Dolarización, bimonetarismo o pesificación: ¿es esa la cuestión principal?
La vicepresidenta Cristina Kirchner se sumó al debate, hasta ahora monopolizado por los economistas, sobre los problemas derivados del bimonetarismo bajo el que opera, desde hace mucho tiempo, la Argentina. En la búsqueda de soluciones aparecen declaraciones de políticos, entre otros, de Patricia Bullrich y Jorge Capitanich, sugiriendo que sería conveniente darle más fluidez a la convivencia de varias monedas.
Los planteos por ahora no pasan de generalidades, pero van en el sentido de introducir cambios legales que permitirían ampliar el uso del dólar en las operaciones económicas.
Las propuestas están en un punto intermedio entre posiciones extremas que van desde la dolarización (es decir, eliminar el peso y establecer que todas las operaciones se hagan en dólares) hasta la pesificación (es decir, tomar medidas que fuercen el uso de los pesos y combatir el uso del dólar).
Que se haya metido en el debate político un tema que hasta hace poco tiempo no trascendía las discusiones entre técnicos no es casualidad.
La idea de cambiar el régimen monetario gana actualidad a medida que se degrada la situación económica en el país. Ante la angustia que produce la inflación, la dolarización se presenta como una solución que resolvería el problema de cuajo, porque el dólar es una moneda mucho más estable y confiable que el peso. En el otro extremo, forzar la pesificación es imaginada por sus defensores como la forma de darle viabilidad al financiamiento del déficit fiscal con emisión monetaria.
Entre medio, y ante el agobio que produce la restricción externa, el bimonetarismo aparece como una ingeniosa manera de resolver la paradoja de la escasez de dólares en el Banco Central cuando hay abundancia de dólares en poder de los argentinos, dentro y fuera del país.
Los diferentes regímenes monetarios tienen ventajas y desventajas, que son muy sensibles al contexto en que se apliquen y a la forma en que se instrumenten. Hay abundantes experiencias y estudios que ayudan a tomar la mejor decisión.
Ante la rápida degradación que se observa en la macroeconomía argentina, sin dudas es un ejercicio pertinente. Pero también resulta riesgoso si se pierde de vista que la causa de la destrucción de la moneda local y la preferencia de los argentinos por el dólar no es el deficiente diseño del régimen monetario, sino décadas de déficit fiscal y baja calidad en la gestión pública.
Esto lleva a plantear con énfasis que no hay alquimia cambiaria y monetaria que nos permita eludir el desafío del ordenamiento del Estado.
“Políticamente incorrecta”
En el libro “Una vacuna contra la decadencia”, que escribí en coautoría con los economistas Jorge Colina y Carlos Seggiaro, identificamos las principales fallas en la organización del Estado argentino y proponemos alternativas para ganar solvencia financiera y mejorar la eficiencia.
Como se demuestra en cada uno de los capítulos del libro, las transformaciones que se necesitan en las principales áreas del Estado imponen una agenda mucho más compleja y “políticamente incorrecta” que cambiar el régimen monetario.
Seguramente esto explica la tentación de eludir su abordaje y plantear la dolarización, la pesificación o el bimonetarismo como soluciones fáciles, simples y expeditivas.
Pero lamentablemente, si no queremos seguir perdiendo oportunidades para salir de la decadencia, tenemos que hacernos cargo de los temas sensibles y polémicos que explican el déficit fiscal crónico y la profunda ineficiencia que prevalece en la gestión pública en la Argentina.
El punto de partida debería ser asumir, con una alta dosis de autocrítica, que el desorden del Estado es una construcción colectiva de muchas décadas a la que gobiernos de diferentes signos políticos aportaron sus errores.
También, que se necesita mucha audacia para impulsar cambios disruptivos que colisionan con intereses y actitudes conservadoras profundamente enquistadas.
Y ser conscientes de que hablar del cambio en el régimen monetario sin explicitar que el paso previo e imprescindible es el ordenamiento del Estado es tan atractivo como inconducente.
El autor es economista y ministro de Finanzas de la provincia de Córdoba
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