Daniel Kerner: “Los líderes políticos argentinos subestiman los problemas y son voluntaristas”
Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y tiene posgrados en Historia Latinoamericana y Economía de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign; es director ejecutivo para América Latina de Eurasia Group, una consultora de análisis político a nivel global
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Daniel Kerner vive en Estados Unidos desde hace más de 20 años, donde trabaja en Washington como analista político de América Latina para Eurasia Group, una de las principales consultoras internacionales. Recientemente publicó el libro Tiempo perdido: la herencia, el manejo de la herencia y el manejo de la herencia de la herencia junto con la economista Marina Dal Poggetto, en donde explican las raíces de la actual crisis argentina que comenzó en 2018.
–¿Qué quisieron mostrar con el libro?
–Que las decisiones que se fueron tomando en los últimos años no eran inexorables. A partir de 2002, la Argentina tuvo una oportunidad de entrar en un proceso de crecimiento mucho más sostenido con un contexto internacional muy favorable y con todas las ganancias de productividad que se habían hecho en los 90. Y fue la decisión de Néstor Kirchner y después de Cristina Kirchner de nunca hacer nada que sea costoso políticamente, como con el manejo de la política energética. Al no subir las tarifas, y tener que subsidiar e importar gas, se terminó acabando con los superávits gemelos. Ese es el comienzo de muchos de los problemas que todavía están afectando a la Argentina.
–¿Cuál fue la peor herencia que el kirchnerismo le dejó a Mauricio Macri?
–Lo peor que le dejó es un Estado sobreextendido. El gráfico que más marca al kirchnerismo es el crecimiento del nivel del gasto público en términos del producto bruto. Dejó un nivel de expectativas muy alto que era muy difícil de reducir sin pagar costos políticos fuertes. Había forma de hacerlo, pero era más fácil decirlo que hacerlo. En ese sentido, lo que finalmente terminó saliendo mal fue justamente la falta de ajuste fiscal inicial, que hizo que después, cuando el contexto cambió y los mercados se cerraron, quedara el país muy vulnerable y se tuviera que hacer un ajuste más brusco.
–¿Y qué fue lo peor de la herencia que Macri le dejó a Alberto Fernández?
–Le dejó principalmente un enorme descrédito internacional y a lo mejor una percepción entre inversores y empresarios de desazón y de falta de confianza. Le deja una deuda importante y un programa con el FMI, que a lo mejor no es tan problemático como dice el gobierno de Alberto Fernández, pero que finalmente hay que resolver.
–Macri vendió una expectativa que después no se cumplió, pero el Gobierno tampoco parece haber querido tratar de cambiar ese humor o desconfianza que había hacia ellos.
–No, porque el diagnóstico que tuvieron inicial era que el problema era la deuda, cuando no lo era. Por supuesto que la Argentina tenía un problema de liquidez, pero no era insolvente, y las obligaciones con el Fondo se podrían haber arreglado de otra manera. Ese diagnóstico erróneo, bastante ideológico, de que el problema era la deuda y no necesariamente lo fiscal o la inflación, hizo que se enfocaran primero en la reestructuración, que no creo que fue bien hecha, se perdió mucho tiempo y no terminó de resolver ninguno de los otros problemas. Alberto Fernández tenía que haber dado algunas señales un poco más contundentes de que había un plan razonable, de que no iban a hacer nada extraño y de que iban a seguir ordenando las cuentas fiscales y la inflación. Eso a lo mejor lo hubiera ayudado un poco. Después, también es cierto que tuvo la mala suerte de lidiar con la pandemia, que es una crisis global inesperada y muy difícil. Pero tanto en este gobierno con el tema de la pandemia, como en el anterior cuando se cerraron los mercados y hubo sequía, y un poco el kirchnerismo con la crisis internacional de 2008, vemos que si bien es cierto que hay shocks externos negativos, son justamente las decisiones de no planificar bien que hacen que, cuando ocurren, en la Argentina se sienten mucho más que en el resto del mundo.
–¿En qué más se puede ver una continuidad de los mismos errores entre los gobiernos?
–La continuidad más fuerte que veo, y pensándolo en términos comparativos con varios otros países de América Latina, es la subestimación de los problemas y el voluntarismo que tienen los líderes políticos argentinos, de que solamente porque ellos llegan o porque se va el otro se resuelven los problemas. Eso fue muy claro en Macri, cuando pensaban que solamente por la llegada de ellos y el gran equipo iba a haber una lluvia de inversiones. Pero también creo que Alberto Fernández pensó lo mismo. Relacionado con eso, que también es más llamativo de la Argentina y no se ve tanto en algunos otros países, es la búsqueda constante de algún atajo. Se cree que con eso se puede llegar a resolver todos los problemas. En el caso del kirchnerismo fue mantener el gasto público mientras se apropiaban de cajas; en el de Macri fue la emisión de deuda, y en el de Alberto Fernández fue la reestructuración. En realidad, lo que les faltó a todos fue entender que lo que se necesitaba era un plan más comprensivo a distintos niveles de estabilización para hacer cosas más razonables, tener cuentas fiscales más ordenadas, un Banco Central independiente que luche contra la inflación, reservas, precios de los servicios públicos razonables, cosas que no son mágicas y que son difíciles de hacer ahora dada la magnitud de las dispersiones
–¿Y la descoordinación de los equipos?
–También creo que fue algo que marcó muy fuerte al gobierno de Macri y al actual. Pero, en parte, creo que viene por la subestimación de los problemas y por el mal diagnóstico, además de las otras cuestiones de política y de distintas visiones.
–¿Se puede cambiar este rumbo?
–Yo no soy tan pesimista, por un par de motivos. Las elecciones de 2015, 2019 y las que acaban de pasar mostraron que los votantes están buscando a alguien que les resuelva los problemas. Si los gobiernos de turno no lo hacen, perderán las elecciones y aparecerá otro. No creo que la Argentina esté atrapada en este o en el otro equilibrio, como sí pensaba mucha gente. Nunca se sabe si los países tocan fondo o no, pero a medida que los problemas son más graves es más fácil que los políticos entiendan un poco la urgencia de resolverlos, en parte porque su supervivencia política está en juego. También algo que está pasando ahora en la Argentina es que ya no hay muchas soluciones mágicas que puedan aparecer. Los mercados ya no están, el Fondo puede ayudar, pero no dará nada que no haya dado hasta ahora, no se puede subir más impuestos. Salvo que haya una recuperación global y el precio de las materias primas explote, cosa que tampoco parece muy probable, ya no veo muchas cajas en la Argentina. Se van acotando las opciones. Eso me hace un poco menos pesimista que otra gente, porque este gobierno o el próximo en algún momento tendrá que hacer cosas. Una de las preguntas que nos hacen bastante es si la Argentina estará atrapada como Venezuela en este mal equilibrio, y creo que la gran diferencia es que Venezuela se volvió un Estado autoritario, no hay elecciones libres, hay un gobierno represivo. La Argentina no es eso, y no creo que vaya a ser eso. Si el Gobierno no toma las decisiones correctas para estabilizar la economía en los próximos años, perderá y vendrá otro. Creo que, a diferencia de 2015, tanto los políticos como probablemente los votantes acepten más un ajuste del que hubieran aceptado en 2015. En ese entonces no había una percepción de crisis tan grande como la hay ahora.
–Hay un riesgo país de 1800 puntos. ¿Podría bajar si se arregla con el FMI, o no se esperan grandes definiciones del programa económico plurianual?
–Creo que realmente pasó algo con la Argentina en los mercados después de Macri, y sobre todo después de la reestructuración; el interés por la Argentina es bajísimo, pase lo que pase. Generalmente, cuando un gobierno que no le gusta al mercado pierde las elecciones, la bolsa reacciona bien. En este caso el efecto fue casi nulo. Casi no importa lo que hagan que el mercado no reacciona. La pérdida de credibilidad es muy grande, por lo tanto, solo con un plan, que la mayor parte del mercado piensa que no van a cumplir, no creo que eso cambie.
–¿Cuánto de la crisis actual fue generado por la pandemia y cuánto por una mala praxis del Gobierno?
–Mucho es por la mala praxis de los gobiernos anteriores. La Argentina está estancada en términos del producto per cápita desde hace casi 40 años. Los colegas mexicanos, brasileños, peruanos, chilenos a lo mejor vivieron tal vez una crisis macroeconómica. Hay toda una generación que ahora vota que nunca vivió con inflación o crisis cambiarias. En la Argentina no hay ninguna generación que no haya vivido más de una. Es la mala praxis de todos los gobiernos anteriores que hicieron que, cuando llegó la pandemia, la Argentina estuviera en muchas peores condiciones para responder. Por eso la salida también es peor. A eso se suma la mala praxis de este gobierno con respecto a la deuda y a lo fiscal. Al principio de la pandemia, mientras todos los países hacían una expansión fiscal y monetaria fuerte, la Argentina también la trató de hacer, pero no podía. Toda América Latina está con otros problemas políticos que también están limitando el crecimiento, pero no de la magnitud de la Argentina.
–¿Por qué los demás países de la región lograron solucionar sus problemas y la Argentina sigue en estas crisis recurrentes?
–Es una discusión que la gente tiene desde hace décadas y sobre la cual hay muchos libros escritos, pero no tengo una respuesta. Creo que hay algo de la debilidad institucional y de los cambios de regla tan fuertes y tan permanentes que hace que sea un poco más diferente en la Argentina, porque las decisiones terminan siendo más extremas. Mientras el resto de América Latina tuvo tipos de cambios fijos y después los abandonó en los 90, la Argentina puso la convertibilidad. Mientras que el resto de los países expandió el gasto público, en la Argentina se fue por las nubes. Creo que esta constante inestabilidad y esto de vivir en crisis permanente es un poco lo que hace que también los políticos, e incluso muchos analistas, estén siempre buscando la solución inmediata de corto plazo. Esa inestabilidad permanente también afecta los diagnósticos de la gente.
–¿Cómo se logra tener instituciones más fuertes?
–No sé, esa es la ventaja de ser analista y no estar en la práctica. Creo que algún gobierno tendría que lograr el tipo de condiciones de estabilidad económica como tuvo Carlos Menem, Néstor o Cristina Kirchner para hacer algunos cambios políticos en la forma de que se aprueban las leyes, el funcionamiento del presupuesto, la Justicia, la relación con las provincias. Los incentivos para hacerlo cuando hay un presidente fuerte son muy bajos y eso es difícil. A lo mejor, en una crisis fuerte, tipo la de 2001, de la que la Argentina salió para un lado, podría haber salido para el otro, con otro tipo de instituciones. Ese cambio lo veo más difícil de hacer.
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