El peligro de las profecías autocumplidas
Por segunda vez en menos de una semana, fuera del estricto cronograma que había fijado hace un año, el Banco Central volvió a subir drásticamente la tasa de pases a 33,25% anual y la de política monetaria a nada menos que 38,25%, en otro intento de hacer valer esta herramienta para frenar la escalada del dólar cuando las cotizaciones en las pizarras superaron los $22.
Esta decisión era esperada en el mercado para la semana próxima. Y su imprevisto adelanto reveló la preocupación del BCRA ante "la dinámica adquirida por el mercado cambiario, en un contexto de alta volatilidad internacional" (según reza el comunicado), después de haber vendido más de U$S4800 millones de sus reservas en las últimas seis jornadas de operaciones.
La "dinámica" alcista del dólar responde al fenómeno de las profecías autocumplidas. Si todos creen que va a subir y compran, finalmente termina subiendo. A esto se suma a comienzos de mes un aumento de la demanda minorista para atesoramiento debido al pago de sueldos: quienes pueden ahorrar se refugian en el dólar. Al menos hasta ver cuándo y en qué nivel se estabiliza o si conviene pasarse a pesos y aprovechar por un tiempo las altas tasas de interés. Lo mismo que quienes operan en gran escala. A esto último apuesta el BCRA con el fuerte incremento de la tasa de interés real frente a la inflación esperada, que el mercado deberá procesar en los próximos días. De hecho, cada vez que el BCRA vende reservas, absorbe pesos que le restan demanda futura al dólar. Y lo hace a una cotización más alta que cuando adquirió casi US$9000 millones a comienzos de enero (la última colocación de bonos del Tesoro en el mercado externo antes de la suba de tasas de interés en los Estados Unidos), con lo cual no deteriora su balance. Del otro lado del mostrador, quienes vinieron comprando dólares en los últimos meses apuestan a lo mismo.
Mientras tanto, la incógnita es en qué magnitudes el BCRA venderá reservas y/o elevará las tasas para detener esta "corrida" atípica. El especialista Claudio Zuchovicky prefiere desechar esta definición, porque implicaría una demanda sistemática a un precio ascendente y al que el dólar no se consigue. No es el caso, porque no existen topes para la compra en el mercado libre. A su vez, el BCRA cuenta con reservas por US$55.000 millones, aunque alrededor de la mitad es de libre disponibilidad. Si busca preservarlas, alentar la oferta de divisas y frenar al dólar para atenuar su impacto sobre la inflación, la herramienta serán las tasas a costa de un enfriamiento de la actividad económica.
Este costo es el que la Jefatura de Gabinete buscó evitar cuando el 28 de diciembre (Día de los Inocentes) dispuso recalcular la meta de inflación desde un inviable 12% hasta un exigente 15% en medio de una acumulación de ajustes tarifarios, para promover una baja de las tasas de interés y, de paso, recuperar parte del atraso cambiario de 2017. Cuatro meses después, la expectativa de inflación es más alta (22/23%) y las tasas se ubican entre 10 y 15 puntos porcentuales por encima. El dólar también subió (desde los $19,54 de entonces), aunque el tipo de cambio real perdió hasta ahora la mitad de la recuperación del período diciembre-febrero (14%). Con el agravante de que el BCRA -ante la imposibilidad de subir la tasa- decidió "plancharlo" durante marzo y abril, a costa de vender más de US$7200 millones y dañar la reputación del régimen de flotación cambiaria como mecanismo para atenuar shocks externos como el de las últimas semanas.
Un dólar quieto con inflación alta es como un resorte apretado que, al alentar la demanda y reducir la oferta, alimenta las profecías autocumplidas. Máxime cuando el riesgo país subió más que en el resto de la región, castiga a los bonos argentinos y encarece el costo del financiamiento externo. Y el Congreso genera mayor desconfianza al retener la reforma del mercado de capitales y amenazar con una peligrosa marcha atrás con la reducción del gasto en subsidios a las tarifas de energía.
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