Qué lecciones dejan las dolarizaciones de Ecuador y El Salvador para la Argentina, según Eduardo Levy Yeyati
Cómo fue la implementación de la divisa de Estados Unidos en otros países de América Latina y qué similitudes y diferencias hay con el escenario local
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“Hoy ese camino es impracticable por una restricción muy simple: no tenemos los dólares para hacerlo, ni los tendremos”, plantea Eduardo Levy Yeyati, execonomista jefe del Banco Central (BCRA) y actual decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), sobre las posibilidades reales de una dolarización en la Argentina. Entre otros temas, el académico que completó su doctorado en Economía en la Universidad de Pensilvania (EE.UU.) analizó la implementación de estos planes en los países de la región y describió las similitudes y diferencias con el escenario local, y sus consecuencias de mediano y largo plazo.
“En El Salvador, la dolarización se hizo después de años de fijación cambiaria y tranquilidad nominal, al tipo de cambio vigente. Fue impulsada por los lazos comerciales con –en rigor, la dependencia de– Estados Unidos, sobre todo por los ingresos de dólares por remesas de salvadoreños en el exterior (que en los 90 eran cerca de 15% del PBI y hoy son más del 25%), y por la idea de crear una zona del dólar con otros países centroamericanos dolarizados, como Costa Rica o Guatemala, que no prosperó”, describe Levy Yeyati.
“En Ecuador, fue un recurso de última instancia del gobierno de Jamil Mahuad para contener la crisis financiera de 1998 y 1999, semanas antes de ser desplazado por un efímero golpe militar, en parte impulsado por el rechazo a la dolarización, que se hizo al tipo de cambio que permitían las reservas, con una devaluación de aproximadamente 100%”, agrega el analista sobre el caso del país más cercano a la Argentina en adoptar la divisa estadounidense como moneda de curso legal.
Según Levy Yeyati, las semejanzas en ambos casos incluyen pérdida de la política monetaria, dependencia de factores externos (El Salvador, de las remesas; Ecuador, del petróleo), ciclos más pronunciados y limitaciones para el crecimiento. “También ambos tienen un menor espacio fiscal: por ejemplo, son de los países que menos apoyo fiscal tuvieron en la pandemia. La diferencia más clara, además del contexto de origen, es que en El Salvador pueden medirse los beneficios (imperceptibles, según mis propias estimaciones), mientras que en Ecuador sólo podemos especular sobre cómo habría sido la salida de la crisis sin dolarizar”, agrega.
Al mismo tiempo, el profesor de UTDT cotejó los “aprendizajes” que dejan estos procesos para el caso argentino y sostiene que “una primera lección es que, para todos los fines prácticos, puede considerarse irreversible”. Explica: “Ambos países estudiaron escenarios hipotéticos de desdolarización y concluyeron que los costos inmediatos, económicos y políticos, eran demasiado altos”.
Una segunda lección para la Argentina, plantea el analista, es que, para dolarizar, hacen falta muchos dólares “para comprar la base monetaria a una paridad razonable y para guardar un fondo prudencial de dólares como salvaguarda del sistema de pagos, que con moneda propia está resguardado por el Banco Central como prestamista de última instancia a través de su capacidad de emisión”. Añade: “Esto no tiene que ver con la denominación de los ahorros, sino con el uso del dinero para transacciones, sin el cual la economía se paralizaría”.
Para Levy Yeyati, ese camino es impracticable en la Argentina. “Hay una restricción muy simple: no tenemos los dólares para hacerlo, ni los tendremos. Es una discusión bizantina, una distracción en momentos en los que deberíamos estar debatiendo soluciones realistas a los problemas del país”, argumenta.
En ese sentido, el expresidente de Cippec se refirió a otro de los temas vinculados al debate por la dolarización –las cuentas del sector público– y afirmó que “otra lección es que la dolarización no reemplaza la consolidación fiscal, sino que la vuelve más urgente: sin financiamiento monetario ni devaluación como mecanismos de ajuste, las cuentas públicas toleran déficits menores”. En el caso de Ecuador, agrega, el país reestructuró su deuda y redujo su déficit fiscal, “y cuando el déficit aumentó de la mano de la caída de los precios del petróleo, reestructuró nuevamente sus deudas (dos veces: en 2008 y en 2020) y pidió asistencia al FMI”.
La tercera lección es de crecimiento. “Al momento de dolarizar, El Salvador exportaba productos primarios por un acuerdo comercial con EE.UU. y trabajadores expatriados que enviaban dinero a casa. Con la pérdida de competitividad, exporta menos productos y más trabajadores. Si bien no es la única causa, la dolarización profundizó su problema de competitividad y crecimiento”, agrega el autor de libros como Vamos por Todo, Porvenir, Después del Trabajo (Sudamericana) y Dinosaurios y Marmotas (Capital Intelectual).
El analista contempla, además, las dificultades que enfrentaría un país que decidiera dar marcha atrás luego de un proceso de dolarización y volver a tener una moneda propia. “Al igual que sucedió con la convertibilidad incluso en 2001, la dolarización puede ser un chaleco de fuerza para la economía, pero suele ser muy popular entre los votantes”, dice Levy Yeyati, y añade: “En teoría, el gobierno debería forzar al consumidor a cambiar un billete de dólar por uno de una moneda nueva y más débil. No hablamos de la moneda de nuestros ahorros, sino de la que tenemos en la billetera. No hay precedentes históricos de una reversión de este tipo. Pero la respuesta relevante es política: ningún gobierno estaría dispuesto a correr con los costos inmediatos de desdolarizar, a cambio de beneficios distribuidos en el tiempo”.
-¿Cómo observa lo que ocurre en Venezuela y su proceso de dolarización?
-En Venezuela, tras una hiperinflación inusualmente larga, el gobierno comenzó a tolerar el uso de dólares para transacciones como un modo de contener la presión cambiaria y los precios. En este sentido, promueve calladamente una dolarización espontánea, a la manera de, y tal vez inspirado por lo que alguna vez ensayó el gobierno cubano. Todavía hay demanda de bolívares, pero es sobre todo para pagos pequeños, porque el billete de dólar más chico es de 10 dólares. Por otro lado, la crisis y la diáspora hizo que Venezuela se salvadorice: hoy exporta poco crudo y muchos trabajadores, y el ingreso de remesas supera al petrolero. Si este fuera el destino de Venezuela, chavismo, economía enana y remesas por décadas, la dolarización oficial tal vez tendría sentido como ordenador. Si en cambio pensamos que el país puede recuperar su democracia y su crecimiento y volviera a ser un país petrolero, quemar las naves anticipadamente es más debatible.
-¿Qué pasaría con el tipo de cambio y la inflación ante la decisión de dolarizar?
-Insisto, hoy ese camino es impracticable en la Argentina por una restricción muy simple: no tenemos los dólares para hacerlo, ni los tendremos. Dicho esto, no hay que confundirse causas y efectos cuando pensamos en la fijación cambiaria: la convertibilidad tuvo éxito en su primer quinquenio porque el plan Brady postergó el servicio de deuda, el país hizo un ajuste fiscal y el dólar se debilitó internacionalmente, y dejó de tenerlo cuando abandonamos la prudencia fiscal y el dólar se fortaleció. Con esas condiciones, también el plan Austral habría tenido éxito, como lo tuvo el plan Real por un tiempo, para colapsar un par de años antes que la convertibilidad. La fijación, un acuerdo de precios y salarios, o cualquier otra pirueta contable no estabilizan, sino que dan un tiempo para atacar los factores detrás de la inestabilidad. Sin esto último, son progresos ilusorios y efímeros. Y, en el caso de la dolarización, irreversibles.
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