Después del shock, esperanza con templanza
Golpeada por la crisis, la sociedad se convenció en 2021 de que tenía que haber un cambio y decidió entonces apostar por lo desconocido y moderar expectativas; como ahora ve que algunas promesas se cumplieron, entró en un círculo virtuoso de credibilidad
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“Yo hago sacrificios. Me estoy privando de muchas cosas. Pero lo hago porque tengo la esperanza de que esto va a cambiar”.
Esta cita textual, de uno de los más de 100 focus groups que hicimos a lo largo del año para decodificar el humor social, sintetiza lo que fue el 2024 para la mayoría de los ciudadanos. Conviven allí la plena conciencia sobre la restricción que alteró significativamente la vida cotidiana –durante el primer semestre la peor caída del consumo de que se tenga registro desde 2002- con la convicción por ver más allá una “tierra prometida”.
Mayoritariamente, los argentinos sienten que están huyendo. Del dolor, de la oscuridad, de un agudo malestar, de la degradación permanente, de un espiral descendente sin fin. Y por eso caminan, marchan, creen. Se atrevieron a saltar al vacío. Y lo hicieron por primera vez de manera voluntaria, consciente, buscada. Desde el 2021, el sentir mayoritario expresaba un grito sordo y subterráneo que se fue volviendo audible y catártico: “Esto así no va más”.
De aquella génesis nació el sorpresivo estoicismo que exhibieron este año. Moderaron sus expectativas, ejercieron el autocontrol, desplegaron la mesura, soportaron las vicisitudes de la escasez.
Fueron capaces, en sus propias palabras, de “cruzar el desierto”. Pusieron energía, mente y espíritu en juntar las fuerzas para atravesar un territorio que intuían áspero y que terminaría siendo más hostil e inhóspito de lo que habían imaginado.
Los últimos datos de noviembre de Scentia indican que el consumo masivo –alimentos, bebidas, cosméticos– cayó 13,5% interanual acumulado. El último mes, 20% interanual. En la construcción se perdieron 73.000 puestos de trabajo formales en un año de acuerdo con la información oficial del Indec. Los insumos se contrajeron 28,5%; los despachos de cemento, 25,2%, y el indicador de actividad, 29%. Todos ellos en variaciones interanuales acumuladas a la fecha de las últimas publicaciones. Estamos hablando de un sector económico con fuerte impacto multiplicador y mano de obra intensiva, sobre todo en la base de la pirámide.
Es un sinsentido subestimar la profunda contracción económica que atravesó la sociedad en el 2024 que concluye. Resultaría un error de análisis del mismo calibre negar la tolerancia y la resistencia que supo encarnar la población. Las dos cosas son verdad.
Es por ello que la “recesión con ilusión” signó gran parte del tránsito. Convivió desde junio y hasta septiembre con cierta dosis de urgencia: fragilidad con ansiedad. Habiendo aceptado los sinsabores de esa gesta épica, muchos se preguntaban dónde estaba el oasis en medio de aquel desierto que se tornaba implacable.
Desde octubre, intuyendo que “lo peor ya pasó”, de cara a un 2025 que luce más auspicioso aunque no exento de desafíos, dificultades y dolores, más de la mitad de la ciudadanía se abraza ahora a un nuevo sentir dominante: esperanza con templanza.
De hecho, las últimas mediciones de la encuestadora de opinión pública Casa Tres destaca que es el sentimiento con el que se identifica más gente: 42% de las personas afirman hoy sentirse esperanzadas.
Esperanza con templanza es una conjunción potencialmente muy poderosa por el sentido que emana de ambos conceptos. Son palabras mayores para el espíritu humano. Incluso ambas dimensiones se retroalimentan. Fue el propio Jesús quien dijo: “Felices los que creen sin haber visto”. La gran mayoría de las veces se requiere una gran fortaleza para dejarse guiar por aquello que es apenas una posibilidad.
En su ya famoso ensayo Esperanza sin optimismo que publicó en 2015, el crítico de cultura inglés Terry Eagleton realizó una defensa de la esperanza bien entendida, siendo algo no sólo útil, sino también deseable.
Comienza acusando de banal al optimismo liviano, que cree que las cosas saldrán bien sólo porque esa es su tendencia natural. Lo acusa de inconducente y, sobre todo, de improductivo. Dice: “Esperar significa proyectarnos nosotros mismos con la imaginación en un futuro que consideramos posible. La esperanza se origina en el deseo, al igual que el optimismo, pero le añade un cierto empuje o entusiasmo”.
Es decir, optimismo y esperanza tienen sí un factor común: las ganas de que algo que queremos suceda. La gran diferencia es que el optimista se queda sentado a esperar, mientras que quien tiene esperanza, paradójicamente, no espera, sino que se pone en movimiento.
Nos recuerda Eagleton que se trata de una virtud desvalorizada que él considera indispensable. Afirma que “La esperanza es un espejismo o una mentira vital. Quien tiene esperanza está predispuesto a actuar y a responder afirmativamente con respecto al futuro. No es posible la esperanza sin deseo. La potencialidad es lo que articula el presente con el futuro. La esperanza es la clase de virtud que implica un conjunto de cualidades igualmente encomiables: paciencia, confianza, valor y tenacidad”.
Exige por ello reflexión, involucramiento y compromiso. La posibilidad requiere de una acción transformadora. Las cosas no sucederán porque sí, sino por lo que hagamos para que sucedan.
Es decir, la esperanza no es otra cosa que “deseo más expectativas en el marco de lo posible”. El imaginario de un lugar real, concreto, tangible, sensato, razonable, donde llegar y las ganas, el entusiasmo y la convicción para ir hacia allí. Por eso la esperanza implica irrenunciablemente acción. Este es el mensaje central y vital del pensador británico: es la esperanza realista la que resulta virtuosa, la que tiene sentido y la que vale la pena.
La templanza, por su parte, tiene un significado que la posiciona a su altura. El propio Platón la ubicó entre las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoyaría, desde ese punto fundante, toda la estructura moral de Occidente: templanza, prudencia, fortaleza y justicia. Alguien que es capaz de tener temple es moderado, resistente, sobrio, continente. Tiene la capacidad de dar una respuesta frente al desorden, incluso el caos o el shock, manteniéndose en eje y controlando sus apetitos sobre la base de la razón para mantener a raya sus emociones más desbordadas. La templanza se relaciona también con el autocontrol, el coraje, la mesura y la disciplina. Es decir, el corazón de la filosofía estoica, para quienes también era identificada como una de las grandes virtudes. El interrogante que se abre ahora, cuando concluye el año del shock, la resistencia y la fe, al poner la mirada en el futuro, es: ¿qué tan sostenible será dicha conjunción?
¿De qué está hecha la esperanza? Como vimos, el clima de época ha cambiado en el cierre del año. El humor social siempre frágil, volátil, ciclotímico, cambiante e hipersensible, mutó repentinamente para bien. Disminuyeron las dudas, creció la confianza. Se alinearon todos los planetas para que el sentir ciudadano lograra finalmente afirmarse y tener motivos tangibles para empezar a creer que esta vez sí podría “salir bien”.
La última investigación de Aresco indica no sólo el punto más algo de imagen positiva del Gobierno para todo el año –57% de aprobación– sino algo aún más importante: 14 razones para explicar por qué. La voluntad, la convicción y la fe empiezan a encontrarse con las validaciones empíricas. Algo que genera un círculo virtuoso sobre la credibilidad.
Los seres humanos, a nivel global, se han vuelto cada vez más escépticos. El hecho de tener que estar luchando en un magma de estímulos, contradicciones y fake news, por definir qué es verdad y qué no, genera desconfianza y paranoia. Por las dudas, mejor no creer. A nivel local, el fenómeno es todavía peor: los argentinos vienen sufriendo hace años, por no decir décadas, una decepción crónica.
En esa cultura del fracaso y el malestar, que una promesa sobre variables que hacen a la calidad de vida cotidiana logre percibirse como cumplida o en camino de serlo resulta una novedad que ilumina todo a su paso.
La baja de la inflación, la estabilidad del dólar, el retorno del crédito hipotecario, la desaparición de los piquetes, la eliminación de los intermediarios en la gestión de los planes sociales, el haber evitado una hiperinflación y el achicamiento del Estado. Estos son, entre otros, los elementos que confluyeron para dan forma a un haz de luz que logró filtrar la densa niebla de la incertidumbre. Esto es lo que demuestran los datos de Aresco.
Al indagar en ese segmento que cree en la posibilidad de éxito, nuestros focus groups de humor social realizados en noviembre detectaban un factor común que atravesaba los logros concretos antes citados por las encuestas de opinión: “orden”.
Ese concepto, que se vincula con la estructura, la armonía y el equilibrio, le está dando, al menos a esa porción de la sociedad, aquello que tanto les quitaba el sueño: tranquilidad y previsibilidad. Aún no definitivas, pero sí incipientes.
La tranquilidad se relaciona con el sosiego, la quietud, la serenidad y hasta la placidez. Para un colectivo social que durante los últimos años se sintió viviendo bajo amenaza permanente, no es poco.
La previsibilidad con lo imaginable, lo probable, lo predecible y lo posible. En un entorno donde se vivía al día y no se podía planificar más allá de la semana o el mes, resulta toda una novedad.
Podrá decirse que esto es lo normal. Lo cual, aún con pinzas en el mundo actual, es bastante cierto en los países desarrollados. Incluso en varios de la región. Del mismo modo, es difícil no acordar con que nuestra escena social, económica y cultural de los tiempos recientes estuvo en las antípodas de la normalidad.
El ser humano es adaptativo por naturaleza. Y los argentinos, doblemente, por necesidad y costumbre. Todavía no podemos dimensionarlo ni cuantificarlo, pero ese sentimiento de poder prever, es decir, ver con anticipación, conjeturar lo que va a suceder, tener la capacidad de proyectar y además hacerlo con cierta calma, podría volverse una sensación tan sorpresiva como gozosa. Una fuente de bienestar integral, donde tallara lo económico, pero también lo mental y lo espiritual.
Suponer que los problemas de la Argentina podrían resolverse en apenas un año es una fantasía. Sin embargo, pensar que ese largo proceso dio sus primeros pasos no es necesariamente lo mismo. Para visualizar eso hace falta juntar algunos retazos de la realidad, obviar otros y creer. Sobre todo, creer.
Eso es lo que hoy está haciendo, grosso modo, cerca del 60% de la sociedad. Todo un activo para proyectar el futuro cercano. De todos modos, nunca hay que olvidarlo: el otro 40% se ubica en las antípodas. No sólo “no cree” sino que posa su registro en todo aquello que los demás eligen obviar.
También debemos recordar, sobre todo en momentos sutilmente angelados como el actual, que esas proporciones son siempre volátiles. Y que pueden cambiar muy rápido. La historia nos lo ha demostrado una y otra vez.
Como lo afirmó el gran antropólogo francés Marc Augé en el que fuera su último ensayo, La condición humana, publicado en 2022, “en el origen de la ilusión se encuentra el deseo”. Vemos lo que queremos ver, lo que anhelamos, lo que esperamos.
Augé nos recordaba, con la sabiduría de sus lúcidos 86 años, que “la esperanza, tan ilusoria como suele revelarse, pide la huida hacia adelante”. Porque no se trata tanto de lo que sucede sino de lo que podría ocurrir. Es inasible, escurridiza, frágil. Por ello, indefectiblemente, “no se identifica con la felicidad, pero intenta huir de la desgracia”.
Esperanza con templanza. Esta poderosa conjunción domina la escena colectiva en el cierre del año. Expresa el sentir mayoritario de una comunidad que decidió adentrarse en lo desconocido para escapar del dolor y el malestar. Huir.
Veremos si este valioso encuentro de virtudes logra sostenerse en 2025, a medida que la siempre oscilante realidad despliegue su fisonomía. En caso de que así fuera, convendría estar preparados. El impacto de esa vibración será múltiple: económico, social y cultural. Contando con el aval de una plataforma tan vigorosa, el modelo tiene prácticamente un único destino posible: acelerar.
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