De España a Corea. La historia de la marca de papas fritas que llegó a los Oscar
Hay una imagen que expresa el delirio que sembraron las papas fritas Bonilla a la Vista cuando arribaron a Corea del Sur, en abril de 2016. Como en una escena de racionamiento en guerra, una hilera de mujeres hacen cola en la caja de los grandes almacenes Hyundai en Seúl y cada una lleva dos latas de 500 gramos de la marca gallega de aperitivos. La fila avanza disciplinadamente con la esperanza de pagar por fin y llevarse el cotizado producto a casa. El primer barco cargado con esta mercancía acababa de llegar al país tras 42 días de navegación y el atraque había sido retransmitido por la tele. No había envases suficientes para satisfacer tanta expectación creada por los distribuidores coreanos que las habían descubierto en un viaje a España, así que el supermercado improvisó una norma: cada cliente podía llevarse dos latas. Solo dos. En un par de horas se agotaron. Cuando le tocó su turno, una señora con un niño en brazos hizo valer los derechos del menor. "Dos personas, cuatro latas", reivindicó aupando al pequeño.
La anécdota la cuenta con la energía de los tiempos en que repartía las papas por los bares en su Guzzi roja el dueño de la fábrica. César Bonilla, de 87 años, hijo de Salvador Bonilla, que fundó la marca (de churros y papas) meses antes de nacer el crío, en 1932, va dando saltos en su relato sin perder casi nunca el hilo. Habla de la primera churrería en la ciudad de Ferrol, del hotel abrieron luego y fracasó, del día en plena posguerra en que tuvieron que marchar de su ciudad para comenzar de nuevo en A Coruña.
En la madrugada de los Oscar, el turno que entra a las cuatro para producir 23.000 churros para la hostelería ya estaba friendo la masa cuando supo que la triunfadora había sido la coreana Parasite. En la película, como glamuroso aperitivo de una familia adinerada, se ve la inconfundible lata blanca de patatas con el velero azul sobre un mar ondulado y la tipografía de la marca.
A diferencia de lo que ocurre en España, en Corea del Sur no ha sorprendido ver una lata de Bonilla en la película. Pero, a este lado del planeta, el éxito del filme de Bong Joon-Ho ha inundado en pleamar la orilla de esta factoría que pese a producir 540 toneladas de papas anuales y exportar 60 a 20 países (40 a Corea) se ve pequeña y sencilla al lado de la descomunal vecina Inditex (la compañía dueña de Zara), en el mismo polígono.
El eco en las redes y la prensa (incluido el diario inglés The Guardian) han hecho el resto: las ventas por Internet han crecido un 150% y a los distribuidores habituales se han sumado otros. Son clientes nuevos que han descubierto las Bonilla a la Vista mucho después que el país asiático, donde la lata de medio kilo que en España se compra por 13 euros ronda los 25.
Con la demanda disparada, en la nave han tenido que contratar personal para aumentar un turno.
Pero la papa se sigue haciendo como toda la vida. Se pasa por agua con sal y se fríe a 170 grados en aceite de oliva virgen Abril, que viene de Ourense, dentro de un sistema de cubas al baño maría para que el calor directo no deteriore el producto.
Un escáner traído de Holanda al que llaman "ojo mágico" aparta las que no salen doradas, que son pequeñas, que acaban rotas o dobladas. "¡Mira todo lo que tira el cabronazo!", bromea el dueño al pasar junto al contenedor de descartes.
"El secreto está en seguir como siempre y no cambiar de materia prima", concluye. "Abaratar, en este negocio, es una tentación constante porque es fácil, pero no se puede".
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