La suba del dólar paralelo afecta a todos
Es difícil sentarse a escribir sobre la situación económica argentina y no referirse a la brecha entre el dólar oficial y el dólar paralelo. Muchos argentinos nos formamos acostumbrados a su existencia. Para otros es algo relativamente nuevo. Pero si nos remitimos a la historia argentina de posguerra, el número de años con una brecha superior al 10% se acerca a los 30. O sea que un poco más del 40% de nuestra historia reciente está caracterizado por la existencia de una brecha (¡y el promedio de la brecha en esos años fue de alrededor del 30%!).
La brecha cambiaria es la consecuencia de la ausencia de una política macroeconómica que busque preservar la estabilidad nominal combatiendo la inflación. Una ausencia que el Gobierno intenta suplir a través de regulaciones e intervenciones sobre un número cada vez más creciente de mercados. Para una gran cantidad de argentinos, el desfase entre la inflación y la depreciación del peso significó y significa hoy un enorme incentivo a comprar dólares percibidos como baratos. Esto sucedió sobre todo cuando se aceleraron las compras por atesoramiento durante 2010 y los primeros meses de 2011. Pero a medida que el Gobierno reaccionaba con políticas cada vez más intervencionistas y mientras la inflación continuaba su curso, lo que era visto como barato comenzó a ser visto también como escaso. Porque el accionar de las autoridades "cuidando" los dólares generó una sensación de insuficiencia que aceleró la velocidad con la cual se pretendía dolarizar flujos en pesos. No fue ésta la única consecuencia de esas medidas de política económica. Las trabas transaccionales y las restricciones a importar generaron un enfriamiento económico que se tradujo en recesión primero y ahora también en alguna incertidumbre sobre los niveles de empleo. El cóctel de inflación, apreciación real (precios en dólares más altos), recesión, tensiones laborales y trabas a los mercados que generan más incertidumbre, produjo un incremento de la brecha entre el mercado oficial y el paralelo.
Pasemos a lo que a mi juicio es lo más importante. ¿Cuáles son las consecuencias de esta brecha? El dólar en la Argentina es unidad de cuenta, medio de pago (de grandes transacciones y de transacciones en el mercado informal) y reserva de valor. O sea que el dólar en la Argentina tiene todas las funciones de la moneda oficial, el peso. Las funciones de unidad de cuenta (la moneda en la cual se expresa o se piensa el valor de los bienes) y de reserva de valor se magnifican cuando la inflación doméstica es alta. El rol del dólar como reserva de valor (de ahorro) tiende a aumentar cuando no existen otras alternativas percibidas como seguras que permitan protegerse de esa inflación. El mercado informal o paralelo es el mercado al cual recurren los que quieren, en presencia de las restricciones vigentes, dolarizar sus pesos excedentes y, como se trata de un mercado desabastecido, sólo pueden hacerlo aceptando pagar un premio hasta hace poco inimaginable.
El principal problema que se desprende de esta situación radica en que el dólar es un bien que cumple todas las funciones del dinero y que está en el corazón del sistema de precios relativos y de los mecanismos de formación de expectativas de todos los argentinos. Esto merece ser recalcado. No es un fenómeno que afecta sólo a los actores que operan en el mercado de cambios. La brecha afecta a todos. La incertidumbre sobre el valor de los bienes, de consumo y de inversión, sobre el valor (el poder de compra) del trabajo y de los ahorros que genera una brecha del orden del 40% en el precio del dólar es una pesada mochila sobre la actividad económica. Traba transacciones, afecta expectativas y frena decisiones de consumo y de inversión presentes y futuras.
Existen condiciones externas que podrían ayudar a que se presente un final de año y un 2013 mejores para la actividad económica, que lo que resultó 2012 hasta aquí. Pero difícilmente el efecto de un precio récord de la soja con récord de siembra y cosecha en la próxima campaña –de no mediar alteraciones climáticas– y una mejora de la actividad brasileña en los próximos meses puedan producir un efecto positivo de suficiente envergadura como para compensar los efectos inmediatos negativos de la brecha cambiaria.
La brecha cambiaria refleja que para una gran cantidad de actores el dólar ya no vale 4 pesos y pico, sino 6 pesos y pico. Aun cuando es probable que la economía real no necesite una cotización así elevada. Precios internacionales récord de las exportaciones argentinas y un dólar que sigue relativamente depreciado en el mundo contra casi todas las monedas con las que la Argentina comercia hacen posible que la economía real pueda crecer con un precio del dólar bien inferior al del mercado informal. Pero las expectativas de devaluación no se van a moderar si la inflación no se frena.
La evidencia empírica del país muestra que se puede vivir con inflación alta y una brecha cambiaria elevada por algún tiempo. Pero los costos de hacerlo también fueron evidentes. Ignorar la inflación y los desequilibrios que produce, apostando a controles cambiarios o mercados desdoblados (de hecho o de derecho), fue siempre una receta infalible para que la actividad se resintiera, la inflación se acelerara y para que la política económica, que generó la aparición y el aumento de la brecha, deba ser finalmente corregida o abandonada.
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