De temores, recuerdos y rumores de otra crisis
Una vez más apareció el temor a una crisis económica, y como suele ocurrir en estos casos las autoridades tratan de dar tranquilidad con frases como "no vamos a devaluar". Vienen a la mente recuerdos de "el que apuesta al dólar pierde" o "les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo".
Los temores surgen porque los números de la economía son preocupantes: la brecha entre el tipo de cambio oficial y el blue ronda el 80%, hay claros síntomas de atraso cambiario, las reservas son escasas y el Banco Central ya no sabe qué inventar para frenar la caída, y el país está en default y sin acceso al crédito externo.
Si agregamos que la inflación ronda el 40% anual, que la economía está en recesión y que la caída en el precio de la soja puede implicar casi 10.000 millones de dólares menos de exportaciones en 2015 la preocupación parece justificada.
En el pasado esta mezcla de factores llevó como mínimo a crisis cambiarias y en otras ocasiones a crisis macrofinancieras, que incluían recesión y problemas en los bancos o default de la deuda pública. Hoy, la Argentina no parece enfrentar el típico escenario que precedió alguna de las grandes crisis macrofinancieras como la de la deuda de 1982, la hiperinflación de 1989 o la debacle de 2001.
Ésos fueron episodios extremos que ocurrieron en situaciones en que la economía sufría desequilibrios mucho más profundos que los actuales, ya sea porque la inflación estaba en tres dígitos con tendencia a espiralizarse, el nivel de endeudamiento era claramente insostenible o el atraso cambiario era mucho más importante. La Argentina es solvente y no se perciben riesgos de una inflación desbocada o de una crisis financiera.
La situación actual se parece mucho más a las crisis de balanza de pagos que la Argentina sufrió en forma recurrente entre 1949 y principios de los años 60, que pertenecen al período que se conoce como de stop and go. En esos años, los ciclos económicos eran muy marcados y estaban determinados por la abundancia o la escasez de reservas internacionales.
En general, los ciclos empezaban con un período en el que la actividad económica era estimulada por políticas monetarias y fiscales expansivas, al mismo tiempo que se mantenía un tipo de cambio fijo.
Con el tiempo, el aumento en la cantidad de dinero y el mayor gasto público generaban inflación, con lo que eventualmente el país se encarecía en dólares. Había atraso cambiario y empezaban a caer las reservas. Cuando éstas llegaban a un piso crítico y ya no alcanzaban para importar los insumos básicos para producir venía la devaluación para equilibrar las cuentas externas y recomponer el nivel de reservas.
Los desajustes y sus efectos
Era un ciclo que empezaba con desajustes macroeconómicos que inevitablemente, en algún momento, forzaban el tan mentado ajuste que típicamente incluía devaluación, disminución del gasto público, subas en las tasas de interés y caída en el nivel de actividad.
A grandes rasgos la situación actual se asemeja al fin de un ciclo de stop and go, aunque la magnitud de los desequilibrios en precios relativos, la elevada inflación y el default aumentan los riesgos de que eventualmente el desenlace sea más traumático de lo que parece y profundice la recesión, o de que lleve a un aumento permanente en la tasa de inflación.
Para descifrar lo que viene, la clave está en la capacidad que tenga el Gobierno para recomponer las reservas, lo que a su vez en gran parte depende de la política cambiaria y de cómo sigue la saga de los holdouts.
Con respecto al tipo de cambio, sólo hay opciones costosas. Mantener la política actual de un tipo de cambio cuasi fijo en un entorno en el que la inflación continúa en el orden del 2,0% mensual es una alternativa que implica más atraso cambiario, y que sólo se puede sostener con más controles a la importación, lo que implica más recesión.
La segunda alternativa, una devaluación como la de enero, también es costosa, ya que lo más probable es que lleve a una suba en la tasa de inflación y sólo puede funcionar si se ajustan las políticas monetaria y fiscal, lo que no parece probable.
La tercera alternativa es un desdoblamiento cambiario como los que se hicieron en el pasado, con un tipo de cambio comercial que se deprecie como el actual y uno financiero o turista, que en este caso flote como el contado con liqui actualmente y que funcione como válvula de escape. En la práctica, sería una solución temporaria que implicaría una devaluación encubierta y en cuotas.
La evolución de la saga de la deuda es clave, ya que no se puede pensar en recomponer las reservas internacionales sin un fuerte ingreso de capitales, especialmente porque las exportaciones van a caer por la baja del precio de la soja.
No hay duda de que la coyuntura es compleja. Mantener la política actual también es costoso porque implica riesgos para las reservas, el nivel de actividad y la inflación. Un ajuste seguramente sería doloroso y no parece probable que se haga en un año electoral. Se avecinan tiempos difíciles y un fin de ciclo más complejo que el de los tradicionales stop and go.
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