Crisis del peso: la alta inflación vuelve a encender el debate por la dolarización de la economía
Proyectos legislativos revivieron un tema recurrente en un contexto de alta inflación; ventajas, desventajas y las consecuencias que se pueden esperar tanto en el corto como en el largo plazo, según los analistas; cómo les fue a los países de la región que lo implementaron
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Es un problema recurrente a lo largo de la historia argentina. Ciclos de inflación elevada, asociada a desequilibrios macroeconómicos como el déficit fiscal, la emisión monetaria o las fluctuaciones del dólar, además de factores como las expectativas o los shocks externos, motivaron iniciativas para intentar buscar una solución. Mientras los planes de estabilización, devaluaciones, controles de precios y hasta el uso de un tipo de cambio fijo por ley (el “uno a uno” de la Convertibilidad) fueron algunas de las herramientas a las que apelaron algunos gobiernos, los vaivenes del debate público y la agenda de dirigentes políticos traen una idea que encuentra defensores y críticos: la dolarización.
La iniciativa, que supone eliminar el peso y adoptar la divisa estadounidense como moneda de curso legal, no es una propuesta novedosa para la Argentina, que convive con una inflación de doble dígito desde 2007. El tema sobrevoló, por ejemplo, la campaña presidencial de 1999 y en los últimos años regresa de la mano del fracaso de los diferentes gobiernos en su intento por doblegar la suba de precios.
Recientemente, iniciativas como la presentada por el diputado radical Alejandro Cacace o una propuesta defendida por el economista Javier Milei (La Libertad Avanza) revivieron la idea de un camino que en los últimos años probaron países como Ecuador o El Salvador (ver aparte).
“Hasta 1935, la inflación promedio en la Argentina fue 0,9% anual. Desde 1935 a 1945, con un Banco Central mixto, la inflación fue de 6% anual; y desde 1946, cuando se nacionaliza, hasta 1991, el promedio fue de 240%”, dice el diputado Milei, cuya iniciativa incluye la eliminación del Banco Central y la adopción del dólar para todas las transacciones.
“La realidad es que hoy la Argentina no tiene moneda, porque los argentinos desprecian el peso. No es reserva de valor y tampoco es unidad de cuenta, porque muchos bienes no lo cumplen: algo grande como una planta, una propiedad o una máquina no están determinados en pesos sino en dólares. Demandás pesos solo cuando tenés que pagar impuestos. El valor del peso en realidad refleja la calidad de los políticos argentinos y no puede valer ni excremento porque los politicos argentinos son una basura”, agrega el economista, cuya propuesta comprende la “libertad de elección de una moneda”.
Un planteo similar surgió en estos días en el Congreso de la mano del radical puntano Alejandro Cacace, quien criticó la “hipocresía” de “todos los diputados que ahorran en dólares” y presentó su proyecto de dolarización en 180 días para resolver “el principal problema de la economía, que es la inflación”.
“Cuando se produce la profunda desconfianza en la moneda local, aunque reduzcas a cero el crecimiento de la oferta monetaria, tenés sustitución igual, cae la demanda de pesos y tenés inflación igual”, argumenta el abogado, quien reconoce el aporte teórico para su proyecto de Jorge Ávila, un profesor de UCEMA que completó su doctorado en Economía en la Universidad de Chicago.
“No podemos ir a buscar la competitividad por la vía cambiaria y, cuando somos caros, devaluar. Hay que mejorar la productividad, lo impositivo y la infraestructura”, plantea el diputado, al defender su proyecto, que al mismo tiempo fue rechazado por el jefe de su espacio político, el senador Martín Lousteau. Según Cacace, la inspiración para su iniciativa son la caja de conversión, a fines del siglo XIX, y la Convertibilidad: “Nunca fuimos capaces de gestionar el valor de la moneda y no es casual que los únicos casos de experiencias de estabilidad fueron cuando atamos nuestra moneda a la cotización de una moneda extranjera”.
El diputado, que plantea un aporte al “debate” para 2023, porque advierte que no hay consenso político para su proyecto, reconoce sin embargo los costos que traería aparejada la implementación de una dolarización como su propuesta, que en su segundo artículo indica que “el tipo de cambio de conversión entre el peso y dólar es el cociente entre pasivos monetarios y no monetarios del BCRA y las reservas internacionales”.
En ese contexto, el tipo de cambio tendría una fuerte disparada, con el consecuente impacto sobre los precios, teniendo en cuenta las menguantes reservas netas con las que cuenta hoy la autoridad monetaria. “La implementación de esta iniciativa tiene discusiones, pero, como toda decisión, es difícil y tiene costos. Es cierto que vas a tener un ajuste muy brusco inicial, que afecta a los salarios y es una transición muy difícil de sobrellevar. Es el dilema a enfrentar. Después los precios se estabilizan y los ingresos recuperan poder adquisitivo”, dice.
Según Milei, la eliminación del peso sería una herramienta óptima para erradicar la inflación. “La realidad es que, cuando querés devaluar para compensar un shock negativo, estás generando un nivel de producción artificial a partir del estímulo monetario. Si recibís un shock permanente, no hagas nada; y, si es transitorio, vas a tener un nivel de empleo más bajo y con salarios menores”, plantea Milei sobre las consecuencias de una dolarización que prescinde del manejo del tipo de cambio.
“Lo que dicen las bestias que quieren mantener el nivel de empleo en el nivel original es meter dinero para compensar las rigideces del mercado laboral. Si tenés rigideces, se arregla desregulando la política laboral, no licuando nominalmente los salarios. El problema de la inflexibilidad de los precios a la baja existe en la cabeza de los economistas estúpidos formados en el keynesianismo. Si tenés ese problema, lo arreglás flexibilizando el mercado laboral, no estafando a la gente con la inflación”, dice. Para atender a los problemas de desempleo, en ese escenario, propone “diseñar y promover un mercado de seguros” para cubrir a quienes pierdan el trabajo.
Dolarización: una idea recurrente que suma controversia
Mientras las iniciativas en torno a una dolarización brotaron en el Congreso, voces de economistas advirtieron sobre las dificultades de implementación y las consecuencias de estas iniciativas. Carlos Melconian, presidente del Ieral de la Fundación Mediterránea, dijo esta semana que quienes “tienen un proyecto dolarizador tienen que llamar a David Copperfield para arreglar el balance del Banco Central”, en referencia a las menguantes reservas netas y los pasivos del organismo. Según estimaciones de Eduardo Levy Yeyati, aun cuando el BCRA tuviera un fondo prudencial de US$10.000 millones, para poder dolarizar sus pasivos a $110 debería contar con unos US$43.000 millones en sus reservas netas.
“Antes de dolarizar hay que resolver una serie de temas previos”, plantea el economista Orlando Ferreres, exviceministro de Economía (1989) y presidente de la consultora homónima. Su planteo se refiere, entre otros temas, a la corrección de los precios relativos, que en la Argentina incluye movimientos en los valores de las tarifas o el transporte. “Es fundamental tenerlo en cuenta, porque en Ecuador no se consideró y después tuvieron inflación en dólares. Los precios tienen que estar relativamente equilibrados a los internacionales”, plantea el analista.
“Lo más saludable de una dolarización es que no habría inflación local, pero lo demás se tendrá que arreglar como los otros países. Y, para que funcione, tiene que haber equilibrio fiscal”, agrega Ferreres, al analizar el escenario en la Argentina y los motivos que hacen inviable una dolarización en el corto plazo.
La adopción del dólar como moneda de circulación legal y la eliminación del peso limitaría el margen de acción del Banco Central en cuestiones como el manejo del tipo de cambio. Según la economista Laura D’Amato, quien trabajó más de dos décadas en el BCRA y se desempeñó al frente del Departamento de Modelos y Proyecciones Macroeconómicas del organismo hasta 2019, la decisión de dolarizar “tiene costos altos” porque “perdés la capacidad de hacer política monetaria”.
Entre otros temas, apunta a la incapacidad de utilizar tasas de interés o una depreciación de la moneda como mecanismos para suavizar eventos negativos externos, la capacidad de emitir moneda para enfrentar situaciones inesperadas (como ocurrió durante la pandemia en la Argentina y la mayoría de los países del mundo) o la eventualidad de que el BCRA opere como “prestamista de última instancia” en una situación de crisis financiera o corrida bancaria.
“La dolarización es la contracara del fracaso de una sociedad que no puede formar una moneda”, dice Marina Dal Poggetto, directora de EcoGo. “Es una decisión que asumís en una situación de estrés cuando te quedás sin moneda, como Venezuela, donde se dolarizó de facto porque su moneda no se usaba ni para las transacciones. Pero acá el peso como unidad de cuenta y medio de pago se usa. Y tampoco te resuelve los problemas: no soluciona la distorsión de precios relativos ni la situación fiscal, y te obliga a conseguir financiamiento en dólares que es un problema”, agrega la economista.
Dal Poggetto advierte a su vez sobre el fuerte salto en el tipo de cambio que sería necesario para permitir la conversión y el efecto inflacionario que tendría avanzar en un proceso así hoy en el país. “A menos que alguien te entregue dólares, hoy hay muchos pesos y pocas reservas, así que irías a licuación de pesos y ruptura de contratos como paso previo a dolarizar”, plantea.
Adoptar la moneda de los Estados Unidos, advierte el economista Gabriel Caamaño, implica el problema de atar la economía argentina a los vaivenes de un país con ciclos distintos. “Vas a tener la política monetaria de una economía que no enfrenta los mismos shocks que vos y no necesariamente tiene los mismos objetivos o los mismos ciclos. Hasta está en otro hemisferio y por una cuestión climatológica que influye en la estacionalidad. Y vas a tener la inflación del país que adquirís su moneda (Estados Unidos), que en este momento es alta”, dice el titular de Consultora Ledesma.
El economista sostiene además que una dolarización sin adaptaciones previas en cuestiones regulatorias, impositivas y en las prioridades del gasto público o del mercado laboral tendría “costos sociales altísimos”, en términos de caída en el empleo. “No hay que reinventar la pólvora. Dolarizar hoy es poner la carreta delante del caballo buscando un atajo, que tiene costos altísimos. Yo pienso que es una mala idea, pero si realmente quisieras ir hacia eso, primero tenés que lograr ciertas precondiciones, como el equilibrio fiscal, abrir la economía para que haya más transables y la inflación tenga menos inercia. Así, la dolarización deja de tener sentido”.
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