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Los Bielsa vienen de familia erudita. Un poco por eso y otro tanto por su amor a Roma, Rafael, el excanciller, describe una faceta de Néstor Kirchner con sofisticación y en italiano: con las cuentas era un accanito, lo recuerda. En rioplatense, quiere decir que se trataba de un cobrador emperrado.
Con ese espíritu, el expresidente le ordenó a su ministro viajar a Cuba en octubre de 2003. Kirchner quería descongelar las relaciones con Fidel Castro, puestas en el freezer tras llamar “lamebotas” a Fernando De La Rúa, pero también cobrar una olvidada deuda millonaria de ese país con la Argentina. Se sabe, Kirchner no disociaba la política de las finanzas. Dieciocho años después, esa gestión puede ser la clave para pagarle a Cuba el envío de sus vacunas contra el Covid.
Rafael Bielsa intentó cumplir la orden de Kirchner durante el tiempo que estuvo en el Gabinete, pero no pudo. Su nombre forma parte de una lista de frustraciones en la que también están funcionarios de Carlos Menem y de Raúl Alfonsín. Uno de los últimos en tropezar con la tarea había sido Marcos Peña, jefe de Gabinete de Mauricio Macri. Y el año pasado lo intentó Felipe Solá, canciller de Alberto Fernández.
Más allá de los fracasos, las gestiones anteriores pueden haber dejado un saldo positivo. Sucede que después de años de idas y vueltas, la deuda de Cuba con la Argentina quedó bien documentada y podría ser fácilmente ejecutable. Es la historia que se cuenta en los párrafos siguientes.
Alberto Fernández está al tanto de las acreencias. El primero en platearlo a Cuba en esta gestión fue Sola, cuya vida dio a principios del año pasado un giro curioso. El canciller tuvo sus primeros pasos en la política militando en la Juventud Peronista y cumplió un rol marginal durante el gobierno de Héctor Cámpora, inspirado por ideas de izquierda. Pero también fue el que puso en marcha el trabajo para cobrarse a Cuba una deuda que contrajo cuando él comenzaba a transitar los caminos de la política.
En enero de 2020, Solá aprovechó la cumbre de la Celac en México para recordarle a Bruno Rodríguez Parrilla, su par cubano, la existencia de una acreencia a favor de la Argentina. El funcionario caribeño respondió con diplomacia clásica que tratarían el tema en reuniones siguientes este mismo año. La pandemia las impidió, pero los contactos siguieron de manera virtual.
La historia del crédito a Cuba es la más onerosa de un conjunto desconocido de saldos a favor que están perdidos en un lugar de las cuentas argentinas y sobre los cuales casi no se habla desde principios de los ’80. Es algo así como la contra historia de la deuda externa argentina.
Así surge de una investigación que hizo LA NACION a partir de documentos oficiales, consultas a exfuncionarios, a fuentes del Gobierno y a un miembro de uno de los últimos equipos económicos de Héctor J. Cámpora, cuando con la venia de Juan Domingo Perón se originó la mayor parte de esos pasivos.
Los saldos incobrables de la Argentina confluyen en una ironía financiera. El país, que dejó de pagar su deuda en 2001 y vuelve a tener dificultades hoy para cumplir con sus compromisos tal como los asumió, también sufrió los problemas de prestarles dinero a malos pagadores. Es un extraño caso de defaulteador defaulteado.
La aventura del Caribe
Los registros indican que, al 30 de septiembre de 2019, Cuba le debía al país US$2658 millones, según los documentos que revisó LA NACION. Es lo que se necesitaba para comprar el 74% de YPF según su valor de mercado en la mañana del 25 de septiembre, o pagarles a 43 millones de beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH), incluido el último plus y con un dólar a $59,33 en aquel momento.
Una comitiva argentina liderada por Bielsa viajó a la isla el 11 de octubre de 2003 para traer el dinero de vuelta. Discutió el tema cara a cara con Castro. "Tú tienes que hablar con la gente que se ocupa de eso", se desligó el líder cubano ante la consulta del enviado de Kirchner. Dos días después, estaban negociando con el presidente del Banco Central Cubano, Francisco Soberbón.
Los saldos incobrables de la Argentina confluyen en una ironía financiera. Es un extraño caso de defaulteador defaulteado.
La Argentina llevó una propuesta acordada antes con el ministro de Economía, Roberto Lavagna. Su contenido, que se muestra aquí por primera vez, merodeaba una serie de ideas como parte de pago: aceptar tecnología para medicamentos y tratamiento de discapacidades y licitar en el mercado argentino bonos de deuda cubana que les permitieran a sus tenedores participar del turismo en el Caribe, una idea del subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Eduardo Sguiglia, que además era economista.
Esos ítems figuran en anotaciones de aquella época que Bielsa revisó en el fin de semana del 14 y 15 de septiembre de 2019 a pedido de LA NACION.
Soberbón, en cambio, contraofertó con una alternativa de inspiración kirchnerista. “Queremos pagar en la medida de nuestras posibilidades”, los sorprendió el banquero comunista, que pidió una quita del 75%. Un mes antes, Lavagna les proponía lo mismo a los acreedores de la Argentina.El país aceptó la propuesta. Serían US$475 millones que se cancelarían con un pago de los intereses en efectivo al momento de la firma del acuerdo, el envío a la Argentina de medicamentos de uso popular fabricados en Cuba, atención gratuita en la isla para coterráneos de bajos recursos por hasta US$50 millones y la capacitación allí de docentes y científicos.
Cuba reconoció la deuda, pero nunca pagó. El kirchnerismo lo intentó al menos hasta 2005. Con el fracaso consumado, Bielsa ató cabos mucho después: el grupo guerrillero Montoneros había resguardado en ese país los dólares que había cobrado por el rescate de Jorge Born porque lo consideraba una muralla infranqueable a la salida de divisas. La Argentina lo había sufrido en carne propia, pensó.
Antes de la gestión kirchnerista, entre enero y agosto de 1995, la Argentina había enviado a La Habana varias misiones para avanzar en la conciliación definitiva de la deuda. El trabajo concluyó en cuatro cifras escritas el 25 de agosto de ese año: eran US$1278 millones, a los que se les aplicó la tasa Libor –de referencia en el mercado mayorista británico- más 1,5 puntos porcentuales. Así se llegó a los casi U$S2700 millones de Macri.
Es un número que acepta la administración de Alberto Fernández, según la cual las acreencias con el caribe eran a marzo pasado de U$S1279 millones de capital -el cálculo de los ’90-, a los que se suman otros US$1412 millones por los intereses. Representan, por caso, un 6% de la plata que la Argentina le debe al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Eran épocas en que Carlos Menem terminaba su primer mandato y ganaba las elecciones para el segundo, al tiempo que Domingo Cavallo comenzaba a alejarse de su gobierno.
Años más tarde, y bajo otro viento político, Marcos Peña retomó la tarea que habían dejado inconclusa las administraciones anteriores. A principios de 2017 la Jefatura de Gabinete les pidió los papeles disponibles a varios ministerios. Uno de los que le mandó lo poco que tenía fue el equipo de Luis Caputo, por aquellos días a cargo de Finanzas.
Peña tenía todo listo para viajar a La Habana en septiembre de ese año, pero la meteorología jugó a favor de las finanzas isleñas. Un huracán golpeó a Cuba y la mano derecha de Macri suspendió el viaje. Peña retomó esa agenda el 27 y el 28 de mayo del año siguiente, pero la intención de cobro tampoco prosperó.
En tanto cobradores, Menem, los Kirchner y Macri tuvieron menos suerte que su antecesor Raúl Alfonsín. Durante la presidencia del líder radical, Cuba hizo pagos por US$102 millones en 1988 y por US$98,6 millones al año siguiente.
El origen
La deuda de Cuba comenzó a formarse el 24 de agosto de 1973, cuando el presidente ya era Raúl Lastiri. Era una gestión de su antecesor, Héctor J. Cámpora, que no hacía nada sin la venia de Juan Domingo Perón. Su ministro de Economía, José Ber Gelbard, le había sugerido darle a Cuba una línea de crédito de US$600 millones para financiar la venta de tractores, maquinaria agrícola, camiones, automóviles Fiat 125, Renault 12, Ford Falcon, Ami 8 y Peugeot 404, entre otras cosas. Hasta su vencimiento, en junio de 1983, se habían usado US$513,4 millones.
El cerebro detrás de Gelbard era el secretario de Programación Económica, Orlando D'Adamo. Un día de octubre de 1973, D’Adamo estaba convaleciente y mandó a su número dos, Carlos Leyba, a atender una de sus diligencias. El asistente rondaba los 30 años y todavía recuerda, a los 78, cuando les dijo a las autoridades de Ford, empresa de origen norteamericano, que debían poner en marcha una exportación a un país comunista en medio del bloqueo propiciado por Estados Unidos.
Leyba, sin embargo, le quita ideología a la operación: "Fue la posibilidad de vender equipamiento a un país que en aquellos años tenía caja fluida por su intercambio con la Unión Soviética. Necesitaba comprar y nadie le vendía", recordó ante la consulta de LA NACION.El economista Orlando Ferreres se encontró sin pensarlo con la deuda de Cuba en 1993. Ocupaba un lugar en el Banco Central durante la vicepresidencia de Pedro Pou y recibió a una comitiva de Londres que preguntó por las acreencias de la entidad monetaria. En medio de la charla, surgió el tema. Ferreres, apasionado por la historia casi tanto como por la economía, pidió permiso para indagar. "Está en bolsas de arpillera", le respondió Pou, quien no puso reparos a la curiosidad del economista.
Según los números de Ferreres, "si se calcularan los valores originales y aplicando tasa Libor más uno, daba una deuda de unos US$11.000 millones para el año 2015". Esa cuenta permite pensar que las renegociaciones de los últimos años jugaron a favor de Cuba.
Los documentos del Banco Central revelan el plan exportador que comenzó con Cámpora, siguió con la dictadura y llegó hasta Raúl Alfonsín. Para noviembre de 1985 había al menos 13 convenios financieros entre el Banco Central argentino y países como China, El Salvador, Guatemala, Guinea, Guyana, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Senegal.
Todos son menores al préstamo a Cuba. Guinea Ecuatorial, por ejemplo, había obtenido US$5 millones para la adquisición de productos y servicios argentinos; Guinea, US$10 millones, Costa Rica, US$15 millones; República Dominicana, US$40 millones, y República Centroafricana, US$10 millones.
La contabilidad pública muestra que al menos tres de esos créditos están impagos. Al de Cuba se le suman el de Guyana y el de República Centroafricana, dos de los países más pobres del mundo. LA NACION corroboró la existencia de este último cruzando información del Ministerio de Hacienda, el BCRA y otros bancos públicos, pero incluso la documentación oficial es egoísta en los detalles.
A principios de los ’90, el Banco Central se sacó de encima la suciedad financiera que representan las acreencias con Cuba, Guyana y República Centroafricana. Las dejó en manos del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), donde las cuentas pendientes de otros países con la Argentina ocupan un lugar casi invisible en los estados contables del organismo que maneja Francisco Cabrera.
*Esta nota toma parte de un artículo publicado el 4 de octubre de 2019 y de otro publicado el 15 de agosto de 2020
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