Cristina Kirchner y Alberto Fernández se lanzan a la redención de Mauricio Macri
El Presidente quedó atrapado en una jaula extraña en la que no tiene espacio para no hacer nada, pero tampoco para hacer demasiado; el deterioro de diversos números aceleró los contactos en Juntos por el Cambio para discutir el futuro del país; cómo manejará la economía el Frente de Todos a partir del lunes
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Marcos Harguinteguy es un funcionario de segunda línea casi desconocido en el mundo privado. Ese anonimato, sin embargo, es inversamente proporcional al poder que tiene su firma sobre las mayores empresas del país.
Harguinteguy es militante de La Cámpora, director nacional y un cuadro político heredado por Roberto Feletti de su antecesora, Paula Español. Este exfuncionario de Avellaneda, donde manda el cristinista Jorge Ferraresi -dejó la intendencia para asumir como ministro de Desarrollo Territorial- recibe una alerta diaria que muestra la temperatura en las góndolas.
Sobre esa evidencia, le envió el 19 de octubre pasado una nota a su jefe donde le advertía acerca de una aceleración de los precios de los alimentos que no se “correspondía” con la situación económica. Por eso, recomendaba “tomar decisiones urgentes”. La comunicación fue la base administrativa que relanzó a los controles de precios, algo que ya había decidido de antemano Feletti, como alternativa para moderar la inflación hasta el 7 de enero próximo.
El trabajo administrativo del tándem Feletti-Harguinteguy deja pistas que anticipan cómo se manejará la Argentina hasta el final del gobierno del Frente de Todos: los problemas se abordarán cuando ya hayan ocurrido, desde una posición manifiestamente ideológica y sin considerar las recomendaciones técnicas más usuales para enfrentarlos. Un ejemplo de esto último es que en las reuniones para pelear contra la inflación están ausentes Martín Guzmán (Economía) y Miguel Pesce (Banco Central), los dos funcionarios que tienen mayor responsabilidad en el tema.
Otra evidencia se desprende de la nueva metodología. La mano visible del Estado tendrá el objetivo consciente de suavizar los síntomas antes que de resolver los desequilibrios que los ocasionan.
El mismo agenciamiento de los precios se repetirá en otras áreas delicadas. El Gobierno intentará que el dólar suba para que no se aleje tanto de la inflación, pero sin que ese despegue sea tan pronunciado como para tener un capítulo propio del Frente de Todos en los libros de historia.
Las tarifas tendrán un aumento para moderar el gasto del Estado y acercar el abismo entre precios relativos -es comparar el valor de una cosa con otra cosa, algo que nunca les salió a Néstor y Cristina Kirchner-, pero lejos del shock.
Alberto Fernández quedó atrapado en una jaula extraña. No tiene espacio para no hacer nada, pero tampoco para hacer demasiado, porque la aplicación de planes profundos en contextos de debilidad política llevan a resultados fatídicos. Ocurrió en 1974 y se llamó Rodrigazo.
Sobre el punto anterior están de acuerdo exponentes diversos que gravitan en la oposición como el ascendente Martín Tetaz, un radical que se siente muy cómodo haciendo campaña con María Eugenia Vidal, o Carlos Melconian, el preferido de Patricia Bullrich y viejo amigo de Mauricio Macri.
La idea que sobrevuela es que el Gobierno no tiene herramientas para torcer la crisis, pero sí para extender una situación de deterioro que conduzca sin explosiones trágicas a las puertas de 2023. Más aún: antes que en alguna jugada heroica, sería recomendable que Alberto Fernández se concentrara en mantener el paso mientras atraviesa la carpeta fangosa que tendió Cristina Kirchner, piensan.
Entre la algarabía del último triunfo y la expectativa por lo que ocurra mañana comenzó a crecer en Juntos por el Cambio un sentimiento de prudencia relacionado con la gestión. La preocupación es lo que pase a partir del lunes 15 y el estado de situación que encontraría un futuro gobierno. Es el retorno de la discusión por la herencia.
Los dirigentes referenciados en Elisa Carrió son pródigos en análisis políticos e institucionales, pero no quieren desatender los números. Ya discutieron entre ellos que deberán hacer un encuentro con Hernán Lacunza, Alfonso Prat-Gay (ambos fueron ministros de Mauricio Macri) y Tetaz, entre otros, para tener una mirada más precisa sobre lo que ocurre en cada rincón de la economía argentina.
En el seno del PRO fueron más lejos. El presidente de la Fundación Pensar, Franco Moccia, levantó el teléfono en los últimos días para iniciar la convocatoria a economistas del entorno. El gran articulador es Hernán Lacunza, de diálogo frecuente con figuras propias, como Prat-Gay y Luciano Laspina, pero también de los socios, como Martín Lousteau, el propio Tetaz y Ricardo López Murphy, entre otros.
El objetivo es embrionario, pero ambicioso: comenzar a delinear un programa económico. Esa estrategia programática tiene una contracara simbólica. Se podría expresar así: quienes todavía no saben si volverán a la Casa Rosada en dos años buscan establecer una hoja de ruta que los inquilinos actuales nunca trazaron ni siquiera estando en el gobierno.
La oposición buscará darle una marco institucional a las discusiones diarias que Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, los radicales y el propio Macri tienen con Lacunza y Guido Sandleris, o las visitas de Patricia Bullrich a las oficinas de Melconian.
Hay puntos encontrados en la oposición sobre el futuro de esta gestión. Macri cree que la economía se lanzó por un tobogán que la conduce a un choque contra el suelo, pero otros dirigentes consideran que el estallido depende sobre todo de la reacción de Cristina Kirchner a una eventual derrota mañana. Alcanzaría con liberar un poco el tipo de cambio y moderar la emisión de dinero a partir de enero para que la bomba le explote al que sigue. Es lo que pasó en 2019.
Sucede que el peronismo está acostumbrado a convivir con cifras que a otros ponen muy nerviosos. La brecha cambiaria, como se denomina a la diferencia entre el dólar mayorista y el blue, supera hoy el 100%, algo que hace imposible cualquier inversión extranjera importante en la Argentina. Entre 1952 y 1955, en el epílogo del primer peronismo, la brecha alcanzó el 200% en promedio.
El deterioro paulatino de casi todo es el precio que deberían pagar Alberto Fernández y Cristina Kirchner para continuar en una pendiente sin resetear la economía. En el horizonte de esa ventana aparecen una sorprendente redención de la fórmula presidencial a la gestión de Cambiemos.
Los resultados económicos de Macri pavimentaron el retorno del kirchnerismo, pero el fracaso del Frente de Todos hace que algo menos malo casi parezca bueno. Con una idea de esa inspiración sorprendieron días atrás varios vecinos de la provincia de Buenos Aires a Diego Santilli durante una recorrida de campaña: “Ahora sí hagan las cosas bien”, le reclamaron.
Macri quedó desilusionado con una parte de su gestión. Creció la pobreza, aumentó la inflación y se encogió el país. Sus éxitos, como la reducción del déficit fiscal, son más difíciles de explicar.
Los números de hoy muestran, sin embargo, que la gestión está peor. La economía cerrará este año medio punto por debajo de 2019, y el crecimiento que pueda haber hasta 2023 quedaría sepultado por el aumento de la población. La suba de precios estimada es de 52,3%, cercana al dramático número que dejó Macri. El piso para 2022, además, será proporcional. Y en la cercanía a los comicios se deterioraron otras variables: subió el blue, el riesgo país y se alejó el acuerdo con el FMI.
La combinación de una economía que no crece con alta inflación le aseguran un piso alto a la pobreza. Hoy es del 40% y nadie puede asegurar que mejore sensiblemente en los próximos dos años.
Quizás esa matemática sea la explicación a movimientos sorprendentes, como la recuperación de la imagen de Mauricio Macri en los últimos meses, todavía con muy altos valores de rechazo para suerte de sus competidores internos en Juntos por el Cambio. La economía argentina es generosa para dar segundas oportunidades a los líderes políticos.
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