Daron Acemoglu: por qué la democracia “es difícil de mantener” en la Argentina, según el prestigioso economista turco
El profesor del MIT dijo que el país, al igual que Brasil, corre el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales, porque eso profundiza el conflicto distributivo
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El economista Daron Acemoglu, autor del libro Por qué fracasan los países, hace un llamado de atención sobre la poca regulación que tiene el avance tecnológico. En particular, advierte sobre el ritmo de la automatización y su impacto en el empleo y la desigualdad, y señala que esta inequidad tiene a su vez un efecto directo sobre la estabilidad de las instituciones democráticas.
El profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar su último libro El Pasillo Estrecho: Estados, Sociedades y Cómo alcanzar la Libertad, escrito junto con el economista James Robinson (trabajaron juntos en el primer libro también), en donde concluyen que la sociedad se vuelve más fuerte a medida que el Estado asume más responsabilidades.
¿Cómo llegan a esta reflexión? En primer lugar, Acemoglu explica que, desde 1990, si bien creció la producción de bienes y servicios, los salarios se estancaron y en algunos sectores cayeron los puestos de trabajo. “En los últimos años, los trabajos y salarios del grupo demográfico con menor grado educativo crecieron muy poco o bajaron. Esto genera inequidad y las consecuencias sociales son bastante obvias, está relacionado con la falta de paz social y el reclamo a las instituciones e incluso a la democracia”, dice el economista turco, en el seminario internacional organizado por el “Boletín Informativo” de Techint.
Acemoglu indica que la automatización es uno de los principales factores que generó el incremento de la desigualdad, ya que se asocia con la desaparición de los trabajos de la clase media. “Tendemos a pensar la tecnología como una cuestión monolítica, que incrementa la productividad. En mi investigación me centré en la dirección de crecimiento tecnológico en la economía mundial”, cuenta.
Según explica, en un primer momento, el avance de la tecnología puede generar una recuperación de algunas funciones de los trabajadores. “Es un período de prosperidad. Hay un desplazamiento del trabajo por la tecnología, pero hay un efecto de contrapeso, porque la automatización se acelera, pero, al mismo tiempo, hay otras tecnologías que se desaceleraron”, dice.
Sin embargo, advierte que se ve un patrón donde el balance de la tecnología está desbalanceándose para promover la automatización. “Hay sectores que no ven de manera transparente este cambio. Los robots son el ejemplo por excelencia del reemplazo de tareas que antes realizaban los trabajadores, como la línea de ensamblaje. Si hablamos de los robots que mejoran la productividad, tenemos que verlo en términos de la perspectiva de los trabajadores. Mientras más robots se introducen en el centro de Estados Unidos, más se ve el declive de los trabajadores”, señala.
El profesor del MIT dice, por lo tanto, que hay un prejuicio frente a la automatización, pero no es una ruta que esté predeterminada. “Vivimos en un mundo globalizado y tenemos que competir con otros proveedores por el menor costo. Eso significa que el recorte de gastos es una gran preocupación para las empresas y la automatización se ve como una posibilidad para lograrlo. Las grandes empresas tecnológicas gastan más de dos tercios de sus fondos en inteligencia artificial. Además, tienen incentivos fiscales para hacerlo, ya que los impuestos al trabajo en Estados Unidos son de alrededor del 25%, mientras que se grava con menos de 10% la inversión en tecnología. El gobierno, de forma efectiva, les da un subsidio de casi 20% a las empresas cuando utilizan software para reemplazar a los empleados y seguir produciendo”, dice de manera cruda.
A su vez, señala que es necesario regular la tecnología, pero dice que los legisladores de los países desarrollados legislan sobre inteligencia artificial sin tener en cuenta a los países en desarrollo. “Yo en algunas cosas soy pro libre mercado, pero la tecnología no cumple los requisitos, porque está sujeto a muchas influencias y está determinada por el poder que tienen las empresas para hacerse oír. La regulación de la tecnología es algo a lo que debemos prestarle más atención”, recomienda.
“Durante las próximas décadas vamos a ver un cambio muy importante de este paradigma porque hay un desafío demográfico, que es que todas las poblaciones están envejeciendo. Para los países como Japón y Corea del Sur, que tienen mucha de su población envejecida, la relación con la tecnología fue positiva. La tecnología respondió al envejecimiento con la automatización. Cuanto más viejo se torna un país, más robots adopta. Es positivo cuando la automatización se hace de manera equilibrada en función de las demandas de las poblaciones”, explica.
Sin embargo, enfatiza: “Necesitamos tener una regulación de la tecnología que sea más holística. ¿A quién debe beneficiar la tecnología? La regulación de la tecnología debería ser la piedra angular de nuestras instituciones. Necesitamos un nuevo tipo de Estado de bienestar, donde se fortalezca la red de seguridad social”.
La democracia en crisis
Acemoglu indica que, desde 2006, cada vez más países abandonaron la democracia o vieron deteriorada su calidad democrática. “Esto es muy preocupante y la pandemia aceleró este proceso, desató las insinuaciones autoritarias de muchos líderes y erosionó la confianza en muchos países democráticos”, dice.
Por eso, el economista señala la importancia de lograr un equilibrio entre el Estado y la sociedad. “Cuando hay un Estado muy fuerte, suceden dictaduras como la de China. Cuando hay una disrupción del otro sentido, hay un colapso de las instituciones del Estado. Cuando se logra este equilibrio, tenemos una dinámica completamente distinta, ambos se fortalecen. Por eso la sociedad se debe involucrar más en la política, para saber qué y cómo se está regulando, y no tenemos que temer a la intervención del Estado si esta se vuelve necesario”, indica.
Finalmente, acerca de América Latina, asegura que, si bien no tiene nada de malo que las economías vivan de los recursos naturales, esto puede hacer profundizar los conflictos distributivos y generar más malestar social. “Vivir de los recursos naturales puede ser una fuente de ingresos magnífica cuando hay una estructura balanceada de la economía. Australia y Nueva Zelanda son exportadores de recursos naturales, pero también exportan bienes industriales. La Argentina y Brasil corren el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales. Esto profundiza el conflicto distributivo, en lugar de agrandar la torta invirtiendo y exportando los frutos del capital humano”, señala.
“La distribución de ingresos es bastante desigual y esto profundiza los conflictos sociales y políticos. Las democracias resultan más difíciles de mantener en los países que dependen de los recursos naturales. La Argentina es un gran ejemplo”, concluyó.
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