Diego Bossio: “No veo una hiperinflación, sí veo una situación muy frágil”
El economista de Equilibra, exdirector de la Anses durante la gestión de Cristina Kirchner, dijo que el país tiene una anemia muy grande de crecimiento y que el PBI per cápita no solo no crece desde 2011, sino que está por debajo del de ese año; su visión sobre la falta de dólares, lo que puede pasar en un año electoral y las decisiones del Gobierno sobre la deuda pública que involucran al fondo previsional
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Estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires e hizo la maestría en la Universidad de San Andrés; fue funcionario del exgobernador de Mendoza Celso Jaque, director ejecutivo de la Anses (2009-2015) y diputado nacional por la provincia de Buenos Aires (2015-2019); es fundador del centro de investigación Equilibra
El economista Diego Bossio, exdirector de la Anses, forma parte de un espacio peronista opositor, que incluye al gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, al salteño Juan Manuel Urtubey y al exministro de Transporte Florencio Randazzo.
–¿Cómo ve la situación económica actual?
–Empiezo con un análisis más amplio. Cuando uno mira el PBI per cápita de la Argentina, desde 2011 el país no solo no crece, sino que hoy está por debajo del de ese año. Desde 1960, la Argentina pasó de ser de clase alta en América Latina a ser de clase media o media baja; es decir, países como Chile han tenido mejores performances económicos. Somos el país que más crisis tuvo desde 1960 a la fecha, con 17 crisis económicas. Nos sigue la República Popular del Congo. Es un país que tiene una anemia muy grande de crecimiento, que ha retrocedido muy fuerte. Hace pocos días, leía una carta de La Cámpora que decía “Distribuir para crecer”. Creo que está mal la causalidad. La Argentina tiene que darse un debate profundo de cómo volver a crecer.
–¿Por qué somos el país con más crisis económicas?
–En los momentos en que la Argentina creció hubo dos elementos centrales: estabilidad política y dólares. Países como Nueva Zelanda, Canadá y Australia exportan entre US$12.000 y US$14.000 per cápita por año. La Argentina exporta por habitante US$1800. Tenemos que pensar de qué forma logramos un modelo exportador fuerte, que nos permita alimentar nuestra capacidad productiva. Desde hace muchos años que la Argentina tampoco tiene un liderazgo claro, que nos permita tener un orden político, institucional y macroeconómico. Cuando uno mira el déficit fiscal de 1960 a la fecha, son muy pocos los años en los que tuvimos superávit fiscal. Es de primer orden tener consolidación fiscal en la Argentina. Esto no significa ser un ajustador serial, ni creer que con una ley de déficit cero se van a resolver los problemas. A veces es más difícil instrumentar las cosas que proclamarlas, pero está claro que si la Argentina no se consolida fiscalmente y no tiene institucionalidad monetaria, será muy difícil que podamos salir de esta situación de desorden macroeconómico.
–¿Quién fue el último gran líder que tuvo la Argentina?
–Más que grandes líderes, creo que hubo momentos de liderazgos claros, que permitieron convocar a una gran parte de la sociedad y de la diligencia política. En los 90, hubo un liderazgo claro de Carlos Menem, que permitió hacer una serie de reformas para que la Argentina crezca. Después se enamoraron de los instrumentos y la situación se agravó. No es el modelo a seguir, pero sí había un esquema de conducción que permitió bajar la inflación, estabilizar la economía y atraer inversiones. Durante la primera presidencia de Néstor Kirchner hubo orden político, se jerarquizó la figura política y hubo consenso suficiente para que la Argentina pudiera ordenarse primero desde lo político y luego ordenar la economía. Después hubo liderazgos, pero no pudieron ser virtuosos.
–¿A Cristina Kirchner no la cuenta con una líder que generó un proceso virtuoso?
–No puedo dejar de reconocer su capacidad de liderazgo cuando ganó dos veces la elección presidencial. Pero no hubo cinco años de crecimiento consecutivo, no hubo solidez en el crecimiento y hubo decisiones que evidentemente socavaron una macroeconomía, que necesita orden en el plano fiscal y en lo monetario para que no haya retroceso social. Hoy tenemos 40% de pobreza, un Estado que no da resultados, una familia de clase media que trabaja y no puede pedir un crédito hipotecario en un banco.
–¿Por qué la actual vicepresidenta no logró generar ese crecimiento en sus tres mandatos?
–Hubo un período entre 2009 y 2011 en el que hubo crecimiento. Finalmente, a fines de 2011 se optó por el cepo. Ganó Axel Kicillof en la idea económica de la Argentina, frente a los que creíamos que otro debía ser el rumbo. Ganó una idea más estatista. Me da la sensación de que, a partir de 2011, la Argentina no logra consolidar liderazgos políticos fuertes que ordenen la institucionalidad. No podemos nombrar a los procuradores o completar la Corte Suprema. La Argentina está bloqueada institucionalmente.
–¿Por qué se estancó el país?
–De 1960 a la fecha estuvimos 52 años con déficit fiscal. La Argentina no tiene acceso al financiamiento ni externo ni interno. Cada seis años estamos discutiendo en el Congreso un default, no respetamos las normas. Los países que tienen inflación superior al 40% no crecen de forma sostenida. Está estudiado. La madre de todas las batallas es la inflación, que lo único que hace es generar más pobreza. Para bajar la inflación tiene que haber musculatura política y después ordenar el plano fiscal y el monetario.
–¿Cómo ve la falta de dólares este año?
–Estamos ante una de las peores cosechas que ha tenido la Argentina. Eso repercute en la actividad económica del sector agropecuario, que es el que genera dólares. Posiblemente le signifique US$18.000 millones menos al Banco Central, con lo cual afectará de manera significativa las importaciones y, por lo tanto, la actividad económica, y la acumulación de reservas, que es necesaria para llevar adelante un programa antiinflacionario anclado en el dólar. Es un shock negativo transitorio muy difícil. Nosotros proyectamos una inflación alta en marzo (7%), que posiblemente se empiece a regularizar a partir de abril en torno al 5 o 6% mensual. Eso nos da una inflación de entre 100 y 110% anual. Creemos que la actividad económica, disponiendo de menos dólares, va a tener una caída en torno al 2% del PBI.
– ¿Cree que el Gobierno está al tanto de esta situación?
–Una cosecha como esta, a cualquier gobierno, a cualquier equipo económico y en cualquier circunstancia de la Argentina afecta de manera sustancial. Frente a lo extremo de una cosecha tan mala se pueden tomar decisiones extremas y el Gobierno seguramente va a pensar de qué manera ordena la economía de forma tal de que no sufra colapsos.
–¿Se puede evitar el colapso en un año electoral, con una economía sin reservas, inflación arriba del 100%, fragilidad política del oficialismo y tensión social en la calle?
–Los gobiernos intentan evitar que las crisis sean más agudas, sobre todo porque la situación social es muy frágil. El Gobierno tiene que hacer todos los esfuerzos y presentar un paquete de políticas públicas para evitar que haya una devaluación brusca. Pese a que tiene una debilidad política muy grande. Están las propias internas a cielo abierto del Gobierno, que las vemos a diario siempre hablándole a la política y no a las cuestiones de la gente. En este contexto, el equipo económico hace lo que puede para que esto no se desordene y no explote. Una devaluación en este contexto político y social no sería conveniente. Eso no significa que no haya tipo de cambio diferencial para las exportaciones, que no haya algún tipo de razonamiento para algunas actividades, como turismo, servicios, bienes suntuarios, que no haya que tener un cuidado de las reservas, que haya una búsqueda de financiamiento de organismos internacionales, alguna expansión de un swap con China. Posiblemente, haya que suavizar el ritmo de crecimiento de la economía, porque no van a estar los dólares para la actividad automotriz o los industriales. La buena noticia es que el déficit energético es menor al del año pasado.
–¿Dice que alcanzan esas herramientas en el año electoral?
–En los años electorales hay mayor demanda de dólares. Este año, además, hay desorden político en la coalición gobernante, sin hipótesis electoral, porque no saben quién es el candidato. El kirchnerismo, a su vez, está cuestionando el accionar del Presidente y el acuerdo con el Fondo. Con lo cual no hay unidad de acción, pero tampoco hay unidad de concepción. En ese contexto es mucho más compleja la situación. Ahora bien, los gobiernos tienen una vocación de persistir, de que las cosas vayan bien, porque no solo miran el presente sino el futuro, y por lo general tienen herramientas para encontrar la forma de que las cosas no exploten. No veo una hiperinflación; sí veo una situación muy frágil.
–A veces los gobiernos no tienen las herramientas para evitar catástrofes, como sucedió en la hiperinflación, en la crisis de 2001 o en 2018.
–Massa asumió en una situación de un ministro en fuga, como Guzmán, que había dejado un gasto descontrolado de 11% por encima de la inflación, en un contexto con mucho financiamiento monetario para cubrir el déficit. Tuvo una primera etapa en la que empezó a ordenar la situación, que se cortó con la embestida a la Corte por parte del kirchnerismo, cuando Massa empieza a perder la agenda parlamentaria. Había una agenda muy interesante, que tenía como eje central el blanqueo del acuerdo de intercambio de información financiera con Estados Unidos, que le podría haber dotado de dólares. A partir de ahí se bloquea el Congreso y después ocurre la sequía. Si se hubiesen tomado medidas en el momento en que el ministro en fuga deja el Gobierno, hoy el colchón sería totalmente distinto, porque se hubiese contado con más reservas. Tal vez la economía hubiese sido débil desde el punto de vista del crecimiento, pero mucho más ordenada, si se hubiese hecho una consolidación fiscal y una nueva institucionalidad monetaria.
–¿Cómo ve la decisión del Gobierno de usar bonos de la Anses para estabilizar los tipos de cambios paralelos?
–Por un lado, los objetivos macroeconómicos que tiene el Gobierno son conseguir pesos para financiar el déficit y contar con un instrumento que ofrezca una alternativa a los tipos de cambio paralelos. Ese objetivo macroeconómico contrasta con lo que perciben los inversores, que es que se está privatizando deuda a precios de remate. Por eso aumentó el riesgo país de 2000 a 2500. Después está lo de la Anses. En nuestra gestión, dolarizamos nuestra cartera de bonos, pasamos del 10% la tenencia a más del 40%, porque entendíamos que era la forma de cubrir ese activo, que es cierto que no paga jubilaciones y que es cierto que, en algún momento, después de 16 años, tendremos que pensar qué nuevo rol le damos. Pero también es cierto que hay una estructura jurídica y antecedentes que hay que cuidar. Cuando llegué a la Anses estaban embargados los activos en el exterior. Para defendernos, contratamos un estudio de abogados distinto al de la República, porque justamente nuestro argumento era mostrar que el fondo era independiente de las decisiones macroeconómicas del Estado. Eso fue una sugerencia de quien era el entonces director ejecutivo del FGS, Sergio Chodos [actual representante argentino ante el FMI]. Por eso, el juez Thomas Griesa nos liberó los activos. La Anses tiene que preservar sus activos, no puede estar pendiente de las decisiones macroeconómicas de un gobierno.
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