Martín Guzmán: un lobo solitario que juega contra la tradición kirchnerista
Entre las 8.16 y las 8.51 del lunes pasado se puso en marcha un movimiento de pinzas desde los principales despachos que manejan la cuestión económica en la Argentina. Varios whatsapps con el texto copiado provenientes del Ministerio, el Banco Central y Presidencia les llegaron a los periodistas. Decían, con otras palabras, que por voluntad propia el Gobierno se autolimitaría durante lo que queda del año para reducir los pedidos de dinero al Banco Central. También hablaban de un horizonte fiscal más previsible.
El mensaje fue el resultado de una estrategia definida en los días anteriores, buscó llegar a los medios de comunicación antes de que abrieran los mercados y generó cierta sorpresa.
Aunque Martín Guzmán hizo referencia al punto varias veces, nunca había ocurrido hasta ahora que la Casa Rosada se comprometiera de manera expresa a contenerse al momento de recibir billetes recién impresos. El hecho fue visto por economistas y empresarios como un intento tímido de reconversión desde el denominado populismo tradicional -gastar sin saber de dónde vendrán los recursos- a una versión más realista de la gestión pública.
El pragmatismo viene de Alberto Fernández, que lo aprendió de Néstor Kirchner, según él mismo dice. Guzmán abraza la misma idea. Cuestiona a quienes militan el ajuste, pero asume que la normalización de la economía depende de mostrar un horizonte con cuentas ordenadas. Esa verdad primaria es incidental para los alfiles del kirchnerismo, que parecen haber dejado de lado la enseñanza angular del propio Kirchner. El último mandato de Cristina Kirchner es una pieza hecha a partir de ese olvido. En su conducción el país pasó de números azules a rojos y se consumió las reservas del Banco Central para sostener al peso.
No es la primera vez que el ministro de Economía se muestra pragmático. En medio de las diferencias y los cuestionamientos, esa característica le permitió llevarse algunos elogios de la vereda opositora. Hernán Lacunza, por ejemplo, considera en reserva que hay que dar la discusión por las jubilaciones, mientras que Guido Sandleris (exBCRA) etiquetó en reuniones privadas como razonables los subsidios adicionales de este año y Luis Caputo (exFinanzas y BCRA) celebró sin ataduras la reestructuración de la deuda privada.
La emancipación del Banco Central, al menos en los mensajes de whatsapp, va en contra de la tradición kirchnerista. Cuando las arcas públicas comenzaron a languidecer, el matrimonio Kirchner eligió financiar el déficit con la entidad monetaria, ya sea a través del uso de sus reservas o de la emisión. Lo mismo ocurrió con el primer peronismo, que se alejó de esas herramientas a partir de 1952, con lo que logró bajar la inflación. Los hechos podrían convertir a Guzmán en el intérprete del giro ortodoxo kirchnerista que también tuvo Perón.
El ministro tuvo una prueba de personalidad esta semana en una reunión con los empresarios más influyentes del país, un grupo sobre el que tiene especial desconfianza la vicepresidenta. Ellos creyeron oír en sus palabras la intención de reducir el gasto. Frente a Paolo Rocca (Techint), Héctor Magnetto (Clarín), Alfredo Coto y Carlos Miguens, entre otros, Guzmán, que ya ha recibido elogios de Cristina Kirchner y no integra la lista de "funcionarios que no funcionan", dio un paso inesperado: dijo que esperaba que el déficit del año próximo estuviera por debajo del 4%, menor al previsto en el presupuesto 2021. Es otra barrera autoimpuesta.
Curiosidad de la política y los negocios: lo mismo que incomoda a los socios mayoritarios del Frente de Todos entusiasma a los dueños del dinero. Ellos ven a Guzmán como un lobo solitario: mientras él trata de atraer inversiones, el fuego amigo cuestiona la propiedad privada o traga saliva cuando la defiende.
Son días memorables para el ministro, cuyos voceros se adelantaron el martes pasado a comunicar la recaudación de octubre, algo que hasta ahora estaba en cabeza de la AFIP. Una corroboración más de que es el dueño del poder para decidir sobre las cuestiones de la economía.
La conexión peronista
Economía, en cambio, abraza la tradición peronista en otro punto: se rehúsa a devaluar. La conducción descamisada suele dejar un tipo de cambio atrasado al que la sucede. El propio Juan Perón impuso en los 50 controles cambiarios que desanudó Frondizi y llevaron a una inflación muy alta.
En 1973, se pisaron las tarifas y el tipo de cambio, algo que comenzó a explotar en el Rodrigazo y continuó hasta años después. Lo mismo sucedió en la Convertibilidad menemista, parte del problema que heredó Fernando De la Rúa, y en el último período de Cristina Kirchner, que derivó en la primera devaluación de Mauricio Macri.
La comunión con el peronismo en ese punto se parece más a un "por ahora" que a un "para siempre". La diferencia entre el precio del dólar oficial y las versiones libres, que había llegado a una brecha extrema días atrás, nunca se salda porque bajan los últimos, sino porque los alcanza el primero.
Si bien el Gobierno acortó la distancia de 134% a 80%, no está claro cuánto pueda durar. Son números premonitorios de algo que ya pasó. Un trabajo del economista Fernando Marull, exasesor de Hacienda en la gestión de Macri, muestra que el pico que provocó el cepo de Mercedes Marcó del Pont en la última gestión de Cristina Kirchner terminó en la devaluación de Alfonso Prat-Gay y Federico Struzenegger, mientras que la diferencia de hasta 110% en 1989 terminó con un cambio de régimen cambiario (el paso del austral al peso).
Mucho antes, en 1982 y en un tiempo de guerra por Malvinas, la brecha era de 183% y fue la antesala de una devaluación. Si bien hay que llegar a 1975 para encontrar el clásico del Rodrigazo, la historia es abundante en ejemplos similares.
Las devaluaciones tienen otro problema si se las ve desde la política. Diversos trabajos muestran que si bien la brecha trabaja sobre las expectativas, quien manda en los precios es el tipo de cambio oficial. Eso se corroboró en Venezuela. Es un buen motivo para ensayar las medidas defensivas de Guzmán.
La caída del peso, sin embargo, resuelve otros problemas. Alberto Fernández puede ver un experimento que se está desarrollando en el país. Argentinos con ahorros en dólares notaron que les convenía venderlos en el mercado paralelo y hacer una diferencia que les simplificara la reforma o la construcción de una vivienda, o cambiar el auto. Es la razón por la cual los madereros que fabrican machimbre no pueden atender todos los pedidos y cuesta encontrar un modelo de auto de lujo.
La Argentina está barata para el que tiene dólares y los puede vender a buen precio. Ese efecto podría llegar hasta las grandes empresas que sólo consideran como opción seria la posibilidad de cambiar dólares en el mercado oficial.
Es una disyuntiva que trasunta los pasillos de la política: cuidar el tipo de cambio para moderar la inflación y aceptar un nivel de actividad bajo o volver a convertir a la Argentina en negocio para los inversores castigando el poder adquisitivo del salario.
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