Cuarentena. Cinco historias detrás de los comercios que tienen que volver a cerrar
El viernes último cientos de comerciantes del Área Metropolitana de Buenos Aires que habían logrado reabrir su negocio hacía tan solo unas pocas semanas, después de 80 días de parálisis total, recibieron la noticia como un baldazo de agua fría. Tal como anunció el presidente, Alberto Fernández, deberán volver a bajar la persiana para cumplir con una nueva etapa de confinamiento estricto, del 1 al 17 de julio.
Si bien se comprende que la cuarentena es una de las pocas herramientas disponibles para reducir la propagación del coronavirus, muchos comerciantes de rubros considerados "no esenciales"temen que el cierre prolongado se convierta en definitivo. Los gastos fijos se acumulan mientras la generación de ingresos sigue detenida y, en algunos casos, ya no tienen a quién recurrir para mantener sus estructuras en pie.
A continuación, la historia de cinco comercios que volverán a cerrar la cortina esta semana, con la esperanza poder volver a abrirla.
"Compré para liquidar"
Mirian Riojas, indumentaria femenina
Un negocio de ropa femenina anuncia con chillantes luces y carteles la apertura del nuevo local: Moupy. Del escritorio -y con el celular en la mano- se levanta Mirian Riojas. Detrás del barbijo se le dibuja una enorme sonrisa y pide unos minutos antes de hablar. Está coordinando la entrega de mercadería con sus proveedores. Hace tres meses pudo tramitar todos los permisos que le exige el gobierno porteño para vender ropa e indumentaria en el barrio, sin embargo, recién hace 20 días atendió a sus primeras clientas. La idea de crear su propio negocio la venía madurando desde hace algunos meses y cuando recién se dio la oportunidad se encontró con que, por la pandemia, no iba a poder abrir lo que parar ella era el sueño de su vida.
"El 9 de junio fue para nosotros el primer día de ventas de nuestro local. A partir de eso se vendió entre una y dos prendas por día", dice Riojas, quien además agrega que no puede saber si ese valor en las ventas es representativo porque no tiene un punto comparativo.
A principio de año inició todos los permisos online para poder instalar el negocio en la zona, pero por la pandemia se demoró la gran apertura. "Arranqué justo con la cuarentena y tuve que hacer todo online. Tuve que pagar impuestos y servicios sin haber vendido ninguna prenda para que no pase nada y seguir un negocio que nunca había abierto las puertas al público. Te dicen que te congelan los impuestos, pero no es verdad, siguen corriendo los gastos y hay que hacerse cargo", asegura.
Según la flamante comerciante, el nuevo cierre y apertura habría que tomarlo con pinzas. "Un día te dicen sí esta es la última cuarentena y así se fueron a 96 días, para que nos dijeran que hay que volverse a encerrar porque no tenemos camas para atender a los enfermos. Es seguir esperando, y escuchar lo que nos digan día a día, porque tampoco sabemos si el 17 o un par de días antes no van salir a decir que necesitan un par de semanas más", se queja.
Riojas dice que, si bien su contadora la asesoró para aplicar a la ayuda oficial del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), no pudo hacerlo, porque, recién iniciada en el rubro, no cumplía con los requisitos.
Antes de abril, Riojas se había stockeado con un buen lote de mercadería de invierno, pero, con la demora en la apertura, a lo que suma el nuevo cierre, deberá ponerla en liquidación. Los suéteres de lana y las calzas térmicas que cuelgan del perchero van a quedar relegados. "Si no nos dejan abrir el 17 de julio, voy a tener que ponerla en liquidación, porque ya se acerca el recambio de temporada. Compré para liquidar", razona.
"No creo que esta la podamos aguantar"
Juan Carlos Ares Ramos, de Mueblería Casa Ramón
"El lavadero de autos de la esquina, cerró; la casa de ropa de chicos, cerró; la casa de pilas, cerró; la casa de artículos de limpieza, los dueños son propietarios y van a alquilar el local; la otra casa de ropa, también y es muy probable que el restaurante de la esquina también cierre". Juan Carlos Ares Ramos, dueño desde hace casi 30 años de la mueblería Casa Ramón, en Colegiales, hace el recuento de los comercios de su cuadra que no resistieron a tantos días de inactividad y decidieron bajar la persiana definitivamente.
"Y nosotros... no creo que ésta la podamos aguantar", dice sentado al fondo del local angosto, justo donde termina la división entre la parte de exhibición de muebles y el taller en el que él, de 65 años, y su hermano, de 73 años, hacen reparaciones. "Ya veníamos trabajando mal los últimos años y ahora, después de tantos días cerrados, ya no te quedan puertas para golpear. Los amigos y la familia nos dieron todo lo que tenían", dice Ares Ramos.
Los hermanos Ares Ramos abrieron el local a mediados de los 90 junto con su padre -Ramón- y su tío. Antes, la familia había tenido una próspera empresa mayorista de azúcar que "se fundió con la hiperinflación de Alfonsín" y luego tres locales de compra y venta de antigüedades, que sucumbieron durante el menemismo. El tercer rubro en el que se reinventaron fue la mueblería y, ahora, dicen, tal vez le llegó también la hora.
"Este es un rubro muy castigado, porque la gente en este contexto no gasta en muebles. Cuando pudimos volver a abrir empezamos a tener algunos pedidos, algo de arreglos, pero con eso solo la pucheréas; no podés mantener la estructura comercial de un negocio", apunta Ares Ramos. "Además -dice, y muestra con un gesto a su alrededor- te darás cuenta que el negocio tiene muy poca mercadería. No hemos repuesto porque tenía miedo a que esto pasara y tener cheques que después no la pudiéramos levantar".
El comerciante asegura que este golpe es más fuerte porque ya venían de años de malas ventas y de achicamiento del negocio, que no daba ganancias como para contratar más que algún empleado por día. "Los tarifazos nos mataron: yo pago $7000 solo de ABL y de agua. A eso sumale, luz, teléfono, todos los gastos comerciales. Cuando te querés acordar, no te queda nada", apunta.
Con una botellita de alcohol en gel sobre el modesto escritorio y el barbijo colgándole de una oreja, Ares Ramos dice: "Esto emocionalmente te saca. No duermo de noche, tomo pastillas para los nervios. Es muy difícil convivir con esta pena". Y señala a su hermano: "Él la lleva más por dentro".
"Tuve que fundir dijes y cadenitas para convertir el oro en pesos y pagar"
Francisco Raúl Romero, de la joyería Tucumán 8-30
Francisco Raúl Romero, de 65 años, desciende con agilidad la larguísima escalera caracol que nace entre las mesas de exhibición y las cajas fuertes de la joyería Tucumán 8-30, ubicada en Cabildo 1196. "Este cierre nos va a arruinar. Nos va a perjudicar tremendamente", es lo primero que dice el joyero, que alquila este local hace 30 años y solo recuerda haber atravesado un momento tan crítico en la crisis de 2001.
Romero fue pagando "en partes" los gastos que se generaron en los primeros 80 días en los que la cuarentena obligatoria lo obligó a mantener las persianas bajas, valiéndose de ahorros y recurriendo incluso a desprenderse de mercadería. "Tuve que fundir dijes, cadenitas, para convertir ese oro en pesos y pagar. Así como la gente viene a vendernos a nosotros, nosotros tuvimos que fundir para juntar plata", dice.
El local tiene una empleada a la que se le pagó el salario con la ayuda del programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y, si bien Romero considera que "lo más fácil sería bajar la cortina", dice que todavía no piensa en cerrar definitivamente su local. "Si van a liberarnos para trabajar el 17 de julio, como dicen, entonces todavía podemos ver", señala, esperanzado de que el esfuerzo pedido por el Gobierno a los comerciantes sea efectivamente el último.
"Aparte, los compromisos que uno tiene con la gente son a 30, 40 días. Uno no puede bajar la cortina de un día para otro porque nosotros estamos hace 30 años acá. Imagínese el barrio, la gente, los clientes", dice, sin poder concebir la idea de dejar de ser parte del entorno, y agrega: "Además, yo ya tengo 65 años; no estoy para andar dando muchas vueltas ni para empezar de nuevo".
Para el joyero la pregunta sobre cómo cree que lo afectará el nuevo período de cierre es muy fácil de responder. "Vos cerrás y empezás a perder plata. Es automático", explica. Además, dice que la joyería es un negocio muy particular en el que la venta presencial es irremplazable, más allá de que él tiene una página web. "En este rubro tenés que tener abierto para que la gente mire, se pruebe -dice-. No podés atraerlos con la persiana baja y las vidrieras vacías. Me dicen ‘busco un anillito’... ¿y yo qué hago? ¿se los dibujo en el aire? Es un problema", ilustra.
Romero dice que cuando se dispuso por primera vez la obligación del cierre del local, quedaron algunas de las joyas que los clientes le habían llevado para arreglar y que, con el correr del día se empezaron a impacientar. "Tuve que venir más de una vez a sacar cosas para entregar, porque los dueños quieren tener sus cosas", explica. En esas visitas esporádicas al local de Belgrano se encontró además con lo único que nunca dejó de entrar al local: las boletas por abajo de la puerta. "Te cae la factura de la luz, del teléfono. No te pueden cortar el servicio, sí, pero se te va a acumulando la deuda", se queja.
"Nosotros no estamos preparados para vender online"
Graciela Bosio, local de alfombras y cortinas en Villa del Parque
Una enorme caja achica el ingreso a un local de cortinas que, a su vez, sirve para hacerle notar a los clientes del barrio que están abiertos al público. En el fondo, detrás de una montaña de cortinas de tela y rollers, están Graciela Bosio y su marido Antonio, quienes atienden a los clientes que se acercan motivados por alguno de los artículos que cuelgan en la vidriera, que abarca la esquina de la calle Elpidio González y la avenida Nazca, en Villa del Parque. ¿Tiene nombre el local? "Graciela: alfombras, papeles y cortinas".
Desde el improvisado escritorio que tiene una pequeña lámpara encendida, aparece Graciela, quien dice que necesita canalizar lo que les pasa a los comerciantes que tienen que volver a cerrar los locales otras dos semanas. Cuenta que, desde que se decretó la cuarentena obligatoria, los comerciantes debieron apagar hasta las luces de la vidriera para reducir los gastos en el consumo de energía eléctrica.
Bosio y su marido viven en la zona, entre el barrio Santa Rita y Villa del Parque. Ambos están en el rubro desde hace algunos años y decidieron no tener empleados para reducir los costos. El local donde tienen montado el negocio pertenece a un familiar con quien tienen un acuerdo para pagar solo los impuestos y servicios públicos en el tiempo que dure la pandemia.
"A quienes tenemos negocios en la misma zona donde vivimos se nos podría dejar abiertos para darnos un poco de respiro económico. También para que, con nuesrtos ingresos, podamos ayudar al resto de los que la están pasando mal, porque si no el país no sé cómo va a subsistir", dice Bosio. Y plantea que, en su caso, así como en el de muchos otros que no tienen que usar el transporte público ni circular por las zonas con riesgo de aglomeración, "podrían mantenerse operativos".
"Hay comercios que son esenciales y tienen empleados que vienen desde el Gran Buenos Aires y hay muchos casos, como el nuestro, que no tenemos que circular y no generamos ningún movimiento. No se sabe en qué se basan, se tendría que estar estudiado un poco más para tomar esa decisión", añade la mujer que lleva en la cabeza los anteojos para leer.
"Nosotros no estamos preparados para hacer venta online, pero tratamos de, por lo menos, publicitar algo para que no nos olviden e ir manteniendo la clientela de tantos años, atentos en lo que podíamos ayudar o en caso de si podíamos alcanzarles algo, lo hacíamos en bicicleta, para poder ir tirando", puntualiza respecto de cómo se manejaron con los clientes en los meses que estuvieron cerrados anteriormente.
"El 17 de julio habrá que ver si tengo para pagar el alquiler"
Mariana Fraga, mercería en Villa del Parque
Sobre la avenida Nazca se destaca un local de botones, telas, encajes y elásticos, adornado por coloridos retazos e hilos que cuelgan por la vidriera del lugar. En una silla, detrás de una estantería, están Mariana Fraga y María Fernanda Cremona, quienes atienden el local desde la puerta para impedir el ingreso del público.
"Una vez que el negocio repuntó no pueden volver a cerrarnos otra vez. Cerramos cuando había que cerrar, después volvimos a abrir, autorizados por el Gobierno de la Ciudad, y ahora nos tendremos que volver a atrasar con los gastos del local", dice Cremona. Para poder cumplir con las obligaciones tributarias, Fraga debió hablar con el dueño del local para poder estirar unos meses mientras se "recomponía el negocio". No obstante, ahora tendrán que volver a cerrar al público.
"Lo que sí esperamos es que sea hasta el 17 y después no digan que tenemos que hacerlo otros 20 días, porque ahí ya sería mucho y lo único que haría sería perjudicar más a la gente. Ojalá que después nos dejen abrir de nuevo", añade.
El negocio de la tela, hilos, agujas y elásticos tuvo una recuperación acelerada, por la fabricación de barbijos caseros e industriales. Fraga -dice- pudo recuperarse en estos 20 días que tuvieron de reapertura, sin embargo, con el nuevo cierre, teme volver a donde estaba a principio de mes: con el alquiler atrasado y la cuenta de los servicios subiendo.
"Ahora habíamos empezado a pagar de a poco y resulta que nos vuelven a cerrar. El 17 de julio, cuando tenga que volver a abrir, habrá que ver si tengo suerte de juntar la plata de nuevo para pagar el alquiler y el monotributo", dice, preocupada por las responsabilidades que tiene.
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