Hoy el Gobierno se haría un favor liberando el tipo de cambio
En mayo de 2013, en un debate con Roberto Feletti, anticipé que el Gobierno se encaminaba a una devaluación del peso de entre 30 y 40%. La afirmación, cristalizada al asociarla a un número concreto, despertó una respuesta furiosa de la prensa oficial y de la Presidenta: "El que quiera una devaluación deberá esperar hasta el próximo gobierno".
Pero, como decía Perón, "la única verdad es la realidad". Mi afirmación sólo apuntaba al error de haber usado el tipo de cambio como mecanismo antiinflacionario (un error que, sorprendentemente, copiaba de la fallida administración de Martínez de Hoz) en un contexto de emisión e inflación crecientes. Era necesario revertir los efectos de esa política que habían estancado el empleo y habían generado estragos en las economías regionales y en las nacientes industrias de exportación.
Primero tímidamente, el Gobierno fue aceptando el diagnóstico y empardó la tasa de devaluación con la inflación. Con Fábrega dio otro paso y aceleró la devaluación por encima de la inflación. Anteayer, con las reservas en camino descendente, empezó el tan temido salto cambiario.
La pregunta es qué es lo que sigue o, mejor aún, qué es lo que debería seguir. Para contestarlo sirven los casi diez años de investigaciones en finanzas internacionales que confirman que, para países del tamaño del nuestro, lo mejor es un tipo de cambio flotante. Eso permite ajustar la competitividad a cambios en los flujos de capitales y en los términos de intercambio, acotando los efectos en el empleo y la producción.
El estancamiento de la Argentina de los últimos años no es ajeno a que la política de tipo de cambio fijo en que el Gobierno se empecinó no permitió acomodarse al shock de (des)confianza para cuyo acrecentamiento trabaja sistemáticamente, o al shock en los términos de intercambio que hemos sufrido: la soja cayó de precio y los desastres en la política energética nos han convertido en importadores justo cuando los precios de la energía están altos.
Hoy el Gobierno se haría un favor liberando el tipo de cambio, eliminando el cepo, discontinuando todas las restricciones a la compra y venta de dólares y simultáneamente eliminando el régimen de control de importaciones y exportaciones. No es algo que haya que hacer de un día para el otro. Este camino puede transitarse en un enfoque gradual, que primero libere el tipo de cambio financiero/turístico e incorpore los bienes comerciales hasta tener completo el proceso en un par de meses.
Al dejar de intervenir en el mercado cambiario, el BCRA dejará automáticamente de perder reservas. Esto no quiere decir que no pueda intervenir para estabilizar el tipo de cambio en torno a su equilibrio, pero no necesitará hacerlo para mantenerlo en un valor que no es el de equilibrio.
Si el Gobierno avanza en este sentido sin cambiar su política fiscal y monetaria, el tipo de cambio se estabilizará en algún punto intermedio entre el oficial y el blue, seguramente con un salto respecto del oficial, ya que hoy los distintos controles mantienen artificialmente alta la demanda de pesos. Luego se deslizará aproximadamente a la tasa de inflación.
Sin brecha y con el mercado cambiario normalizado, probablemente se recupere la inversión, vuelvan los capitales, se alivien las economías regionales y se expanda el empleo. El mercado inmobiliario se reactivará automáticamente.
Después le quedará al Gobierno abordar un segundo problema central: la inflación. Así como prenunciamos la inevitabilidad de la devaluación, reiteramos algo igualmente contundente (aunque técnicamente aun más básico): con estos niveles de emisión es imposible no tener inflación. La pregunta es si el Gobierno lo entenderá antes de someterse a otro test electoral o si será la ciudadanía la que le explique que no se puede negar la realidad.
El autor es dip. nacional (Unión Pro)
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