De fábrica de colorantes a líder mundial farmacéutico
A mediados del siglo XIX, en el valle del río Wupper se sembró la semilla de un gigante farmacéutico alemán. En una casa modesta, un comerciante de colorantes llamado Friedrich Bayer, y Johann Weskott, un maestro tintorero, comenzaron a producir colorantes artificiales para teñir textiles. La pequeña fábrica fue creciendo y apenas cinco años más tarde se convirtió en una empresa con tres almacenes de venta en territorio germano y otro en Suiza. La locomotora siguió avanzando; la expansión continuó con un centro de producción en Moscú.
Tras el fallecimiento de los fundadores, los responsables de la compañía ampliaron su capital social y en 1881 se constituyó Friedr. Bayer & Co. La compañía poseía varias fábricas y empleaba a casi 400 trabajadores, que incluían un equipo de químicos. La creación del departamento farmacéutico de Bayer, una década más tarde, catapultó a la empresa en el rubro, al sintetizar el principio activo del ácido acetilsalicílico. Los experimentos del farmacéutico alemán Felix Hoffmann dieron origen a la Aspirina, registrada en la Oficina Imperial de Patentes de Berlín, en 1899. Ya en el siglo XX, la Farbenfabriken vorm, Friedr. Bayer & Co., quedó integrada en la I.G. Farbenindustrie AG. La ciudad de Leverkusen, ubicada en la ribera oriental del río, se transformó en la cabecera de la comunidad industrial del Bajo Rin.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la firma fue confiscada por orden de los aliados, y más adelante desmembrada. Hubo que esperar hasta 1951 para la refundación y un nuevo despegue, bajo el nuevo nombre de Bayer AG, con el que logró transformarse en un consorcio químico-farmacéutico internacional. Las acciones de la compañía que nació como una fábrica de colorantes textiles cotizan en la Bolsa de Nueva York. La dueña de la Aspirina creció a tal punto que llegó a dividir sus negocios en grupos independientes.