Detrás de la grieta hay un nudo
Es nostalgia por algo que todavía no se perdió, pero que parece difícil de retener. La sintieron y expresaron esta semana algunos empresarios: se lamentan de que la candidatura de Roberto Lavagna no haya cobrado el volumen que llegaron a imaginar a principios de año. Ellos lo atribuyen a errores de timing. "Roberto demora el lanzamiento de su candidatura y no se da cuenta de que muchos estamos esperando eso para sostenerlo", se había impacientado en abril ante LA NACION el principal accionista de un grupo nacional. Las elecciones son mañana y el exministro de Economía estará entre los competidores. Pero la ilusión de verlo encabezando una gran coalición como alternativa a Macri y al kirchnerismo se extinguió enseguida, apenas fracasó su acuerdo con Schiaretti y Massa. Pasaron diez siglos: en aquellas fotos de Alternativa Federal estaba también Pichetto.
La melancolía por Lavagna tiene dos explicaciones. La más obvia es que los hombres de negocios valoran genuinamente al candidato, a quien consideran capacitado para desatar los nudos gordianos de la economía. Inciden allí reminiscencias de un momento ideal de la Argentina, entre 2002 y 2005. El país estaba todavía en default; las tarifas, congeladas; el dólar venía de pasar aquí de 1 a 4 pesos y de devaluarse 30% en el mundo; arrancaba el boom de las commodities, y la inflación y el gasto público parecían lejos de desmadrarse porque, entre otros motivos, el Gobierno había decidido en esos años dar aumentos solo a la jubilación mínima. La balanza de pagos -es decir, la diferencia entre lo que entra y lo que sale en dólares incluida la deuda, que en el peor momento de Macri llegó al 5% del PBI de déficit- tenía entonces 3% de superávit. El fin de ese festival de competitividad se empezó a percibir recién en 2008, ya sin Lavagna, con la estatización del sistema previsional y el fracaso de la resolución 125, y se terminó de consolidar en 2010, año en que los empresarios ubican la muerte de aquel modelo y a partir del cual la Argentina se dedicó a consumir stocks. Lo que vino después está más fresco: emisión monetaria, cepo, default, cortes de energía.
Las invocaciones a la figura de Lavagna tienen también razones institucionales en el presente. Si el economista pudiera llegar entre mañana y octubre por lo menos al porcentaje que obtuvo Massa en 2015 (21%), esa fuerza sería relevante en futuras negociaciones por reformas sin las cuales, creen los empresarios, jamás será atractivo invertir en el país. Pero las últimas encuestas parecían ubicarlo lejos de conseguirlo. Vistas en perspectiva, estas elecciones polarizadas terminan siendo perjudiciales para cualquier acuerdo y hasta paradójicas para el ganador: redituables en campaña, se vuelven obstáculos después, cuando llega el momento de gestionar y sumar sectores, porque dejan heridas. Es cierto que el resto del mundo ha ido también a sociedades divididas, pero en la mayoría de los casos después de consensos económicos básicos sin los cuales los países no funcionan. La Argentina arrastra todavía problemas que, como la inflación, otras naciones resolvieron en los años 70 (Japón), 80 (Estados Unidos) o 90 (Chile).
La novedad de estas elecciones es que las principales fuerzas coinciden en este diagnóstico. Pasó algo parecido con la última crisis energética: era tan grave que casi no existían diferencias entre lo que recomendaban analistas de izquierda o de derecha. Para salir de la recesión, Macri o Alberto Fernández deberán lidiar con lo que los empresarios llaman costo argentino: un monstruo de varias cabezas que combina ineficiencias sistémicas, leyes laborales rígidas y alta carga impositiva. Hace tres meses, durante la negociación por el proyecto del blanqueo laboral que fracasó en el Congreso, un funcionario del Gobierno le planteó a la CGT la necesidad de aprobar la iniciativa. "Vamos a apoyar, pero este año es imposible", contestaron los dirigentes gremiales. Fue un traspié aislado, pero significativo, porque representaba el primer paso de una propuesta más amplia: convencido de que la oposición no aceptaría la flexibilización laboral, el oficialismo intentaba hacerla por etapas y sectores. La rigidez de ese sistema, que resguarda a quienes tienen trabajo y disuade al mismo tiempo a las empresas de incorporar personal, se explica por detalles como el ausentismo, que llega en algunas plantas fabriles bonaerenses al 8%. Es decir, de 23 días hábiles, hay dos en los que, incluso con justificativos médicos sospechosos, los empleados se quedan en sus casas todos los meses.
Macri y Fernández deberán abordar estas inconsistencias desde posiciones diferentes. Al candidato del Frente de Todos debería costarle menos por afinidad ideológica. En la Casa Rosada suponen que Macri podrá, sin embargo, aprovechar el horizonte acotado de su mandato: el PJ aspira a acceder al poder en 2023 con las reformas ya hechas. La incorporación de Pichetto a la fórmula parece estar anticipando esa coincidencia de intereses. El resto dependerá del modo en que se muevan uno u otro. Fernández estará obligado a convencer a la rama menos ortodoxa de su coalición. "Alberto forma parte de nuestro espacio, pero no pensamos exactamente igual", anticipó la semana pasada Kicillof a LA NACION. En Juntos por el Cambio dicen a su vez que Macri aprendió de los errores. Es por lo menos lo que piensan en los equipos de dos dirigentes que pretenden sucederlo, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, que aspiran además a algo que habrá que empezar a corroborar mañana: mostrarle al jefe que deben ser escuchados en las decisiones de gobierno porque le han aportado votos.
El otro mal endémico que deberá resolver el próximo presidente es la falta de dólares para sostener el gasto. Después de subestimar el problema durante dos años, el Gobierno hizo un ajuste que bajó el déficit de cuenta corriente a menos del 2% del PBI: un nivel similar al del segundo mandato de Cristina Kirchner. Los márgenes de acción seguirán siendo estrechos. Si viene, la reactivación será en todo caso gradual y consecuencia de un equilibrio difícil: procurar que las divisas generadas por las exportaciones no solo sean suficientes para pagar la deuda, sino que esa prioridad no comprometa del todo el pago de las importaciones, es decir, la inversión en capital para crecer. Si eso funciona, habrá entonces que atender al problema de fondo: que los empresarios vuelvan a confiar para invertir en negocios redituables, y los ahorristas, para quedarse con los pesos. Es una meta elemental que solo se logra al cabo de períodos prolongados de estabilidad sin inflación. En distintas magnitudes, Chile y Brasil lo consiguieron.
Las lamentaciones por Lavagna son un poco eso, añoranzas de una época dorada en que se estuvo a tiempo de encaminar todas las variables: cuando el despegue era posible. Cada tanto, casi siempre desde la misma posición, la Argentina se ilusiona con empezar de nuevo.
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