De magos, políticos y aversión a las pérdidas
En la teoría, quienes tienen más ingresos podrían darse el lujo de arriesgar, pero en la práctica son los que tienen menos quienes lo hacen; traducido a la política, los programas de ajuste suelen lanzarse por las percepciones de los líderes en una situación de pérdidas, como la hiperinflación o su cercanía
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El Mago del Kremlin es, con pocas dudas, el libro de moda. Se presenta como una novela, pero es en realidad un notable ensayo sobre la realpolitik, ese enfoque pragmático que prioriza intereses políticos concretos y el poder por sobre principios ideológicos o éticos. Si bien tiene matices ficcionales, el libro discute explícitamente y de manera bastante realista el ascenso y consolidación en Rusia de Vladimir Putin, de quien el mago es principal asesor.
En un pasaje, el mago escucha la siguiente reflexión de un amigo millonario del poder de Moscú, Eugenio Prigozhin. “¿Sabés qué es un casino? Un monumento a la irracionalidad humana. Si los hombres fuesen criaturas racionales, los casinos no existirían. ¿Por qué diablos la gente acepta despilfarrar su dinero en un sitio donde tiene en contra todas las posibilidades?” Prigozhin amasó una fortuna gracias a los casinos, un negocio tan trivial como rentable. “No hay nada más sensato que invertir en la locura humana”, sentencia.
Prigozhin explica cuál es la naturaleza humana tras el negocio. Si se ofrece a cualquier transeúnte 500 dólares o el 50% de chances de obtener el doble, el tipo agarra los 500 casi con seguridad. Pero si luego se hace el ejercicio opuesto, ofreciendo a una persona que debe 500 dólares la posibilidad del 50% de pagar el doble o no deber nada, en la mayoría de los casos decidirá aceptar la apuesta.
La vuelta de tuerca es que esta decisión, continúa Prigozhin, depende de los ingresos de la persona. En teoría, los que ganan más son los que podrían darse el lujo de arriesgar. Pero en lugar de eso, los que arriesgan más suelen ser los de ingresos más bajos, básicamente porque son ellos los que van perdiendo en la vida.
Este efecto, llamado “aversión a las pérdidas”, fue planteado por primera vez por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky (el primero, Nobel de Economía) a fines de los años 70, y es un concepto potente de la Economía del Comportamiento.
Su uso se pensó inicialmente para las decisiones personales relacionadas con el dinero, pero Prigozhin tiene otra aplicación en mente. “Así es como funciona la política también, ¿no?”, razona. “Todo va bien mientras estemos a gusto… Somos prudentes a la hora de elegir, no queremos correr riesgos”. Pero cuando la cosa viene torcida y el futuro no se ve claro, la gente empieza a apostar como loca. “Se prefiere el riesgo desconocido antes que mantener la situación actual… La revolución de 1917 y el nazismo empezaron así…”, arriesga. El mago del Kremlin capta la idea de inmediato y remata: “Están dispuestos a tomar las decisiones más absurdas. Nuestro deber es simplemente ayudarlos”.
Las implicancias políticas de la aversión a las pérdidas han sido analizadas por Alejandro Bonvecchi, profesor ordinario del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT, e investigador independiente del Conicet. En una conferencia en honor a Daniel Kahneman, Bonvecchi remarca que los políticos en problemas deciden arriesgar más respecto de su política exterior, lo que explicaría por qué Nixon expandió la guerra en el sudeste asiático al mismo tiempo que intentaba salir de Vietnam, por qué Carter lanzó la operación de rescate de los rehenes en Irán, y por qué los militares argentinos decidieron invadir las islas del Atlántico Sur, y un largo etcétera.
Bonvecchi menciona además trabajos que indican que los programas de ajuste y de reforma profunda suelen lanzarse por las percepciones de líderes y votantes de encontrarse en una situación dominada por las pérdidas, como la hiperinflación o su cercanía. En estos casos, tomar decisiones riesgosas como cambiar la organización económica del país podría resultar preferible a las reformas más lentas de largo plazo.
Lo que no queda claro es si esta actitud es estrictamente racional o no. De acuerdo al politólogo americano Robert Jervis, un estadista racional no estaría dispuesto a correr grandes riesgos para obtener una ganancia moderada, pero sí aceptaría riesgos mayores para evitar una pérdida a corto plazo de magnitud similar. Esto se debe a que dichas pérdidas podrían derivar en mayores consecuencias negativas a largo plazo.
¿Significa esto que la aversión a las pérdidas no es un fallo cognitivo sino una estrategia política? No tan rápido. Los políticos, después de todo, actúan para ganar apoyo de la gente y mantenerse en el poder, y por lo tanto, lo que están haciendo en última instancia es apostar a los sesgos psicológicos de sus votantes.
Por otra parte, también hay contraejemplos. Bonvecchi cuenta la conocida historia de encubrimiento de la incursión en el cuartel general del Partido Demócrata (el Watergate) por parte de Richard Nixon. El presidente republicano “sistemáticamente optó por las alternativas más riesgosas pese a encontrarse, en especial en los primeros meses desde la incursión y el arresto de los intrusos, claramente en el dominio de las ganancias, y de operar en un contexto dominado por la certidumbre, en tanto conocía todos los detalles del problema y podía evaluar con precisión las consecuencias de sus acciones”, recuerda Bonvecchi.
La aversión a las pérdidas es uno de esos descubrimientos de una aplicación amplísima, una de las tantas genialidades debidas a Daniel Kahneman, el brillante psicólogo que nos dejó este año.