Historias de vida detrás de los crudos números de la crisis laboral agravada por la cuarentena
Con entrevistas en profundidad, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA y el Banco de Desarrollo de América Latina exploraron los efectos de la pandemia en la vida de personas con empleos precarios; casos, conclusiones y datos del contexto
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Malena vive con sus hijos en la zona sur del conurbano bonaerense. A sus 40 y tantos años, se dedica a tareas de limpieza en casas particulares y locales comerciales. Por la pandemia de Covid-19 y la cuarentena obligatoria dispuesta por el Gobierno, a mediados de marzo de 2020 tuvo que dejar de trabajar; pasaron cinco meses hasta que pudo volver a uno de los hogares, y lo hizo por menos horas que antes y, por lo tanto, con ingresos más reducidos. En los otros lugares, donde hay adultos mayores, le demoraron el regreso, por temor a los contagios. Sus empleadores no le pagaron el sueldo durante los meses en los que no estuvo trabajando.
Por sus chicos menores de edad, Malena percibe la Asignación Universal por Hijo (AUH). También accede a una prestación por uno de sus dos hijos mayores, que tiene un retraso madurativo. Esos cobros, el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) –un pago de $10.000 que se hizo tres veces en un período de seis meses durante 2020, a razón de $5000 mensuales– y la asistencia económica y alimentaria que le dieron su hermano y algunos vecinos que eventualmente le llevaban frutas y verduras, fueron sus fuentes de ingresos durante varios meses. Antes, recibía dinero de su exmarido, pero eso se cortó cuando el hombre le dijo que no estaba trabajando y que no tenía plata. “Percibo menos; lo que no falta es comida, pero comprar cosas que antes comprábamos, no puedo”, contó la mujer.
El de Malena es uno de los 10 testimonios incluidos en el libro La voz de la informalidad, que es el resultado de un estudio hecho por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina, y la Dirección de Innovación Social del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), que consistió en entrevistar en profundidad, entre agosto y septiembre de 2020, a trabajadores en situación de vulnerabilidad.
El objetivo fue conocer cómo se vivieron los tiempos de cuarentena y, en algunos aspectos, cómo se vive y se piensa más allá del problema sanitario. Las entrevistas incluyeron 43 preguntas, que buscaron permitir la manifestación de necesidades, preocupaciones, demandas, logros, emociones y formas de pensar y ver la realidad de trabajadores informales, o formales vulnerables (por ejemplo, por sus bajos ingresos o sus trayectorias intermitentes).
Para esta nota se seleccionaron cuatro casos (uno es el de Malena), y se los contextualizó con la estadística que revela qué pasó en cada uno de cuatro segmentos del mundo laboral: servicio doméstico, asalariados formales, cuentapropistas y empleados informales. El citado informe preserva la identidad de los participantes; por eso, solo hay nombres propios en los testimonios, que son reflejo de las realidades detrás de los números.
1. Malena, trabajadora de servicio doméstico
Con una actitud esperanzada sostenida por sus creencias religiosas, Malena (cuya historia se contó en los primeros párrafos) dejó el mensaje de que en la vida “hay que ser fuertes” y enfrentar los problemas, a la vez que mostró una postura comprensiva con sus empleadores. En su barrio participa de acciones solidarias y vio con tristeza que algunos comedores cerraron por falta de alimentos.
Además de contar que tuvo que lidiar con problemas de salud de sus hijos y de su madre –les suspendieron turnos médicos y de atención psicológica–, y que a los chicos el aislamiento les provocó agobio y un desajuste de horarios, dijo valorar que pasó más tiempo en familia.
• UN SECTOR CON FUERTE CAÍDA Y CON MUY LENTA RECUPERACIÓN. En el segundo trimestre de 2020, el de la cuarentena más estricta, la cantidad de personas ocupadas en el servicio doméstico, según es posible estimar sobre la base de los datos del Indec, cayó más de 38% respecto de los tres primeros meses de ese año. Así, la pérdida de puestos fue muy superior a la que se detectó para el universo total de ocupaciones laborales (21%). Solo si se consideran los 31 centros urbanos donde se hace la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, eso significó 359.400 empleos menos en ese período.
Según lo establecido por el Poder Ejecutivo, esas personas debían continuar cobrando sus ingresos; en la vida real, sin embargo, las cosas fueron diferentes. La encuesta de hogares del Indec solo contó como ocupados a quienes dijeron seguir cobrando su ingreso, aun cuando no iban a trabajar. Por eso, las cifras mencionadas en el párrafo anterior muestran la cantidad de trabajadoras que, como Malena, no cobraron sus salarios. La muy elevada informalidad explica en parte ese hecho: antes de la pandemia, las estimaciones del Indec señalaban que más de 70% de quienes estaban en esta actividad no tenía registro.
Después de aquel período con mayores restricciones, en el cual solo había autorización de trabajo –entre las categorías de servicio doméstico– para quienes se dedican a cuidar personas, vinieron meses de recuperación de empleos, a partir de la habilitación progresiva de actividades. Pero, así como en este segmento se sufrió una caída mucho más fuerte que la del empleo en general, la reactivación fue luego menor. El dato del primer trimestre de este año da cuenta de que las personas ocupadas en el servicio doméstico representan un 5,4% del total, mientras que en los primeros meses de 2020 eran el 7,7%. Eso significa una disminución del número de puestos nada menos que de 30% (de 927.465 a 647.028 en los centros urbanos medidos por el Indec).
En el segmento formal la caída fue más suave. En junio último (dato más reciente), hubo un 5% menos de puestos registrados que en el mes previo a la cuarentena, y un 1,5% menos que en el sexto mes de 2020.
Más allá de valorar la flexibilidad en el uso del tiempo que le da trabajar en casas particulares, Malena expresó su deseo de tener un empleo estable y regular.
2. Karina y el trabajo en blanco perdido
Karina tuvo un trabajo bajo relación de dependencia y en blanco. La efectivizaron como personal de seguridad en un local de ropa poco antes del inicio de la cuarentena. “Me despidieron el 1° de abril; hasta el 20 de marzo yo trabajé, y después me despidieron. Hacía poco que me habían efectivizado, porque yo ya estaba trabajando con ellos hacía más de un año, en distintos locales, pero en negro, tres veces a la semana”, contó la mujer, que vive en la zona oeste del conurbano con su marido –de quien está separada– y un hijo.
Tras el despido –según dijo, le pagaron una indemnización inferior a la que correspondía–, se puso a buscar trabajo. “Tengo 44 años, así que para la sociedad yo estoy muerta, digamos”, lamentó, al referirse a las dificultades para conseguir un puesto. Con la angustia a cuestas, los primeros tiempos como desocupada y en cuarentena no fueron fáciles, y administrar sus tiempos sin la rutina laboral le resultó un difícil desafío. Hasta que empezó a hacer cosas que consideró productivas, incluyendo cursos que le aportan conocimientos valiosos para su búsqueda.
¿Cómo fue la vida en cuanto a lo económico? Según Karina, en el inicio de la cuarentena su marido tampoco tenía ocupación, así que consumieron ahorros y pagaron las cuentas con demoras. Después, él volvió a trabajar y eso trajo un alivio. Pero apareció otro problema: según el informe de la ODSA y la CAF, ella contó que el marido le limitaba los consumos, “haciéndola sentir inútil por no trabajar y no tener el dinero para solventar los gastos”, una situación que, con diálogo y según contó, mejoró con el tiempo.
Karina dijo no haber recibido ninguna ayuda del Estado. Se anotó para cobrar el IFE, pero la prestación le fue negada porque su marido tenía trabajo bajo relación de dependencia. Eso le provocó enojo, porque consideró que algunos conocidos no deberían haberlo recibido y, sin embargo, sí lo hicieron.
Antes de la pandemia, su proyecto era irse a vivir sola, pero con la situación sanitaria y los efectos en lo laboral, congeló el plan. Sobre el entorno, afirmó que “aumentó la inseguridad y la gente sale mucho a pedir”.
• EL NÚMERO DE ASALARIADOS EN BLANCO, MENOR AL DE UNA DÉCADA ATRÁS. En diciembre de 2019 se estableció la duplicación del monto de indemnización por despido sin causa. Y unos días después de iniciada la cuarentena, el Gobierno decretó la prohibición de las cesantías. Por las características del empleo en blanco y por las mayores posibilidades que se tiene en ese segmento –respecto de otros– de teletrabajar, este es el grupo que resultó con menores daños si se miran las estadísticas, aun cuando a las medidas de pretendida protección se les impuso en no pocos casos el cierre de empresas, sobre todo de pymes.
En rigor, el mundo de los asalariados formales en la Argentina tiene un problema de estancamiento que lleva ya más de una década. Según los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), en junio último había 5,86 millones de asalariados en el sector privado: 2,7% menos que en febrero de 2020, y 1,6% menos que en junio de 2011. Es decir: actualmente hay menos empleados bajo relación de dependencia del sector privado formal que hace una década.
Karina contó que tenía en mente abrir un negocio con su hermana: “Me quedé sin trabajo, así que no pude empezar a ahorrar, ni nada. Pero bueno, ese era un proyecto que tenía, tener una actividad propia”.
3. Jaime, cuentapropista informal
A sus 29 años, Jaime, también habitante de la zona oeste del conurbano, se dedicaba a hacer por cuenta propia trabajos de albañilería y electricidad. Ocasionalmente, salía con su carro a juntar cartones, comida y todo lo que le parecía útil entre lo que se cruzaba en su camino. Pero su principal fuente de ingresos estaba en su tarea de ayudante en el taller de herrería de un vecino.
Nada de eso pudo hacer cuando llegó el aislamiento obligatorio. Solo después de unos meses, le llegó la posibilidad de un trabajo eventual, y se puso a empaquetar en su casa juguetes para una fábrica, una actividad informal y de ingresos bajos. “Son monedas que gano, $0,20 por bolsita (…) y trabajo las 24 horas del día a veces (...); tengo un bebé, no me alcanza la plata, no rinde”, describió.
Sin tener por momentos ni para comer, Jaime recurrió a préstamos. “El de Anses me lo están descontando, supuestamente”, dijo, en cuanto a la devolución. Y el de la familia lo devuelve como puede. “Hay muchos que me dicen ‘cuando puedas lo devolvés’ o ‘cuando te acomodes me devolvés’, pero me da cosa, te sentís mal, uno se siente mal, obvio”.
Sobre las políticas del Gobierno, Jaime consideraba, al momento de la entrevista, que se estaba haciendo lo necesario para contener la pandemia, pero también que los funcionarios “tendrían que ayudar más a la gente. A la gente que no tiene, ¿no? Obvio... Hay gente que anda en la calle, que no tiene ni dónde dormir. Hay gente que está muy mal. Mucha gente enferma también, que no tenemos ni para comprar medicación y andamos con lo justo”.
• UN SECTOR AMPLIO VINCULADO A LA POBREZA. El segmento del cuentapropismo tiene un altísimo nivel de informalidad. Según datos del segundo semestre de 2020 del Barómetro de la Deuda Social de la ODSA (que toma una muestra de 5760 casos en ciudades de 80.000 habitantes y más), del total de ocupados, el 51,5% está en la microeconomía informal: hace actividades no profesionales de forma autónoma, o dentro de pequeñas unidades productivas de baja productividad, alta rotación y baja o nula vinculación con el mundo formal.
Cuando dejó de salir para ir trabajar, Jaime empezó a hacer tareas hogareñas, como cocinar. Al momento de ser entrevistado, no sabía si volvería a tener los trabajos de antes, que incluían el de la herrería.
4. Miguel: puntadas con hilo pero sin aportes
Miguel, que vive con su mujer y sus dos hijos en la ciudad de Buenos Aires, trabajaba como costurero en un taller textil; tenía una jornada diaria de 12 horas y no estaba registrado. “Cuando empezó la cuarentena se suspendió todo, no se podía salir. No tengo coche”, contó. El empleador dejó de pagarle. ¿Qué sintió? “Incertidumbre; tristeza no. Tengo mi familia, no hay necesidad de estar triste con mi familia”, afirmó. Un par de meses después logró que alguien a quien contactó por internet recibiera los barbijos que había empezado a hacer, para venderlos.
Los problemas económicos que describió Miguel tienen que ver con la falta o la insuficiencia de ingresos, pero también, lógicamente, con el incremento incansable de los precios. Cuando se terminó la plata de los ahorros, tuvo que ir varios días con su familia a un comedor, para poder alimentarse. Antes, ya habían cambiado de productos y de marcas para procurar que los billetes rindieran un poco más.
La confección de barbijos dejó lugar tiempo después a un trabajo temporal para un taller, y luego a otro. La cantidad de dinero recibida siguió siendo inferior que la percibida por el trabajo perdido en marzo de 2020. Miguel no solo manifestó sus expectativas de conseguir más opciones en los meses siguientes, sino que también expresó su deseo de empezar a trabajar por cuenta propia.
Quizá en esa decisión tenga que ver el hecho de que, más allá de la situación del bolsillo, pasó más tiempo con sus hijos. De ellos, le preocupan los efectos de la falta de clases presenciales: “El nivel educativo de mis hijos está perdido este año [por 2020], aunque hayan tenido clases. Por ahí tienen clases por Zoom con una seño que no sé si no le interesa, o por ahí no está adaptada a esto, pero no le interesa, toma lista y chau”.
En lo laboral y en lo educativo (que tendrá su impacto en el futuro), Miguel cree que hubo tiempo perdido. “Pero no lo veo tan perdido a nivel de mi familia, en varios sentidos”, dijo. Y agregó: “Son tiempos para pensar, para analizar las cosas (...), para reflexionar qué es lo que realmente puedo hacer y cómo hacerlo”.
• UN TERCIO DE LOS ASALARIADOS, SIN APORTES. Los dependientes sin descuento jubilatorio ni de obra social, como Miguel, son, según la EPH del primer trimestre de este año, el 32,4% del total. Ese índice había caído del 35,8% al 23,8% entre el primer y el segundo trimestre de 2020, pero no por una mejora del mercado laboral, sino por la mayor incidencia de los empleos informales en la pérdida de puestos. Y los nuevos que surgen (o se recuperan) en estos tiempos son, por tanto y en su gran mayoría, también informales.
Problemas de larga data
Para el sociólogo Agustín Salvia, director de la ODSA, una de las principales ideas fuerza que surgen de los diálogos a fondo con trabajadores es “la relativa naturalidad” con la cual se asimila la desprotección estructural, que no solo tiene que ver con los aspectos laborales. “Se valora la asistencia social como una ayuda, pero no como un derecho, ni siquiera como un elemento compensador de derechos”, agregó. Los entrevistados, de hecho, mostraron sus inquietudes y sus esfuerzos por conseguir una ocupación, por lograr una mejor que la que tienen, o por acceder a una que sea formal.
Salvia destacó otras dos conclusiones. Una es que la paciencia, la resiliencia y la innovación surgen desde algo que identificó como “una energía moral” muy importante. Y la otra es que se evidencia “la enorme deuda del sistema económico, social y político”, un sistema que parece no encontrarse con las expectativas de al menos gran parte de la población. En un país con persistentes altas tasas de informalidad y pobreza, las conclusiones hablan de un “dar la pelea” no novedoso, aunque sí intensificado por lo atípico de estos años.
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