Dónde estamos y hacia dónde vamos
A raíz del enfrentamiento del Gobierno con el sector agropecuario, se gatilló de manera gratuita e injustificada una crisis de corto plazo, que tiene implicancias cada vez más negativas sobre la economía real.
El clima de mayor intranquilidad e incertidumbre de los últimos 120 días dio lugar a: 1) una fuerte salida de capitales (la acumulación de activos financieros en el exterior -monedas, bonos, depósitos, acciones- por parte del sector privado alcanzó un total de entre US$ 9000 millones y US$ 10.000 millones de abril a junio, con lo cual en el último año se acumula una fuga de capitales de alrededor de US$ 19.000 a 20,000 millones); 2) una importante pérdida de reservas del BCRA (US$ 2900 millones en el último trimestre); 3) una fuerte apreciación del peso contra el dólar (el tipo de cambio pasó de $ 3,185 por dólar el 22 de abril a $ 3,016 el jueves último); 4) una contracción de los depósitos en pesos del sector privado (que alcanzó $ 5445 millones en mayo); 5) una fuerte suba de las tasas de interés (la Prime pasó de promediar 13% en el primer trimestre a 23,8% en junio); 6) una desaceleración del crédito al sector privado (en junio el crédito creció apenas $ 300 millones cuando en los primeros cinco meses del año venía aumentando a razón de unos $ 2500 millones por mes); 7) un notable incremento del costo de financiamiento (el riesgo implícito en el Boden 2015 pasó de 300pb a principios de 2007 a más de 1000pb a la fecha); 8) una fortísima caída en la confianza del consumidor según la Universidad Torcuato Di Tella (que cayó 28% desde enero, destacándose la pérdida de confianza en la situación macroeconómica a un año, que se desplomó 43% en igual lapso); 9) una importante baja en la imagen positiva de la Presidenta (según Poliarquía, cayó del 56% en enero a apenas el 20% en junio).
Por último, en medio del conflicto con el campo, también se relegó a un segundo plano lo que es verdaderamente importante: la elaboración de políticas públicas prioritarias (políticas para frenar la inflación; medidas para aprovechar el shock externo positivo y estrategias tendientes a aumentar la tasa de crecimiento a largo plazo).
A lo anterior se suma el mal dato del nivel de actividad del primer trimestre, que tuvo lugar aun antes del conflicto con el campo. En efecto, luego de un segundo semestre de 2007 en que la economía creció a un alto ritmo de 10,1% (promedio trimestral anualizado) y el consumo privado lo hizo al 8,7%, en el primer trimestre de 2008 se observó una fuerte desaceleración: el PBI creció a un ritmo trimestral anualizado de sólo el 2,6% y el consumo privado pasó a crecer al 5,8 por ciento.
También la tendencia ciclo del PBI muestra un enfriamiento de la actividad económica: luego de crecer por 11 trimestres consecutivos -entre el primero de 2004 y el tercero de 2007- al ritmo del 2,11% promedio por trimestre, en el primer trimestre de 2008 creció apenas el 1,25 por ciento.
Abril fue un buen mes ya que hubo subas salariales acordadas en el marco de los convenios colectivos y aumentos en jubilaciones. Pero en mayo y junio, la demanda interna se desaceleró y las exportaciones netas -por el conflicto con el campo- contribuyeron aún más negativamente a la variación del PBI que en el primer trimestre.
Se desaceleró la construcción; la venta y producción de autos, y el consumo de bienes durables; mientras cayó la demanda de algunos servicios.
Después de un segundo trimestre flojo, el tercero luce bastante "jugado": se pasará de una intensa fuga de capitales a un goteo; seguirá la desmonetización real (aunque con crecimiento nominal de los depósitos); el BCRA volverá a comprar dólares con la consecuente expansión del dinero primario; el crédito repuntará (aunque no volverá a crecer al ritmo previo); y habrá cierta recomposición de la cadena de pagos.
En este contexto, y aun contando con el medio aguinaldo y la suba de jubilaciones, el PBI se moverá a un ritmo trimestral anualizado de entre el 4 y el 5% en el tercer trimestre.
En suma, al gatillarse una crisis de confianza totalmente innecesaria, la demanda local y el nivel de actividad se desaceleraron fuertemente, mientras que la tasa de inflación se mantuvo prácticamente inalterada en altos niveles. ¡Qué paradójico! El Gobierno no quiso aplicar una política antiinflacionaria a fines de 2007 o principios de 2008 para evitar los costos que la misma podría acarrear en términos de actividad y empleo. Y terminó con el peor resultado: la tasa de inflación de mayo-junio fue sólo un poquito inferior a la de marzo-abril, pero se resintió mucho la actividad económica.
En cambio, cualquier estrategia creíble (heterodoxa u ortodoxa) hubiese permitido bajar varios puntos la tasa de inflación, con un costo igual o incluso menor en términos de enfriamiento del nivel de actividad.
En palabras más técnicas, con la crisis y la estrategia de autosabotaje del kirchnerismo se maximizó la "tasa de sacrificio" (o sea, la desaceleración del PBI por cada punto de baja en la tasa de inflación).
Ahora bien, ¿qué pasa del tercer trimestre en adelante? Depende de las decisiones de política económica. El " graN maKroeconomista" tiene dos posibilidades. Por un lado, puede intensificar el bombeo a la demanda agregada para apuntalar el nivel de actividad. En este sentido, cabría esperar una suba de salarios; un aumento del gasto público y una fuerte baja de las tasas de interés.
Esta alternativa (hoy la más probable) daría lugar a un repunte en el cuarto trimestre de 2008, a costa de un peor 2009 (con menor crecimiento y más inflación).
Por otro lado, Nestor Kirchner puede aprovechar la ventana de oportunidad que generó la crisis.
La mejor opción
El debilitamiento de la demanda agregada podría moderarse si sólo se explicitara un programa de estabilización, coherente, creíble y con mucho contenido técnico, que permita disminuir las expectativas de inflación. Así, la crisis, que se originó sin razones fundamentales, podría terminar produciendo algo difícil de creer: que un programa anti inflacionario logre disminuir el enfriamiento actual del gasto agregado. Se puede, sobre todo si -como creemos- los precios de las commodities permanecen altos por varios años.
Además de una estrategia antiinflacionaria, lo óptimo sería comenzar a desarticular gradualmente la maraña de subsidios; fomentar la producción y exportación de lo que tenemos y está caro en el mundo (alimentos y energía), y dejar de ahuyentar la inversión tanto nacional como extranjera, aumentando el grado de previsibilidad.
El año 2009 está fuertemente condicionado por la decisión que adopte NK. Si elige "más de lo mismo", podría enturbiarse aún más el panorama. Sin embargo, no somos optimistas; hoy por hoy, firmamos por el 4% de crecimiento y el 20% de tasa de inflación para el año entrante.
El próximo domingo: el columnista invitado será Roberto Frenkel