Del "¿alguien vio una vez un dólar?" a debatir si hay que desdolarizar
En los últimos días revivió el debate sobre la desdolarización en la Argentina. ¿Alguno de ustedes vio alguna vez un dólar?, preguntó Juan Domingo Perón en el año 1946. El general se desmayaría si se enterara que, 73 años después, la Argentina quizás sea el segundo país del mundo en tenencia de billetes de dólares, después de Estados Unidos.
Según un artículo publicado por Bloomberg en 2013, un estudio del Tesoro de Estados Unidos, la Reserva Federal y el Servicio Secreto de ese país estimó que los argentinos teníamos aproximadamente 20.000 millones de dólares en efectivo a inicios de la década del 90; ese monto había crecido a 50.000 millones de dólares o más hacia 2006 (eso representaba al menos un 7% de todos los billetes fuera de Estados Unidos).
Un trabajo de 2012 escrito por una investigadora de la Reserva Federal estimaba que los envíos de dólares desde 2006 a Rusia y a la Argentina habían aumentado un 500%. Desde 2012, la acumulación de dólares no solo no se frenó, sino que se aceleró. Datos del Balance Cambiario del Banco Central muestran que, desde diciembre de 2015 hasta septiembre de 2019 los argentinos acumulamos billetes de dólares por 60.000 millones adicionales.
Así, la figura más frecuente en las billeteras de los argentinos no es ni Evita ni el guanaco, sino el gran Benjamin Franklin quien, paradójicamente, decía que "la riqueza no es de quien la tiene, sino del que la disfruta". El problema que tenemos los argentinos es que casi toda esta riqueza acumulada está fuera de nuestro sistema financiero y, por lo tanto, no podemos disfrutarla para desarrollar el país.
Los argentinos tenemos un grado de dolarización muy elevado de nuestra riqueza. Sin embargo, otros países con alta dolarización financiera, como Perú o Uruguay, han logrado operar con esta restricción en forma razonable, con depósitos y préstamos en dólares en el mercado financiero local, aunque ahora están haciendo esfuerzos regulatorios para aumentar el porcentaje de depósitos en moneda local.
En la Argentina fracasamos en este intento de operar en forma bimonetaria cuando cayó la convertibilidad y, en forma más tenue, después de las PASO de este año.
La historia financiera de la Argentina es tan dura que ni siquiera podemos tener los dólares dentro del sistema financiero local. Desde las PASO, los depósitos en dólares cayeron en 13.600 millones, un 42%. Una verdadera corrida bancaria, que pudo ser soportada gracias a que los bancos tenían, y todavía tienen, elevados niveles de liquidez en esa moneda. El crédito en dólares, sin embargo, cayó en casi 4500 millones, un 28%. Así, los préstamos totales al sector privado (pesos y dólares) eran a fines de octubre de menos de 10% del PBI, nivel que superan todos los países africanos, con excepción de dos (Congo y Sierra Leona) y todos los de América Latina.
El dinero cumple tres roles: depósito de valor, unidad de cuenta (para fijar precios) y medio de pago. En la Argentina está claro que el dólar es nuestro depósito de valor (medio de ahorro) preferido, un problema agravado porque ni siquiera podemos usar los dólares en el sistema financiero local para otorgar préstamos. En forma relacionada, la mayoría de la deuda del gobierno nacional, de las provincias y de las corporaciones está denominada en esa moneda, lo cual es un problema cuando el peso se deprecia fuertemente, como aprendimos tanto en 2002 como en 2018/19.
El dólar también se ha convertido en parte en la unidad de cuenta local para muchos bienes y servicios. Cuando se deprecia el peso contra el dólar, el precio de muchos bienes se ajusta en pesos, lo que no ocurre en otros países de la región donde la moneda local sirve de unidad de cuenta. Así, el uso del peso ha quedado restringido al de medio de pago, y solo para transacciones pequeñas.
Está claro que la situación óptima sería tener un elevado nivel de ahorro en pesos en nuestro sistema financiero local y, además, que la mayoría de los precios se fijara sin referencia a la cotización del dólar. Ello no solo permitiría tener un monto más elevado de préstamos orientados a empresas y familias, sino que también evitaría generar descalces de monedas como el que ocurrió en los años 90, cuando los argentinos depositaban dólares que los bancos luego prestaban a personas y empresas que generaban pesos.
Del estado actual de cosas al estado óptimo hay un camino que, en el mejor de los casos, llevará décadas recorrer. La pregunta es qué debemos hacer para llegar a buen puerto porque, como dicen Alain Ize y Eduardo Levy Yeyati en un trabajo sobre desdolarización financiera, "en países donde las políticas macroeconómicas y los marcos institucionales son débiles, desdolarizar puede significar un intento fútil de tratar el síntoma sin tratar la enfermedad."
La experiencia de los países que han logrado reducir su dolarización financiera (ahorro en billetes verdes) y el uso del dólar como unidad de cuenta, demuestra que eso fue logrado sobre la base de una fuerte mejora de su manejo fiscal y monetario. Esto incluye varios aspectos relacionados entre sí.
Todos estos componentes se dieron en Perú en años recientes. Ese país tuvo la mejor performance fiscal de la región en las últimas dos décadas. Perú tiene reservas internacionales equivalentes al 30% del PBI (en parte, porque el gobierno depositó allí excedentes fiscales durante los años de bonanza de los precios del cobre y el oro), lo cual le permite un manejo muy prudente de la volatilidad cambiaria; ha tenido una inflación anual promedio del 2,6% en lo que va del siglo; logró reducir el porcentaje de depósitos en dólares del 90% del total en la década de 1990 al 40% actual; tiene préstamos al sector privado por 47% del PBI, y tanto el sector público como el privado se endeudan a tasas muy bajas: el gobierno emite deuda a 10 años en Soles con un interés de 4,3%.
Como conclusión, surge que se requieren muchos años seguidos de superávit fiscal para reducir el peso de la deuda y el riesgo de financiación monetaria del déficit, y para contar con un elevado nivel de reservas internacionales. Esta es la condición necesaria para que la gente se anime a ahorrar en pesos y en el sistema financiero local. Pero no es suficiente.
Se requieren también varios elementos adicionales. Uno de ellos es contar con tasas "reales" (ajustadas por inflación) positivas, para inducir a los ahorristas a invertir en moneda local. Esto es lo contrario a lo que ha hecho la Argentina, que suele imponer controles de capitales, en parte para bajar artificialmente la tasa de interés doméstica. Así, desde 1962 la tasa real promedio mensual fue de 0,7% negativa. Es decir, quien depositó sus ahorros en plazos fijos en pesos en el sistema financiero local perdió 0,7% cada mes contra la inflación, en promedio. El resultado está a la vista.
Otro elemento es que todos los países que lograron bajar la inflación y "despegar" a los precios locales del dólar lo hicieron teniendo bancos centrales independientes, que fueron generando credibilidad en sus metas inflacionarias. Por último, para desarrollar el sistema financiero doméstico se requiere generar el andamiaje jurídico que permita proteger a los acreedores. En la Argentina, luego de cada devaluación de nuestra moneda, se busca cambiar los contratos, con el supuesto objetivo de proteger a los deudores, pero con el resultado de dejarlos sin crédito en el futuro.
Dado que nuestro nivel de préstamos es tan bajo, se pueden adoptar iniciativas que aceleren su crecimiento. Una de ellas es permitir un mayor uso del dólar como moneda de curso legal. Esto permitiría volcar a un uso productivo los dólares que hoy están ociosos. Con medidas de supervisión bancaria adecuadas y con respeto a los contratos entre privados, este sería un paso factible.
Otra alternativa es fomentar el uso de depósitos y préstamos indexados a la inflación. Ese fue el camino tomado por países como Brasil y Chile y eso permitió evitar una dolarización excesiva como la nuestra. Para que la indexación funcione, se requiere un Indec blindado de intervenciones, de modo que los ahorristas confíen en que la inflación que publicará nuestro instituto de estadísticas será fidedigna. También se necesita que haya respeto a los contratos entre privados. No hay que confundir, sin embargo, a estos "atajos" con el camino real, que es el de la prudencia fiscal y monetaria como política que trascienda a los gobiernos de turno.
El autor es economista. PhD (Universidad de Pensilvania); fue economista jefe para América Latina de Bank of America Merrill Lynch. Coautor de ¿Por qué fracasan todos los gobiernos? c/S.Berensztein
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