Cumbre reservada: el círculo rojo sale al rescate de Alberto Fernández a metros del precipicio
El ejecutivo de una multinacional top de la Argentina está todavía atrapado en el asombro. Inició días atrás una ronda de llamados entre empresarios nacionales para invitarlos a una reunión que se hará mañana en el Ministerio de Economía, pero su convocatoria fracasó. Cuando llega enero, pensó, los dueños argentinos se toman su avión privado para veranear en otro país. En cambio, tuvo mayor convocatoria entre sus colegas de compañías extranjeras.
Hay motivos para trabajar cuando otros descansan. El país camina tembloroso por una delgada línea que lo separa del abismo, algo que puede repercutir negativamente en sus negocios. Es el mejor contexto para sellar uniones impensadas.
El resultado del intercambio de mensajes de Wathsapp y llamadas telefónicas derivó en un acuerdo que quedó marcado en la agenda de Martín Guzmán. El ministro almorzará mañana a las 13 con una composición heterogénea compuesta por Daniel Herrero (Toyota), Laura Barnator (Unilever) y Antonio Aracre (Syngenta), entre otros directivos de compañías extranjeras. Sergio Kaufman (Accenture) está fuera del país y le dejó una silla libre a Gabriela Renaudo (Visa).
También participará la crema del mundo sindical. Estarán el secretario general de la CGT, Héctor Daer; Antonio Caló (jefe de la Unión Obrera Metalúrgica), Andrés Rodríguez (UPCN) y Jorge Sola (Seguros). Es uno de los datos más destacados del encuentro.
Se trata de una versión concentrada del círculo rojo, con el que Guzmán y Alberto Fernández vienen tejiendo hilos desde hace semanas. Mañana continuará lo que comenzó días antes del fin de año en la terraza del Palacio de Hacienda en otro almuerzo del que participaron ejecutivos de Toyota, Syngenta, Unilever y Sancor. Allí analizaron quiénes habían sido los ganadores y los perdedores de 2021. Y siguió esta semana, con reuniones por los acuerdos de precios.
Ayer, por caso, Guzmán recibió a varios empresarios de productos de consumo masivo y alimentos para consensuar una canasta de 1300 productos. También estuvo allí el presidente del Banco Central, Miguel Pesce.
Todos tienen un gran punto de acuerdo: la Argentina tiene que acordar con el FMI y cada uno tiene que poner lo suyo para facilitar que lo prometido, se cumpla.
En los intercambios con Guzmán comenzó a crecer otra raíz. Los empresarios le plantean al ministro la necesidad de bajar los requerimientos patronales para blanquear personal. En la tranquilidad de las reuniones reservadas, nadie discute que el empleo en negro es la norma de muchas industrias.
El ministro es un catalizador de temores ajenos. Tiene un temperamento que parece blindado ante urgencias que le presenta la economía y hasta les contagió su optimismo a algunos empresarios, según la reconstrucción que hizo LA NACION.
El fin del encuentro de mañana, más que nunca, es anclar expectativas. Para eso irán los dueños del capital y del trabajo, los dos elementos de la producción según la lógica peronista. Tienen que prometer lo que menos les gusta: no habrá despidos, subas desmesuradas de precios ni pedidos de recomposición salarial por encima de lo que acuerden.
El almuerzo con Guzmán será la continuación de la discutida reunión que el presidente Alberto Fernández y el ministro tienen hoy con los gobernadores afines. Ese encuentro adquirió trascendencia por las ausencias: faltarán Horacio Rodríguez Larreta y pusieron peros los radicales, toda una dificultad para la Casa Rosada, que busca enviar a Washington el mensaje de que la clase política está de acuerdo en la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Es el problema de querer fotografiar cosas que no existen.
Aunque más silencioso y hasta manejado en secreto, el encuentro sindical-empresario del día siguiente busca una gestualidad mayor: mostrarle a EE. UU., acaso el socio más duro del FMI, la señal de que muchas empresas de ese origen que trabajan en el país acompañan al tándem Fernández-Guzmán.
La embajada suele estar atenta a esos detalles y la diplomacia norteamericana tiene la tradición de escuchar la voz de sus compañías esparcidas en el mundo, aunque hay cosas que exceden al sector privado. Los empresarios intuyen que en el medio de las discusiones por la deuda argentina se cuelan pedidos de definiciones con respecto a la posición de la Casa Rosada con respecto a Nicaragua y Venezuela.
El sindicalismo local no es ajeno a esa conciencia. Una reunión del 10 de septiembre pasado prueba que los jefes gremiales argentinos sepultaron los tiempos en que esas paredes eran sinónimo de imperialismo para la clase trabajadora. La llegada de Joe Biden también les abrió las puertas de la embajada.
Algunos de los autores intelectuales del encuentro se entusiasman en verlo como una especie de consejo de coyuntura para que el FMI entienda que hay acuerdos transversales. Parten de una mirada compartida con el ministro: creen que no les conviene un ajuste radical que achique el tamaño del Estado rápidamente y profundice el estancamiento de la economía. Todo lo contrario. Hay empresarios dispuestos a firmar la receta peronista de la normalización fiscal, que implica aumentar salarios menos que la inflación. Una suba de precios que el año pasado superó el 50% les parece una base potable para avanzar en esa dirección. Se trata de ajustar sin que casi nadie se dé cuenta. Los empresarios lo ven como una manera razonable de normalizar las cuentas públicas en el marco de las restricciones políticas que impone Cristina Kirchner.
Diversos ejecutivos aseguran haber visto el plan plurianual que prometió Martín Guzmán. Es más de lo que pueden decir diputados y senadores, muchos de los cuales concentraron sus vacaciones en enero a la espera de que Alberto Fernández convoque a sesiones extraordinarias para discutir, entre otras cosas, eso que ya vio parte del sector privado.
Es probable que las expectativas que despierta el secreto con el que se maneja el plan plurianual estén muy por encima de la realidad. Sus principales variables repiten el proyecto de presupuesto: habrá menor emisión monetaria porque el país se financiará con organismos multilaterales de crédito. Todo esto, si se llega a un acuerdo con el FMI. La Argentina repite en términos financieros el dilema de la creación: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
El próximo encuentro será, también, la continuación de otras dos reuniones que ya se hicieron en Olivos con Alberto Fernández. En una de ellas, que ocurrió en noviembre pasado, había solo representantes de empresas multinacionales. Todo para construir una trabajosa posición en común que permita encontrar un camino a la mayor urgencia económica argentina, que preocupa a Alberto Fernández y enfurece a Cristina Kirchner.
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