De la lluvia a la sequía de dólares
Los dólares se han transformado en un bien escaso y codiciado. Hoy no se los puede comprar para ahorrar, y el Chaco no pudo adquirirlos para pagar un servicio de su deuda. El dólar paralelo ha vuelto a la tapa de los diarios y tiene un diferencial del 30% respecto del oficial.
Esta realidad es nueva, ya que sólo unos pocos años atrás, en 2006, llovían dólares. De hecho, ese año las reservas subieron 4000 millones de dólares a pesar de que hubo un pago de 10.000 millones al FMI. Si no hubiera sido por ese pago, las reservas habrían subido 14.000 millones. Hoy están por debajo del stock que había en 2007, y van a caer por segundo año consecutivo.
En esos años el Banco Central estaba preocupado por evitar una apreciación del tipo de cambio y hasta intentó limitar la entrada de dólares con la introducción de controles al ingreso de capitales. El tipo de cambio paralelo cotizaba por debajo del oficial y el riesgo país de la Argentina estaba al mismo nivel que el de Brasil. No había controles a las importaciones, ni cepo cambiario, ni restricciones para comprar dólares para viajar al exterior.
Créase o no, los inversores apostaban al peso y había gran demanda de bonos y plazos fijos denominados en nuestra moneda. ¡Qué tiempos aquellos!
El año pasado la realidad era muy diferente. Comenzó una fuerte salida de capitales que se fue espiralizando y en el tercer trimestre llegó a 3000 millones de dólares por mes. Quedaba claro que esa situación era insostenible. Era necesario buscar una respuesta de política económica.
Una alternativa era la salida "tradicional", o sea tratar de frenar la venta de dólares mediante una depreciación y una suba en las tasas de interés que restauraran la confianza en el peso. Pero esa opción se descartó, ya que era una salida de mercado.
Finalmente, la respuesta de política económica se basó en la introducción de una multiplicidad de controles; para comprar dólares, para importar, o para efectuar diferentes pagos al exterior. Estas medidas obviamente en el corto plazo lograron frenar la salida de dólares y hasta crearon la ilusión de que se los podía controlar.
Pero el efecto tranquilizador duró poco. Paradójicamente, cuantas más medidas se tomaban para cuidar los dólares, más difícil era evitar que se siguieran yendo a medida que iba pasando el tiempo.
Los dólares que se ahorraron frenando importaciones o cortando el pago de dividendos se han perdido con creces debido a que hubo una menor inversión extranjera y a que cayó el menor financiamiento externo. Además, se observó que el sector privado canceló financiamiento externo y casi no tuvo acceso a nuevos préstamos. La cuenta de capital se transformó en una fuente de pérdida de divisas.
El Gobierno apostó a un gran superávit comercial para este año para aumentar el stock de reservas internacionales. Gracias a los controles a las importaciones, este año el superávit comercial debería llegar a un récord de unos 13.500 millones de dólares, superando el objetivo de diez millones que se fijó a fines del año pasado. Pero a pesar de estos esfuerzos no se podrá evitar que las reservas caigan en unos mil millones de dólares.
Los anuncios desprolijos y confusos sobre una posible pesificación de la economía para tratar de que se usen pesos en la compraventa de inmuebles o para ahorrar terminaron generando temores y llevaron a que los depósitos en dólares cayeran de 15.000 a 8000 millones.
Además, esta caída ha forzado a los bancos a frenar los préstamos en dólares para la prefinanciación de exportaciones, lo que significó una disminución de los créditos de más de 15.000 millones de pesos.
Los controles cambiarios deberían ser la excepción y no la regla. En esta ocasión han sido un paliativo y no una solución. De hecho, en gran parte explican el frenazo del sector inmobiliario, la desaceleración en muchos sectores productivos, el fuerte aumento en el riesgo país y la desaparición del crédito externo de largo plazo para financiar los proyectos de inversión.
Tal vez sea un buen momento para reflexionar sobre qué es lo que cambió en estos años. Las principales diferencias son que hacia mediados de la década pasada (2003-2007) la Argentina crecía a tasas altas, pero lo hacía manteniendo superávits gemelos, un tipo de cambio competitivo, una inflación y una suba de costos que no se habían disparado, mientras que nadie cuestionaba la calidad de nuestras estadísticas.
Algo ha cambiado en los últimos seis años. Los buenos fundamentals son parte del pasado; la Argentina hoy es un país mucho más caro en dólares y hay sectores que lo sufren y mucho. Los turistas vienen menos, los call centers se van a otros países y es más difícil exportar. Paliativos como los controles cambiarios sirven para ganar tiempo, pero las soluciones de fondo en algún momento tendrán que llegar. Y cuanto más se demoren, más difícil va ser recurrir a la sintonía fina, y aumentan las chances de que sea necesaria una sintonía gruesa.