tener la enorme valentía de reconocer que en nuestra patria hay una violación constante y no justificable de los derechos humanos, que se expresa en la existencia de decenas de presos de conciencia y en el maltrecho ejercicio de las más elementales libertades: de expresión, información, prensa y opinión", decía el documento.
Sin embargo, algunas de las negociaciones de Ortega con el gobierno en el último tiempo fueron ampliamente consideradas como victorias de los derechos humanos. El cardenal volvió a sumar puntos el año pasado, cuando Raúl Castro y el Vaticano acordaron la visita de Benedicto XVI.
El arzobispo Wenski opina que ambos clérigos no están tan distanciados como parece. "Estos dos hombres pueden estar haciendo énfasis en notas distintas, pero cantan la misma canción, señala.