Dolarización oficial: por qué es necesario encarar el debate en la Argentina
La aceleración de un nuevo ciclo de alta inflación pone sobre el tapete la necesidad de erradicar de una vez por todas un mal que nos aflige recurrentemente desde 1825. La dolarización es una alternativa que merece ser considerada seriamente. Se trata de un término que tiene múltiples significados, lo cual muchas veces genera confusión. Una dolarización oficial significa que el Estado adopta el dólar como moneda de curso legal y renuncia a tener una moneda local. Hay muchas maneras distintas de implementarla.
Las objeciones a una dolarización oficial pueden agruparse en seis categorías, no excluyentes: 1) las nacionalistas, 2) las naive, 3) las de la “falacia del nirvana”, 4) las teóricas, 5) las prácticas y 6) las políticas. Las del primer grupo son indefendibles. El peso no significa “soberanía” porque si así fuera no seríamos una nación soberana, ya que desde 2001 perdió el 99,5% de su valor.
Las de la segunda categoría son del tipo “no hay que dolarizar, lo que tiene que hacer el gobierno es reducir el gasto público, abrir la economía, desregular, etcétera”. Es como decirle a una persona con un serio problema de obesidad: “El anillo gástrico no es la solución a su problema, lo que tiene que hacer es comer menos”. Justamente, el anillo gástrico es lo que le permite a esa persona cambiar sus hábitos alimenticios. Es una condición necesaria pero no suficiente para bajar de peso. En cierto sentido, la dolarización oficial es como un anillo gástrico: es un remedio extremo para pacientes en estado crítico, que pone de relieve la necesidad de un cambio de hábitos.
La historia argentina demuestra dos cosas. Primero, que el sistema político es incapaz de hacer lo necesario para estabilizar la economía a menos que la economía se encuentre frente a una hiperinflación. Segundo, que cuando hace reformas estructurales, como en los 90, no puede sostenerlas en el tiempo. Cuando las restricciones al gasto empiezan a “apretar”, son revertidas fácilmente por un Congreso sometido al Poder Ejecutivo.
Las objeciones en el caso de la tercera categoría plantean que con una dolarización: a) no podríamos hacer ciertas cosas que en realidad nunca hicimos (o nunca pudimos hacer), b) nos forzaría a tomar medidas que de cualquier manera debemos hacer, y/o c) nos pondría en una situación que no es distinta de la que ya estamos. Ejemplo de lo primero es que con una dolarización perderíamos la política monetaria de estabilización de la economía cuando, en realidad, casi siempre ha sido fuente de inestabilidad. Ejemplo de lo segundo es decir que la dolarización requiere de un ajuste fiscal políticamente inviable, cuando el ajuste es inevitable porque de lo contrario terminaremos en una hiperinflación. Ejemplo de lo tercero es decir que con una dolarización quedaríamos subyugados a la política monetaria norteamericana, cuando ya lo estamos, incluso más que otros países, como Ecuador y El Salvador, que dolarizaron sus economías.
Las objeciones teóricas son básicamente tres: 1) la economía argentina no pertenece al “área monetaria” del dólar, 2) adoptar el dólar como moneda exacerbaría el ciclo económico y 3) con una dolarización perderíamos al Banco Central como prestamista de última instancia. La primera es inválida, como lo explicó muy bien Robert Mundell, el premio Nobel que desarrolló el concepto de áreas monetarias óptimas.
Hay que destacar otros dos puntos: a) el 80% del comercio mundial está facturado en dólares, y b) en una economía cerrada y dolarizada de facto como la argentina, los flujos financieros tienen tanto o más peso que los comerciales. En cuanto a la segunda objeción, la experiencia de la primera década de este siglo muestra que lo que realmente exacerba el ciclo económico son las políticas populistas. Finalmente, el Banco Central es el deudor de primera instancia del sistema financiero. El único prestamista de última instancia que hemos tenido en los últimos 70 años ha sido el Fondo Monetario Internacional (FMI) y no lo perderíamos bajo una dolarización.
“Una dolarización oficial, una reforma del sistema bancario que ponga los depósitos fuera del alcance de los políticos, y la firma de tratados de libre comercio serían una trinidad de medidas difíciles de revertir”
Respecto de la implementación práctica de la dolarización, si bien es cierto que sin reservas internacionales implicaría una megadevaluación, es un error conceptual evaluar la conveniencia de una reforma de largo plazo por cuestiones coyunturales. La falta de reservas no es consecuencia de una limitación estructural de la economía argentina, sino de las malas políticas del Gobierno. Justamente, el objetivo sería modificar esas políticas.
Eso nos lleva a la última objeción. Resulta obvio que sin un amplio acuerdo político una dolarización oficial es utópica. También es obvio que, con ese acuerdo, su impacto sería tremendamente poderoso, incluso antes de implementarse.
Desde el punto de vista estrictamente económico hay muchas razones para dolarizar, pero hay tres particularmente importantes. Primero, los argentinos ya dolarizaron sus ahorros. Toda la liquidez que tienen en pesos representa a lo sumo un 15% de la liquidez que tienen en dólares. Es decir, tenemos todos los costos y las limitaciones de una dolarización oficial sin ninguno de sus beneficios. Segundo, la deuda en dólares del Gobierno nacional asciende a 250.000 millones. Es una deuda impagable sin una dolarización oficial y, por ende, debido a un descalce cambiario estructural continuará siendo una fuente permanente de inestabilidad macroeconómica. Tercero, una dolarización oficial ofrece la única esperanza para repatriar los 400.000 millones de dólares que los argentinos tienen fuera del país.
Es obvio que con solo adoptar el dólar como moneda de curso legal no alcanza. El problema es que sin credibilidad es imposible eliminar la inflación y, en la Argentina, las reformas de jure no generan credibilidad porque son fácilmente reversibles. Solo la inviabilidad económica del statu quo las habilita políticamente en el corto y mediano plazo.
La cuestión, entonces, se centra en determinar la secuencia óptima de las reformas. Una dolarización oficial con libre competencia de monedas convertibles, una reforma bancaria que ponga los depósitos bancarios fuera del alcance de los políticos, y la firma de tratados de libre comercio con la UE, el TPP y el ex NAFTA constituirían una trinidad de reformas difíciles de revertir, que impondrían la necesidad de llevar adelante otras reformas estructurales.
Es imposible resumir en un artículo todas las ventajas y desventajas de una dolarización. Lo que está fuera de duda es que avanzar por el camino iniciado hace 20 años profundizará el estancamiento y aumentará la pobreza. Es necesario debatir de manera razonada cuál es la mejor manera de cambiar de rumbo y ofrecerle una esperanza a la juventud argentina.
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