“Cuanto peor, mejor”: una consigna en la que todos pierden
Una vez pudo haber sido consigna. Dos veces, en un candidato presidencial con posibilidades de ganar, no es inocente. De ahí que haya sido unánime la calificación de “irresponsable” que cayó sobre Javier Milei por sus declaraciones sobre la corrida cambiaria y la salida de depósitos a plazo fijo.
El líder y candidato de La Libertad Avanza ya había buscado desestabilizar aún más el mercado cambiario el jueves pasado, al ingresar en el almuerzo al que convocó a un grupo de empresarios en Mar del Plata: “Cuanto más alto esté el precio del dólar, dolarizar es más fácil”, le dijo a un canal de televisión, el día que el blue quedó paralizado en $843 por los operativos de la Aduana en el microcentro porteño y los dólares financieros escalaban sin freno. Ayer, sin esa maniobra de contención, el paralelo se acercó más a los $1000.
Ya la crisis macroeconómica y social que está atravesando la Argentina es bastante grave como para ideas incendiarias. Pero Milei insistió: cuando el periodista Eduardo Feinmann le pidió un consejo para el público sobre renovar o no un depósito a plazo fijo, fue categórico: “Jamás en pesos, jamás en pesos; el peso es la moneda que emite el político argentino, por ende, no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”. Sigue sin aclarar, obviamente, por qué no se incluye en esa categoría que tanto detesta si, en definitiva, él hace política.
Después de todo, su actitud podría asimilarse a otros momentos de la historia cuando otros “políticos” tuvieron declaraciones poco felices (o directamente desestabilizadoras) en tiempos electorales.
En el primer cambio de gobierno de la democracia, muchos recuerdan la famosa frase de Guido Di Tella, después del triunfo de Carlos Menem sobre Eduardo Angeloz, en mayo de 1989. El futuro canciller dijo públicamente que su gobierno aplicaría un “dólar recontraalto” para favorecer la competitividad de la economía argentina.
La evidente fragilidad que mostraba la economía se retroalimentó con esa declaración y derivó en un adelantamiento del traspaso de mando presidencial a julio de ese año.
Una versión nunca confirmada también le adjudica a Domingo Cavallo, entonces diputado y futuro ministro de Economía del gobierno de Menem, haber gestionado ante los organismos internacionales que no renovaran la asistencia financiera a la administración de Raúl Alfonsín.
Lo cierto es que entre febrero y marzo de 1989 la hiperinflación ya estaba en ciernes, en un contexto político complicado. Los documentos internos de los analistas económicos contemplaban un diagnóstico de hiperinflación, pero se cuidaban mucho de mencionar esa palabra en público, recuerda un integrante de los equipos del Ieral, el instituto de la Fundación Mediterránea que desembarcaría en el gobierno junto a Cavallo, su jefe. Lo que seguro sucedió es que el joven economista cordobés se reunió varias veces con los equipos de los organismos internacionales en Estados Unidos “y allí sí fue crudo al describir la situación. No podía no serlo”, recuerdan cerca suyo.
Jesús Rodríguez, último ministro de Economía de Alfonsín y hoy presidente de la Auditoría General de la Nación, hace hincapié en el contexto político y en la acción de otros dirigentes de la entonces oposición justicialista: “Tenías un presidente de la Cámara de Diputados por 10 años [por Alberto Pierri] que hablaba de moratoria impositiva en el próximo gobierno: nadie pagó más impuestos. Un futuro secretario general de la Presidencia [por Alberto Kohan] anunciaba una futura nacionalización de la banca: a partir del 14 de febrero no se renovó ningún depósito en dólares, porque vencían después de las elecciones, y se inició un importante retiro de depósitos en pesos. Ese era el contexto, más allá de esas hipotéticas gestiones”. Agrega en ese marco el terrible episodio del ataque guerrillero al cuartel del Ejército en La Tablada, en enero de 1989, lo que debilitó aun más a Alfonsín.
“Lo que aceleró la dinámica fue la mezcla de los tipos de cambio, anunciada por el ministro Sourrouille dentro del Plan Primavera, en agosto del año anterior”, destaca Jorge Vasconcelos, investigador jefe del Ieral. “Para lubricar el mercado cambiario, permitieron e incluso fomentaban no solo un desdoblamiento del tipo de cambio, con uno financiero o libre y uno comercial, sino el uso mezclado para algunas operaciones de comercio exterior. Un exportador, por ejemplo, podía liquidar sus ventas en un 80% por el comercial y un 20% por el libre. Claro que la decisión de liquidar o no se tomaba en función de la expectativa de a cuánto se iba a ir cada una de esas cotizaciones”, analiza.
La mezcla de dólares no es un invento de Sergio Massa, podría ser una conclusión en el contexto actual.
La actitud de Alberto Fernández después de ganar las PASO de 2019, tras la corrida cambiaria que golpeó al gobierno de Mauricio Macri, puede tomarse en esa línea. Más allá de sus declaraciones sobre el precio del dólar (”estaría bien un dólar de $60″, dijo, palabras más, palabras menos), lo cierto es que en una reunión con Alejandro Werner, entonces a cargo del caso argentino en el FMI, Fernández le anticipó que su gobierno no reconocería el acuerdo que el organismo había firmado con Macri por US$57.000 millones. En su libro La Argentina, en el Fondo, escrito junto al periodista Martín Kanenguiser, Werner relata que fue esa la causa por la que el FMI decidió no girar el último desembolso de ese año, obligando al gobierno de Cambiemos a reperfilar los vencimientos de deuda.
Las declaraciones de Milei no son inocentes y llegan un momento delicado, con los depósitos en pesos a plazo fijo privados cayendo en torno al 20% en los últimos dos meses.
“El resultado de las PASO nos dejó sin GPS por 90 días”, escribió Vasconcelos en un informe posterior a las primarias. “Ahora que Milei muestra sus cartas, está más claro que nunca: la emisión monetaria irresponsable de Massa y la emisión irresponsable de palabras de Milei son las dos caras de una misma moneda”, concluye.
Curiosa coincidencia de Milei con el trotskismo: “cuanto peor, mejor” es la consigna clásica de esa izquierda. Unos y otros aún no entienden que en esa perdemos todos.
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