Del día 180 al 360 del Gobierno: lo que nos trajo hasta acá no nos lleva hasta allá
No parece tan preocupante el nivel de atraso cambiario como su persistencia; la dolarización exige una singular combinación astral: repudiar el peso; no habrá un rebote en V sin consumo e inversión
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Día 180. Hay en plaza trece líneas de créditos hipotecarios. Hace seis meses no se podía alquilar. La falta de vivienda sigue afectando a cuatro millones de familias, pero algunas están mejor que el día 1.
Hubo un plan que abordó la urgencia: inicial corrección del atraso cambiario, severo ajuste fiscal, licuación de excedentes monetarios. Tras el lógico fogonazo inicial, la inflación converge al 5% mensual, la brecha cambiara oscila en un rango de 20-40% (antes 150%), las reservas netas son neutras (antes US$11.000 millones negativas). Si no se hubiera corregido la tendencia previa, hoy no habría créditos UVA, sino riesgos de hiperinflación, default o corralito.
No menos cierto es que en el semestre la actividad se desplomó 4% y el consumo, 8%. Casi todos los trabajadores están peor: unos 100.000 habrían perdido el empleo formal a marzo y el salario real es 25% inferior al de diciembre. En rigor, un sinceramiento: el nivel de actividad y empleo de 2023 era ficticio, apalancado en anabólicos de “planes platita”, subsidios energéticos a ingresos medios y altos, planes sociales a ingresos bajos, bonos electorales a jubilados, rebajas impositivas oportunistas a ingresos altos, subsidios al turismo de ricos. Lo que se regalaba de luz y gas se gastaba en el restaurante, a costa de inflación que pagaban principalmente los pobres. Tan impúdico como el 211% de inflación y el 45% de pobreza (subestimada por retraso tarifario y cambiario) de fines de 2023.
Dada su debilidad parlamentaria, el principal –y casi excluyente– activo político del Gobierno es el apoyo popular, hasta aquí robusto, pese a un programa de ajuste tan necesario como severo. Pero el primer semestre no garantiza el segundo: depende de que la tasa de impaciencia no mate la ilusión.
El repartidor que hace ocho meses entregaba 100 pizzas por día y, atragantado de inflación, privilegios ajenos y “Estado presente”, votó dolarización, anticasta y motosierra hoy sigue cobrando en pesos y reparte 92 pizzas. No habrá rebote en V porque los motores de consumo e inversión no tendrán los suficientes caballos de fuerza. Que sea una U asimétrica, pero que no se estanque en una L. No volverá a las 100 pizzas este año, pero que en diciembre promedie 96, porque la ilusión será decreciente.
Día 360. Lo que nos trajo hasta acá no nos lleva hasta allá. Las teclas que permitieron atemperar un verano que se presumía caliente no necesariamente son las mismas que sirven para mitigar el frío invernal. A veces son opuestas.
Tiene razón el Gobierno: nadie sabe cuál es el tipo de cambio de equilibrio. Tampoco el Gobierno. Como las productividades relativas y los parámetros externos van cambiando, es difícil probar la existencia de atraso cambiario. También lo contrario. Aunque anecdóticos, siempre hay indicios prematuros pero certeros: tours de compras al exterior, flujo inverso de vehículos en estaciones de servicio fronterizas, turismo emisivo mayor que el receptivo. Si no, ¿por qué devaluó en diciembre?
Tras acumular una inflación de 118% y un deslizamiento cambiario del 12%, el tipo de cambio real bilateral hoy es 45% inferior al de mediados de diciembre. Es cierto, es aritmética. Desconfiaría de un programa económico que subestime la aritmética. O aquel era innecesariamente alto, y entonces costo inflacionario gratuito, o este peligrosamente bajo, con horizonte finito.
No parece tan preocupante el nivel de atraso cambiario, incipiente, como su persistencia. El ritmo devaluatorio en 2% mensual con una inflación inercial del 5% podría confundirse con una complicidad transitoria del mercado: mientras perciban sostenible “la tablita”, los exportadores anticiparán y los importadores esperarán. Con final riesgoso: a medida que se aprecie la moneda, irán revirtiendo sus conductas y angostando el callejón del que cada vez será más difícil salir sin un salto traumático. No es lo mismo un desvío del 10% que uno del 30%.
Es verdad que el desarrollo depende de la productividad y que el tipo de cambio solo atina a corregir por las malas lo que las reformas no hacen por las buenas. Menos impuestos, más comercio, más educación, más infraestructura. No parece haber mejorado 45% en el semestre. El trayecto importa: con un tipo de cambio desalineado es difícil invertir, exportar, emplear. Enfocar en los obvios daños colaterales de acelerar el ritmo depreciatorio del peso es como despreciar un medicamento por sus efectos secundarios: lo que mata es la infección, no el antibiótico.
Más aún, el nivel cambiario está directamente relacionado con la normalización pendiente. Levantar el cepo requiere dos condiciones de stocks y una de flujos: muchos dólares en las reservas (no habrá este año), pocos pesos (allí vamos) y un tipo de cambio competitivo. Los stocks se esfumarán pronto si no hay una oferta voluntaria de divisas porque la paridad no se percibe sostenible. Enhorabuena, la prudencia del Gobierno de no saltar al vacío… mientras el cepo no se transforme en zona de confort.
Reprimir la discusión o desacreditar a las voces disonantes solo agrega incertidumbre. En De eso no se habla (Bemberg, 1993) la represión vocal que imponía la protagonista no disimulaba el enanismo de su hija. Con variables en equilibrio, las palabras son superfluas. Las alertas tempranas del mercado serán una oportunidad para recalcular: la brecha, que la semana pasada subió del 25% al 40%, y la acumulación de reservas, todavía robusta aunque con estacionalidad favorable de exportaciones e importaciones con pagos diferidos.
La obsesión desinflacionaria como sostén popular también ha inducido a revertir ajustes que se habían encarado con decisión: desandando su propio cronograma tarifario, en pocas semanas se revirtió la libertad de precios de prepagas, postergó aumentos de transporte público, volvió a congelar tarifas energéticas. El índice de inflación de mayo será menor que el de abril, aunque habrá pateado para adelante unos 6 puntos de inflación, que ya volverán. Mientras tanto tendrá efectos negativos en las cuentas fiscales (subsidios energéticos) y en la inversión: ¿quién invertirá en salud, energía o transporte con un sendero arbitrario de precios regulados? Si hay alguna holgura fiscal, es más sensato una baja –aunque sea simbólica– de algún impuesto distorsivo –hay para hacer dulce– antes que un rebrote de subsidios siempre difícil de desanudar.
Día 720, promediando el mandato. La pista de aterrizaje no es indiferente al itinerario. Los días pares parecemos navegar hacia la dolarización; los impares, hacia la competencia de monedas, que no es necesariamente una escala previa. La convivencia es la normalidad: en Uruguay y Perú, por mencionar vecinos, la moneda local puede canjearse libremente por dólares, euros, reales o criptomonedas. La clave es que vale la pena quedarse en pesos uruguayos o en soles, porque a la consistencia fiscal y monetaria necesaria para la estabilidad se suma un rendimiento (tasa de interés) superior al de quedarse en dólares (devaluación esperada) o en bienes (inflación). En la fase inicial, la tasa negativa puede servir para licuar pasivos monetarios, en la siguiente la tasa positiva aprovecha el aumento de la demanda de moneda típico de un plan de estabilización exitoso.
La dolarización exige una singular combinación astral: repudiar el peso, o hacerlo competir con la cancha inclinada, puede ser peligroso si el público lo percibe como una antesala de su ocaso y colapsa su demanda antes de que desaparezca la oferta, con riesgo de aceleración inflacionaria. Aun sin estampida, la oferta monetaria fija (ni siquiera para comprar reservas) podría inhibir la recuperación si la presunta oferta voluntaria de dólares –y aquí el nivel cambiario no es nada indiferente– fuera más lenta que la demanda de dinero asociada a la mayor actividad.
En suma, hay plan de estabilización de cuatro escalones: equilibrio fiscal, para que no haga falta “maquinita”, para que pueda levantarse el cepo, para recuperar el crédito voluntario. Secuencial, no instantáneo, un año al menos. Tuvo un buen primer semestre. Que la ansiedad no erosione el peldaño fiscal ni aleje la normalización cambiaria, a riesgo de tener que resetear a mitad de camino con sacrificio de credibilidad.
El plan de crecimiento avanzó poco: menos impuestos, apertura comercial, reforma del Estado, laboral, impositiva, previsional, coparticipación Nación-provincias. Es el Pacto de Mayo, la lista de reformas que conocemos desde que somos chicos. Postergado hasta nuevo aviso.
Día 1460. Fin del mandato. Inflación de un dígito bajo, economía creciendo al 3% anual. Dejar atrás el 70% de inflación anual y 35% de pobreza promedio desde la recuperación de la democracia. La pericia en la implementación será tan importante como el diagnóstico y la voluntad de cambio. En un país de ideas pendulares, un error quirúrgico sería fatal, aun para un plan bien concebido.
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