Alrededor del 75% de la avellanas del mundo se recogen en Turquía y el principal comprador es Ferrero, el fabricante de la popular marca de chocolate para untar Nutella.
Pero detrás de este monopolio de producción y compra-venta se esconde otra realidad: la mayoría de estos frutos se recogen por inmigrantes, incluyendo niños, que trabajan durante largas horas al día y reciben una paga muy baja.
"Cuando hablamos de avellanas, para mí significa miseria y trabajo duro", dice Mehmet Kelekci mientras carga a su espalda 35 kilogramos de avellanas recién recogidas.
Alrededor de él, en una zona montañosa de Turquía, una familia de inmigrantes kurdos que trabaja en la recogida se acerca a los árboles de avellanas.
El padre usa un bastón de madera para sacudir las ramas sobre su cabeza y su esposa e hijos se sitúan en cuclillas para recoger los racimos y frutos desde el suelo.
Es un trabajo agobiante, durante 10 horas al día, en pendientes tan inclinadas que se pierde el equilibrio con facilidad.
Dos recolectores, Mustafa y Mohammed, trabajan de forma ilegal. Tienen 12 y 10 años cada uno, cuando la edad mínima para trabajar en Turquía son 13 años para tiempo parcial y 15 para tiempo completo.
Esta es una escena típica del mes de agosto, el momento en que se trae la cosecha en la costa turca del Mar Negro, donde se originan tres cuartas partes del suministro mundial de avellanas.
La mayoría de recolectores son inmigrantes estacionales que vienen de las zonas pobres del sur y el este de Turquía. La mayor parte de ellos son kurdos.
El salario oficial ajustado por las autoridades locales para realizar este trabajo es de 95 liras (US$16) al día. Calculando este salario por número de horas trabajadas, es menos que la remuneración mínima en Turquía de 2.020 liras (US$353) al mes trabajando entre 40 y 45 horas por semana.
Pero esta familia recibe incluso menos.
Cómo máximo, 65 liras (US$11) al día, de los cuales seguramente se queden con solo 50 (US$8) después de pagar un 10% de comisión al contratista que les trae y aún después deben pagar la tarifa de desplazamiento y los gastos de manutención mientras están fuera de casa.
"Hacen que los niños trabajen como máquinas. Piensan: ¿cuántos niños, cuántos beneficios?", explica Kazim Yaman, dueño de una de las huertas de la zona, en contra de la explotación infantil.
Pero la mayoría de granjeros lo aceptan, y a Yaman no le queda más opción que pagar a los niños por trabajar debido a que los propios padres insisten que así sea.
"Intento no hacerles trabajar, pero entonces dicen que se van. Los padres quieren que sus hijos trabajen y se les pague. Es una cadena que debe romperse", afirma Yaman.
¿Pero cómo romper la cadena?
Los eslabones
Turquía posee alrededor de 400.00 huertas de avellanas cuyos dueños son familias. La mayoría, como la de Yaman, comprenden unas pocas hectáreas. Muchos granjeros, como él, desconocen el destino final de la cosecha.
Al final de la compleja cadena de suministros se encuentra la firma italiana Ferrero, quien fabrica otras marcas mundialmente conocidas como los bombones Ferrero Rocher, la pasta de cacao para untar Nutella y los chocolates Kinder.
Solo Ferrero adquiere un tercio de toda la cosecha turca. Y lo necesita: la producción anual de Nutella pesa tanto como el Empire State de Nueva York, cerca de 365.000 toneladas.
En su sitio web, Ferrero publicita que conocer de dónde vienen sus productos es "esencial para asegurar estándares de calidad tanto en la producción como en sus productos".
La compañía se ha puesto como objetivo conocer al 100% la procedencia de sus avellanas para el año 2020. Sin embargo, de acuerdo a su último informe, el objetivo apenas llega al 39%.
Enginay Akcay es uno de los miles de comerciantes independientes de avellanas que en Turquía se conocen como manavs.
Los granjeros le traen lo producido en sacos, y él les paga de acuerdo a la calidad antes de venderlo a intermediarios o directamente a exportadores como Ferrero.
Pero Akcay asegura que Ferrero no le pregunta de qué granjeros viene la cosecha o en qué condiciones trabajan los recolectores.
"El trabajo infantil no tiene nada que ver con nosotros. El control y la supervisión pertenecen al Estado y las fuerzas de seguridad", dice.
El siguiente eslabón de la cadena son intermediarios como Osman Cakmak, quien compra el producto a comerciantes para luego revenderlo a Ferrero, otros exportadores y fabricantes.
Cakmak también afirma que Ferrero no le pregunta por la procedencia y las condiciones de la recolección.
"Yo compro y vendo. En ese momento, es imposible monitorizar tantas toneladas de avellanas", dice Cakmak, y añade: "Si Ferrero no tiene sus propios proyectos en la granja, no se puede sabe de qué productor vienen".
El Programa de Valores Agrícolas lanzado por Ferrero en Turquía en 2012 ofrece entrenamiento gratuito para que cultivadores de avellanas realicen su trabajo en la forma más eficiente posible y así aumenten sus ingresos. Luego, tienen libertad absoluta para vender sus frutos a quien quieran.
En una de las granjas modelo desarrolladas por Ferrero, el agrónomo Gokhan Arikoglu muestra cómo, con la correcta irrigación y control de plagas, un árbol de avellanas puede producir racimos de hasta 21 frutos.
En las granjas tradicionales, lo típico son racimos de unas cuatro avellanas.
En colaboración con organizaciones sin ánimo de lucro y otras agencias, Ferrero también capacita a productores, trabajadores agrícolas, contratistas laborales, comerciantes, intermediarios y otros miembros de la comunidad, como los jefes de las aldeas, para que sean conscientes de cómo el sector puede ser más sostenible.
Esto incluye la capacitación sobre los derechos de los trabajadores, en particular sobre cómo evitar el trabajo infantil. La compañía se esfuerza por involucrar a las mujeres, incluidas las agricultoras, en sus programas de enseñanza.
Ferrero dice que el programa hasta ahora ha llegado a más de 42.000 agricultores, aproximadamente la décima parte de los cerca de 400.000 que hay en Turquía.
Entonces, ¿cómo se asegura Ferrero de que sus avellanas no son recogidas por niños?
Bamsi Akin, gerente general de Ferrero en Turquía, afirmó en una entrevista que si "determinaban que uno de sus productos es obtenido con prácticas poco éticas, no lo tocarían".
Sin embargo, sobre si estaba seguro que el sistema era completamente limpio, dijo que "nadie puede asegurarlo".
También se le preguntó acerca de que su compañía no preguntaba a los negociantes por la procedencia de las avellanas.
"No preguntamos, pero tenemos las herramientas para supervisar desde una perspectiva distinta. Antes de que la temporada comience, hemos hablado con los comerciantes y demostrado nuestros requerimientos de prácticas sociales".
A la pregunta sobre si los estándares de procedencia de los que Ferrero presumen en su sitio web son sinceros, Akin respondió: "Ferrero siempre es honesto en el lado del consumidor".
En la vereda de su huerta del Mar Negro, el granjero Kazim Yamam observa como Mustafa, de 12 años, vacía otro pesado saco de avellanas.
"El otro día, vi cómo su padre ponía un saco pesado sobre los hombres del chico. Le pregunté: ¿qué haces?, y me respondió: deja que lo haga", lamenta Yamam.
Ferrero invitó a Yaman para que participase en su Proyecto de Valores Agrícolas, pero declinó la invitación. Como muchos otros granjeros, pertenece a otra generación-tiene 60 años-y desconfía del cambio.
"Esta cadena no se rompe con el esfuerzo de una o dos personas, pero quizás dentro de un tiempo sí que se pueda".
Mientras tanto, otra familia de kurdos se desplaza a una minúscula choza de madera sin electricidad que será la casa de seis personas durante el próximo mes.
A la pregunta sobre si come chocolate con avellanas, la madre de la familia responde: "personalmente no me gusta", sonríe, "el sufrimiento y la miseria que tengo con este producto... no quiero ni verlo".
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