Del FMI a Chavez
A diferencia de décadas pasadas, Venezuela se erigió ahora en el principal prestamista de la Argentina ante las necesidades financieras del país
Washington queda ahora en Caracas. Y un solo presidente latinoamericano ejerce el rol que asumieron mandatarios de las naciones más poderosas del planeta y funcionarios como Michel Camdessus, Horst Köhler y Rodrigo Rato.
Puede parecer una paradoja, pero, en cierta medida, no lo es. Nunca la Argentina dejó de buscar financiamiento en el exterior en los últimos años, pero mientras antes se recurría a los organismos multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional, o a países desarrollados como Estados Unidos, España, Francia o Alemania para conseguir los fondos que el mercado retaceaba –algo que se lograba luego de no pocas horas de negociaciones–, ahora basta tan sólo con una llamada al presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Valen dos datos para hacerse una idea del giro que le imprimió el kirchnerismo a la estrategia financiera del país: las colocaciones de deuda a Venezuela, que se iniciaron en 2005, siempre se hicieron en forma directa y permitieron cubrir casi la mitad de las necesidades financieras del Gobierno, ya han alcanzado a los US$ 9241 millones, cifra cercana a lo que se le pagó al Fondo a principios de 2006 para cancelar de un plumazo el pasivo de US$ 9530 millones que existía con ese organismo.
Los números ofrecen una dulce tentación para trazar paralelismos, pero esconden también diferencias sustanciales. Vale, entonces, una temprana aclaración: Chávez no es el FMI.
Chávez presta más caro que el Fondo, pero lo hace sin ningún tipo de condiciones. Difícilmente pueda, además, cumplir el papel de prestamista de última instancia, menos ahora, en momentos en que el precio del petróleo comenzó a mostrar los síntomas típicos de una burbuja y le puso límites, con su retroceso, al avance de la caja venezolana. Chávez no firma programas o paquetes de ayuda como el Fondo, con desembolsos y pagos periódicos. Compra bonos, como cualquier otro inversor, y ni siquiera se queda con todos ellos. Una parte los vende en Venezuela a bancos locales, que los liquidan para concretar un suculento negocio financiero que poco tiene que ver con el bono: primero, los bancos compran los títulos al gobierno venezolano en bolívares, al tipo de cambio oficial; luego, los venden en el mercado al dólar paralelo, que es mucho mayor, y se quedan con la diferencia. Ironías del modelo productivo.
Se trata de una maniobra añeja en la que poco importa el precio de venta del bono, y que cobró especial relevancia luego de la última operación entre la Argentina y Venezuela. Chávez vendió esos títulos a los pocos días. En minutos, los bancos se deshicieron de ellos a precios irrisorios, una movida que desató una ola de ventas y deprimió los precios de toda la deuda argentina. Fue el último capítulo de un vínculo financiero que comenzó a forjarse hace más de tres años.
Néstor Kirchner nunca se sintió cómodo con el Fondo, y menos aún con sus exigencias. Ampliamente criticado por el oficialismo -y fuera de sus filas, también- por su participación en la debacle económica de 2001, el Fondo dejó de ser un protagonista excluyente de la economía argentina en enero de 2006. Desde entonces, el trono de prestamista de última instancia está vacante.
La sintonía de los Kirchner con Chávez se reflejó rápidamente en la relación bilateral. Se cerraron negocios entre las petroleras estatales Pdvsa y Enarsa; se compraron miles de toneladas de fueloil y, por supuesto, se intercambiaron bonos por dólares.
El fondeo de Chávez siempre se materializó con compras de títulos Boden, siempre en dólares. La primera operación se cerró, formalmente, allá por agosto de 2005. "Teníamos bonos del Tesoro norteamericano; los vendimos y compramos los bonos Kirchner", dijo Chávez, entre risas, durante el acto de rigor en la Casa Rosada. Y agregó una ironía que hoy está más presente que nunca: "Para nosotros son más riesgosos aquéllos que los argentinos; miles de veces". La última colocación de bonos a Chávez aportó lo suyo para que se disparara el riesgo argentino y reaparecieran los fantasmas del default.
Desde la primera venta en adelante, la tasa que Chávez le cobró a la Argentina por los dólares que obtuvo gracias a la estampida del precio del petróleo subió año tras año, a la par del mercado. Fue, en promedio, del 8,5% en 2005, bajó un año más tarde al 8,1% para luego trepar al 9,6% el año anterior y al 14,8% en la última operación. Una breve síntesis del deterioro de la confianza en la Argentina, incluso entre los gobiernos considerados "amigos".
Al momento de cancelar la deuda, el Fondo cobraba una tasa de interés de alrededor del 5,5% por los préstamos que otorgaba. Ese mismo costo supera ahora apenas el 4%. Las cifras son contundentes: Chávez cobra por los fondos más de tres veces lo que cobra el organismo multilateral.
Consejos y condiciones
Claro que sus préstamos no están acompañados de "recomendaciones de política económica", ni condicionados por su cumplimiento. Nada es gratis. Muchas medidas que tomó el Gobierno hubieran encontrado resistencia o directamente no hubieran podido aplicarse según un programa del Fondo. La más emblemática: mantener el dólar alto. La más polémica: la intervención del Indec y la manipulación de la inflación. "Hubiera sido prácticamente imposible. Se hubiera desarrollado un caso de missreporting o información falsa, que hubiera llevado a que no se pudieran desembolsar los fondos", apuntó el economista de Inter-American Dialogue y ex director del organismo, Claudio Loser.
Se trata de una situación puntual que para muchos no le quita valor a la libertad del país para definir su política económica. "Creo que ha sido positivo no tener un burócrata internacional indicando que hay que hacer con el país desde un escritorio en Washington. El Fondo se ha equivocado infinidad de veces, no sólo con nosotros, sino con otros países", graficó Héctor Scasserra, de Arpenta Sociedad de Bolsa.
Pero la libertad tiene su precio. Una larga lista de costos aparece asociada a la particular realidad que conjugaron la salida del Fondo, el retroceso de los países centrales y el avance venezolano en el entretejido financiero que armó el gobierno nacional durante los últimos años, y que va más allá del costo del financiamiento. "Nadie te regala nada. Contar con Venezuela como fuente de financiamiento genera, cuanto menos ´contraprestaciones en términos de alineamientos políticos", consideró Guido Sandleris, director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) de la Universidad Torcuato Di Tella.
Loser sumó otros dos: la dependencia de una fuente de fondos frescos "poco estable en el tiempo", ya que su capacidad de financiamiento está atada a los precios del petróleo, y que pueden surgir "serias limitaciones a la política regional y a la independencia de acción de la Argentina".
Es recurrente la mención del precio del petróleo, cada vez que se habla de los dólares bolivarianos. No se trata de una casualidad. Que la mayoría de las economías emergentes haya mejorado sus cuentas externas gracias al auge en los precios de las commodities , incluso hasta el punto de poder ofrecer fondos a otros países, ayuda a entender por qué Caracas reemplazó a Washington. Otro fenómeno sirve para completar la imagen: luego de un largo período de abundancia, llegó la crisis financiera mundial, cuyo epicentro estuvo en Estados Unidos, se propagó con rapidez al resto de los países desarrollados y redujo la disponibilidad de fondos en los centros financieros tradicionales.
Intencionalidad
Detrás de la racionalidad económica aparece a veces la intencionalidad política. El Fondo mantiene abiertos sólo unos pocos programas con unos pocos países, como Turquía. Oficia aún de prestamista de última instancia, pero el Gobierno ha dejado en claro que no quiere saber absolutamente nada con el organismo y sólo cierra acuerdos de colocación de deuda con el gobierno de Venezuela.
Todo esto no hace más que poner de relieve que la Argentina carece de un prestamista de última instancia. No es que el Gobierno lo necesite en forma urgente tampoco, pero su ausencia le impone restricciones.
El director de Econviews y ex secretario de Finanzas, Miguel Kiguel, recordó que para los próximos tres años el Gobierno necesitará alrededor de US$ 10.000 millones por año, en promedio, para cerrar sus cuentas, a pesar del superávit fiscal, que cubre sin muchos sobresaltos los pagos de intereses de la deuda, pero alcanza para todas las amortizaciones de capital. "No se puede esperar que Venezuela aporte casi la mitad de lo que se necesita, como ocurrió hasta ahora. No lo tiene", apuntó, tras hacer referencia, al igual que sus colegas, a la dependencia venezolana del petróleo y a la caída en la cotización del crudo.
Sin el Fondo, con los mercados voluntarios de deuda cerrados -por factores propios, principalmente, pero también ajenos- y frente a una Venezuela que, por ahora, carece de los fondos necesarios para alzarse como prestamista de última instancia, presta caros los fondos que sí tiene y, además, genera costos adicionales, al Gobierno le quedan dos opciones para obtener el dinero que necesita: o exprime al mercado interno -pisando gastos para mejorar el superávit fiscal, recurriendo a bancos, AFJP, compañías de seguro y, quizás, en última instancia, a las reservas del Banco Central- o recurre a otros organismos internacionales, como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o la Corporación Andina de Fomento (CAF). La intervención del Indec puede ser un obstáculo para obtener un préstamo de estos organismos.
No son pocos los economistas que creen que, ante este panorama, un acuerdo con el Club de París le daría cierto oxígeno al Gobierno para mantener algunos gastos en obras públicas que debió restringir este año, por ejemplo. Ese margen se ampliaría aun más si se avanzara en una propuesta a los tenedores de bonos que no entraron en el canje. El Gobierno, por ahora, sólo analiza propuestas y coquetea en ambos frentes sin ofrecer señales contundentes, o al menos no con la contundencia que espera el mercado. Pero sí proyecta colocar otros 1000 millones de dólares en bonos a Chávez antes de que termine este año.