Después de los cupos
Cuando este domingo el presidente Alberto Fernández inaugure las sesiones ordinarias de 2020, lo hará frente a un Congreso cuya participación femenina acaba de superar el 40 por ciento. Ese fue el primer impacto de la aplicación de la Ley de Paridad de Género en las elecciones de 2019, aunque no hubo ningún salto. La conformación anterior estaba apenas unos puntos más abajo. Sin embargo, aunque el crecimiento haya sido leve, no deja de ser un avance.
Quienes están en contra de establecer cupos mínimos de género -paridad como en la legislación actual, un piso del 30% como en la anterior- esgrimen varios argumentos. Dicen que no son necesarios y enumeran mujeres protagonistas de la política argentina: Cristina Fernández de Kirchner, María Eugenia Vidal o Elisa Carrió, según el caso. Los tres nombres se repiten, pero parecen más un recordatorio de que si se puede puntualizar tan bien, entonces no son ejemplos, son excepciones.
También dicen que establecer mínimos no soluciona nada. Pero para ver la diferencia entre un país con cupos y otro que no los tiene basta con mirar al Congreso de los Estados Unidos. Incluso después de un año con participación récord de candidatas en las elecciones legislativas, las mujeres no representan ni un cuarto de las bancas.
No debería sorprender: son muchas las dificultades por las que pasan quienes aspiran a un lugar en el Congreso estadounidense.
No solo tienen que conseguir votos. También tienen que recaudar fondos para las campañas, algo que resulta más sencillo para los candidatos blancos y varones que son parte del circuito político desde hace décadas. Incluso cuando ellas logran ser elegidas para una legislatura estatal (en lugares como el estado de Nevada son más del 52 por ciento), el salto a la política nacional es todavía más complicado y replica una estructura conocida en la desigualdad de género: hay menos mujeres en los lugares más altos de una jerarquía.
El sector privado lo sabe muy bien. En los Estados Unidos, solo el 22% de los cargos directivos de las empresas del índice S&P 500 está cubierto por mujeres. En la Argentina, ellas ocupan poco más del 10 por ciento de los puestos de dirección en las empresas del mercado de capitales.
Para solucionar esta clase de disparidades, varios países, sobre todo de Europa, crearon cupos para mujeres en los directorios de las empresas.
Una iniciativa de este estilo fue particularmente exitosa en Noruega. Pasaron más de diez años desde su implementación y las mujeres ahora representan más del 40% de los puestos directivos, la diversidad de estas juntas se incrementó y bajó la brecha salarial entre sus miembros.
De hecho, quienes están a favor de políticas públicas activas a favor de la igualdad de género suelen citar el paraíso nórdico como ejemplo: los cupos de Noruega, las leyes contra la brecha de género de Islandia, los sistemas de cuidado de Finlandia. Todos países que se encuentran en los puestos más altos del Informe de la Brecha Global de Género del Foro Económico Mundial.
Pero como las razones de la desigualdad son muy profundas, no basta una ley que diga que es necesario sumar mujeres.
Por ejemplo, mientras la cantidad de mujeres en puestos directivos creció en Noruega, el porcentaje de las que están efectivamente al frente de las empresas más grandes de ese país sigue en un dígito.
La Argentina tiene ley de paridad para candidatos y candidatas al Congreso, pero eso no evita que los partidos políticos pongan a las mujeres en el segundo lugar de la lista de aspirantes al Senado, un espacio en el que al final tienen una menor probabilidad de ser elegidas. Cumplen con la ley, sí, pero no generan un cambio significativo en la participación parlamentaria de las mujeres. Por eso hay que ir mucho más allá de los pisos mínimos.
Como dice una cita popular en inglés, diversidad es que te inviten a la fiesta, inclusión es que te saquen a bailar.
Es imposible lograr una mayor participación de las mujeres si no se cambia la cultura de una empresa y se va a las raíces de la problemática. El cupo aparece entonces solo como una solución rápida, pero no es superficial. También es un comienzo y proporciona un piso inmediato sobre el que trabajar después.