Un gobierno que se metió en su propia trampa
El Gobierno está económicamente entrampado. La abrumadora mayoría de los indicadores reales son negativos, componiendo un cuadro más que preocupante: un gasto público sideral con exagerado financiamiento a cargo del Banco Central continúa sosteniendo la inflación a niveles muy elevados, mientras el atraso cambiario -que pasó a expresar la problemática central de la gestión-, el cepo y las restricciones a las importaciones están paralizando la actividad.
Tanto más grave es este cuadro por el hecho de percibirse que el Gobierno no tiene un equipo económico capaz de proveer las medidas que conduzcan a un encauzamiento de la situación. La conferencia de prensa de anteayer, en el edificio de la AFIP, reafirmó en lo gestual que hoy en el Palacio de Hacienda no hay un jefe ni subordinados. No hay líneas de mando ni responsabilidades claras de gestión y de seguimiento de los temas. Lo habitan, en cambio, un conjunto de funcionarios que hablan con la Presidenta, a veces por separado, a veces en conjunto, y de esos diálogos resulta una "política del parche", consistente en medidas ad hoc sin coherencia, que no parten de un diagnóstico adecuado.
Hay impericia, anteojeras ideológicas en algunos de esos interlocutores y, sobre todo, queda en evidencia un profundo desconocimiento de cómo debe funcionar la delicada relación entre el equipo económico y los mercados.
Esta ausencia de excelencia y de meritocracia se ve también en empresas y sectores del Estado de alta sensibilidad, que en buena medida han sido colonizados por una corriente de la militancia que no acredita experiencia ni conocimientos suficientes para desempeñar con eficiencia las misiones que se les han confiado. Allí están Aerolíneas Argentinas -que desde hace años sigue perdiendo plata todos los días- YPF en hidrocarburos y Camessa en el sector eléctrico, inoperantes para resolver el déficit energético. Los resultados son pésimos, pero los ejecutores siguen a cargo.
Para sumar al desconcierto, hay funcionarios que, contradiciendo los más elementales conocimientos de economía, dicen públicamente que el actual volumen de emisión no genera inflación. Esta apreciación, que sería temeraria en cualquier parte del mundo, lo es mucho más en la Argentina, donde ha habido tantos y tan cercanos episodios inflacionarios. Baste recordar que en 1991 se llegó a la convertibilidad como forma de evitar que el Banco Central financiase al Gobierno.
La realidad, en cambio, se empecina contra el voluntarismo y la negación del Gobierno: la inflación sigue firme a niveles elevados, aun a pesar de que las tarifas de los servicios públicos continúan retrasadas desde hace años, del último congelamiento de precios en los supermercados, del atraso cambiario y de la demora en acordar las paritarias e implementar los aumentos salariales resultantes. Este conjunto de situaciones sugiere que la inflación subyacente es mucho mayor que la observada y que una devaluación es inevitable; diría que ya estamos en la cuenta regresiva.
Paradójicamente para los postulados políticos del Gobierno, el dólar a $ 10 significa también que la política económica se inclina una vez más a favor de los que más tienen, de los que mantuvieron sus ahorros en dólares o tienen ingresos dolarizados. Los Rolex y los Mercedes Benz que se importan con el dólar oficial, así como los viajes al exterior, nunca estuvieron tan baratos en términos relativos.
Configurado así un modelo a favor de los más pudientes, el atraso cambiario, el cepo y las restricciones a las importaciones se conjugan a su vez para paralizar la economía.
Sobran indicadores en ese sentido. Desde el año pasado, el sector privado dejó de crear y pasó a destruir empleo en una tendencia que se va a acentuar en los próximos meses; la inversión está en caída libre porque no hay forma de invertir cuando a las distorsiones en los precios se les suma el cepo cambiario, que imposibilita que el inversor extranjero pueda remesar utilidades o tenga dificultades mayúsculas para importar insumos críticos.
En otros rubros las consecuencias pueden apreciarse a simple vista: por caso, observando la cantidad creciente de locales cerrados en los últimos meses en las principales calles comerciales de la ciudad. El atraso cambiario también está afectando la rentabilidad, incluso del sector agropecuario en muchas regiones, de la soja concretamente. Si el Gobierno tuviese un tablero de control, hoy estaría lleno de luces rojas.
Pero aun en este contexto, el Gobierno se resiste a devaluar, porque con intuición política la Presidenta teme que una devaluación mal conducida pueda ser el principio del fin de su ciclo. Sabe que si le sale mal, podría pasar de la ilusión de una re-reelección a la realidad de una salida desordenada. Y las condiciones para que el intento de devaluación fracase las ha creado el propio Gobierno, al haber perdido toda credibilidad y la confianza de una gran parte de los argentinos y de los operadores económicos, que son los primeros requisitos necesarios para abordar una operación de esa naturaleza. El Gobierno no goza de ninguno de esos atributos y no hace nada para restablecerlos.
El segundo requisito es revertir el déficit fiscal. Esto requiere el desmantelamiento de las distorsiones, comenzando por el sector de la energía y las tarifas públicas en general. El Gobierno no tiene el temple para hacerlo. Y cuanto más próximas estén las elecciones, mayor será el temor a tomar cualquier medida. Se seguirá metiendo presión en la olla, corriendo el riesgo del reventón.
¿Y si buscara bajar la inflación? Está claro que la sucesión de intentos en ese sentido -todos de corte intervencionista- han fracasado. Aquí se comprenderá el alcance del título. El Gobierno no se anima a la devaluación, pero tampoco podrá bajar la inflación, porque en el mejor de los casos la baja de la emisión para financiar a la Tesorería apenas solucionaría el flujo a partir de ahora, cuando en realidad el problema radica en el stock, en la acumulación de las distorsiones pasadas tan enormes. Son tantos los años de atraso cambiario que las consecuencias se están haciendo más visibles y destructivas cada día.
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