De venderles a conocidos a exportar a varios países, y de armar un tutorial a tener una fábrica en la economía real
Dos historias de mujeres que armaron sus negocios propios; las oportunidades que vieron y las dificultades que debieron ir superando para mantenerse y crecer
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CÓRDOBA.– Pako Peko es una marca de indumentaria inclusiva para chicos, diseñada y fabricada por Julia Urquiza, una diseñadora industrial de 39 años. El emprendimiento tiene 14 años y en los inicios había “cinco modelos”, según describe su dueña. Ahora hay 140 modelos por temporada y se apunta a toda la franja de bebés a adolescentes. Se fabrican unas 2200 prendas por mes.
Urquiza recuerda que empezó vendiendo “a los conocidos” y en la tienda de su familia en Ucacha, al sur de Córdoba. Luego, se fue extendiendo hasta tener presencia en todo el país. Y ahora se exporta a Chile, Uruguay, Puerto Rico y Ecuador. Trabajan ocho personas en el taller propio y, además, hay tareas tercerizadas.
El emprendimiento incluye hacer remeras con Braille, lengua de señas y pictogramas. Además, para elegir a las personas que harán de modelos realizan sorteos, desde la visión de que “todos somos lindos”. También visibilizan la discapacidad y ofrecen talles “reales”. Con la Universidad Siglo 21 la empresa hace prácticas en la diplomatura en “Competencias para la Inclusión”.
“Adaptarse a la economía argentina es el principal desafío”, afirma Urquiza. Y agrega que “hay que estar preparado para todo, para los cambios permanentes”. Enfatiza que ser emprendedor es “también estar un poco solo”, porque hay que decidir cosas en distintas áreas. “No es ser especialista en todo, pero sí tener la cabeza un poco en todos lados”, explica.
La marca es parte del programa Córdoba Emprendedora. Según Urquiza, se generó en ese contexto una “comunidad” para compartir experiencias, que facilita el vínculo con proveedores y con potenciales clientes. “Todos los que somos parte trabajamos y damos trabajo, valoramos y respetamos lo que hacemos todos”, enfatiza.
Define el crecimiento de su empresa como “gradual” y se caracteriza como “muy cuidadosa en lo económico; fui reinvirtiendo lo que ganaba. Ahora vivimos la familia, pagamos sueldos y sostenemos el proyecto. Nos fuimos financiando con la iniciativa y tomé dos préstamos del programa que son accesibles”.
Definir el producto y muchas cosas más
Dahy Sorello tiene 34 años y hace tres que es dueña de Maine, una marca de mochilas, bolsas y riñoneras que hoy produce unos 200 artículos por mes. Diseñadora de indumentaria, vive en La Puerta, un pueblo del sureste cordobés y hasta marzo del 2020 –cuando arrancó con su emprendimiento– era preceptora de un albergue de estudiantes del secundaria y dueña, con su esposo, de un bar. “Iba muy bien el local, pero la pandemia nos descalabró –cuenta–. La situación, además, me empujó a volver a mi eje, a hacer algo de lo que había estudiado. Comencé con tutoriales de costura, para convertirlos en un producto digital y monetizarlos”.
Así fue manejándose, hasta que hizo un tutorial para hacer una riñonera: “La gente quería comprar la riñonera. Eso cambió el proyecto; necesitábamos ingresos porque el bar estaba cerrado y hasta pensamos en irnos del país”. Sorello había fabricado fundas de instrumentos musicales, por lo que tenía máquinas y conocimiento, pero “faltaba saber cómo llevar adelante un negocio, cómo hacer un plan y reponerse cuando algo no funciona”.
Se capacitó en el programa Córdoba Emprendedora y estuvo en un stand en el Córdoba Shopping, donde ahora tiene una isla propia con dos empleadas. “Cuando nos llegó la propuesta, en diciembre del 2021, tuvimos temor, porque no teníamos la espalda económica –cuenta–. Arrancamos con un contrato de cuatro meses y renovamos. No es fácil; es importante el producto, pero también lo legal, lo financiero, lo tributario”.