Cristina Kirchner teme que Alberto Fernández le cumpla su peor pesadilla
Máximo Kirchner sorprendió a los compañeros que le fueron a hablar para que diera marcha atrás con su decisión. En el marco de su carta con críticas al acuerdo con el FMI, en marzo pasado, les puso como ejemplo la militancia de Hugo Moyano contra Carlos Menem en los años 90. El líder camionero había rechazado las políticas neoliberales, al principio aceptadas por la sociedad, algo que le redituó poder durante la década siguiente: fue jefe de la CGT desde 2003 a 2015, en contraste con el período anterior, cuando había estado recluido en el ala rebelde, detrás de Saúl Ubaldini.
Las palabras del fundador de La Cámpora en esos días álgidos se convirtieron en la regla de lectura de la militancia para todo lo que ocurra hacia delante. Se trata de lapidar la cercanía de Alberto Fernández con el FMI para aprovechar en otro momento la distancia que se marca hoy con la Casa Rosada. Kirchner podría ser en el futuro como Moyano en el pasado. Quizás por eso construye junto a su hijo, Pablo, cuyos colaboradores sindicales le arman escenarios al patagónico para criticar al ministro de Economía, Martín Guzmán.
La fractura de los Kirchner con Alberto Fernández nació de desencuentros políticos, pero la crisis actual se debe a un lapidario diagnóstico sobre el futuro de la economía que parte de Cristina Kirchner. Su preocupación es que el modelo del Presidente conduzca a una hiperinflación. Es el peor anacronismo de un gobernante, porque en el fondo está el temor a volver a la Argentina de 1989. Ese año el país tuvo una suba de precios de 3079,5%, el número más alto desde la conformación del primer gobierno patrio, en 1810.
Hay una paradoja detrás de la preocupación de la vicepresidenta. Se consterna por un escenario de alta inflación y pérdida del poder de compra del salario, algo que la conduce a plantear descarnadamente sus críticas a la Casa Rosada. Pero la incertidumbre política que sus actos desatan son levadura para las remarcaciones. Es un caso de profecía autocumplida. Ayer, en su presentación en Chaco, volvió a repetir la fórmula de esa receta: la emisión monetaria no genera inflación, sino que eso se debe a la falta de dólares.
Cristina Kirchner sostiene sus temores en experiencias personales que fue recolectando en los últimos dos años de su trato con el Presidente. A principio del gobierno, pedía determinadas cosas, Fernández se comprometía a avanzar y tiempo después notaba que no había ocurrido nada de lo que le había prometido el Presidente. Sus allegados creen, sin embargo, que la vicepresidenta comete un error de apreciación: asume que las indefiniciones de la Casa Rosada son una cuestión personal de Alberto Fernández con el núcleo kirchnerista. En realidad, la falta de respuesta se corroboraba en otras áreas del Estado. Prueba de ello puede dar la crema del empresariado argentino, a quienes Fernández les prometió en reuniones en la Casa Rosada y en Olivos ir reduciendo el cepo cambiario cuando las condiciones lo permitieran. Pasaron más de 24 meses.
Máximo Kirchner extiende el mensaje que comparte con su madre con tanto descuido que hasta se enteraron sus compañeros opositores en el Congreso. Dice que Fernández no hace nada. Es el resumen libre que hace el diputado de una mirada que derrama en el Frente de Todos. Aunque la realidad es acuciante, el presidente es secuencial. Toma los temas de a uno. Primero, fue la deuda privada, luego la pandemia, más tarde el el FMI y ahora, la inflación.
El entorno que asesora a la vicepresidenta cree que la Casa Rosada tiene perdida la pelea contra los precios. Un ejemplo. Guzmán diagnostica que parte de la inflación se debe a la suba de las commodities. Sin embargo, no usa ninguna herramienta de política económica para contrarrestarlos, como las retenciones, se quejan. Le adjudican al ministro una falla de pensamiento lógico.
El kirchnerismo insistirá con el viejo manual de presionar por el lado de los ingresos. Un informe de Fernanda Vallejos, que acompañó a Cristina Kirchner en la fórmula de 2017, sostiene que los trabajadores pueden tener hoy una distribución más igualitaria entre sí, pero son todos más pobres frente al sector propietario. Se entiende por qué la vicepresidenta felicitó públicamente al diputado Sergio Palazzo, secretario general de La Bancaria, después de haber cerrado una envidiable paritaria del 60%. Allí no hace ruido la inflación.
Las ideas de las que se nutre el kirchnerismo están a la vista. Vallejos estrenará el martes próximo en la Feria del Libro su última publicación, en coautoría con Alejandro Olmos. Se llama “El FMI y la deuda. La estructura de la dominación”. Si no fuera por una desinteligencia de último momento, lo iba a presentar Oscar Parrilli, vocero preferencial de Cristina Kirchner.
La vicepresidenta no encuentra justificación para el optimismo de Alberto Fernández con respecto al futuro. Una derivación de ese enojo salpica al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. El núcleo del kirchnerismo lo acusa de enviarle por WhatsApp todos los días al Presidente un número positivo con respecto a la marcha de la economía. Las similitudes son llamativas: parece una reedición de la saga de brotes verdes que creó el exministro de Economía, Nicolás Dujovne, cada mes tras la crisis de 2018.
Kulfas sería uno de los responsables de proponerle al Presidente una base de realidad que el Instituto Patria considera paralela. La otra mitad de la culpa se la atribuyen a Martín Guzmán. El ministro dice y repite, envuelto en una atmósfera de tranquilidad académica, que si se cumple el plan trazado con el FMI, todas las variables que están bajo su mando mejorarán en los próximos meses.
El kirchnerismo pide las salidas de Guzmán y Kulfas con decisión. En cambio, a nadie con poder en ese espacio se le escuchó decir con el mismo ímpetu nombres para sus potenciales sucesores. Si gastar lo que no se tiene es la clave del populismo económico, la fórmula de despidos sin reemplazos inaugura la fase del populismo administrativo. Hasta ahora. Ayer la vicepresidenta cuando se refirió a Augusto Costa, exsecretario de Comercio Interior. Le gustaría verlo en el lugar de Kulfas.
El precipicio entre diagnósticos redujo en las últimas ocho semanas a los interlocutores válidos de ambos lados. Aún está de pie, no sin temores, Sergio Massa. Un episodio lo enmarca como ningún otro en medio de la disputa. El pasado dos de abril fue a la Quinta de Olivos para saludar al Presidente por su cumpleaños. Cambió palabras con los expresidentes Evo Morales (Bolivia), José “Pepe” Mujica (Uruguay) y Fernando Lugo (Paraguay), el diputado Eduardo Valdez y el político chileno Marco Enríquez-Ominami. Massa se fue del cumpleaños a un acto que compartió con Cristina Kirchner esa misma tarde en el Congreso por el aniversario de la Guerra de Malvinas.
Las últimas líneas del capítulo que comenzó en el cumpleaños de Fernández se completaron el miércoles último. Massa se encontró con Cristina Kirchner a las 11.30 en el Congreso, salió a las 12.30 y a las 12.45 estaba entrando a Casa Rosada para almorzar con el Presidente. Comieron milanesas y raviolones, pero no lograron hacer más digerible la interna del Frente de Todos. De todas formas, se cumple el pronóstico que les hizo a sus más allegados al principio de la pandemia: los integrantes de la fórmula presidencial reemplazaron el método digital del WhatsApp por la analógica comunicación a través del fundador del Frente Renovador, que se siente cada vez más necesario y acumula poder. No está claro para qué lo usará.
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