Crecimiento, pero con desempleo
En una columna similar publicada el año pasado comentábamos que los pronósticos económicos tienen un rango de variación que resulta inevitable por el carácter aleatorio de los comportamientos sociales. Ello no impide construir un escenario central especificando correctamente las circunstancias y el contexto sobre el cual se hace esta predicción condicionada.
Como se recordará, en aquella oportunidad señalábamos que la economía iba a crecer en torno del 3%, con el consumo creciendo al 40% de esa tasa, con una inflación minorista de 1% y una mayorista de 5%. Las exportaciones alcanzarían U$S 23.000 millones y los depósitos totales del sistema financiero llegarían a los 49.000 millones. Se sostenía que se seguiría verificando un altísimo desempleo, manteniéndose muy elevada su tasa.
En términos conceptuales se esperaba una recuperación de la fuerte caída de 1995 liderada por la recomposición de depósitos, el agotamiento de la liquidación de inventarios, circunstancias muy favorables en materia de precios externos agrícolas y la continuación de un margen de competitividad creciente con nuestros vecinos.
Liquidez
Un contexto de gran liquidez internacional favorecería que no se dieran dificultades para refinanciar nuestros compromisos. Se suponía que la crisis previa y sus consecuencias -debilidad externa y desempleo- iban a forzar un crecimiento liderado por las exportaciones y la inversión, porque de otro modo se iban a enfrentar serios problemas de confianza y financiamiento.
A su vez, se suponía que el gobierno iba a disciplinar sus fuerzas internas de manera de recomponer más rápidamente la confianza.
Para el promedio de la opinión profesional, este pronóstico era optimista en tres aspectos: aumento de la economía, inflación y exportaciones. En los hechos, los guarismos económicos en estos rubros excedieron las previsiones. La explicación transcurre por dos carriles. Por un lado, circunstancias externas fueron muy favorables y permitieron financiar un mayor déficit fiscal que el previsto originalmente. Ello presionó a un mayor consumo y a un mayor nivel de actividad interna y, por qué no decirlo, a un menor superávit comercial que el esperado. Algo similar ocurrió con la demanda brasileña y el peso de las exportaciones, sin duda, estuvo afectado por ese fenómeno, en particular en el segundo semestre.
En materia de inflación el resultado es muy llamativo. En particular, debe tenerse presente el fuerte incremento del impuesto a los combustibles adoptado en el último trimestre del año, que debería haber hecho subir la tasa de inflación anual por encima de los promedios. Sin embargo, la inflación fue inferior al pronóstico, tanto en precios minoristas como en los mayoristas. Debo señalar que esta tasa de inflación pronosticada era la más reducida de las previsiones profesionales, incluyendo en ellas los propios guarismos gubernamentales.
Precios flexibles
Ello revela en el fondo más flexibilidad que la originalmente supuesta y una gran influencia del desempleo sobre los precios relativos, así como del proceso de reconversión. Si en los Estados Unidos se estudia la sobreestimación de la inflación causada por el cambio en la calidad de los bienes y los mecanismos de comercialización, seguramente ese efecto en la Argentina debe ser de una magnitud excepcional. Por lo que cabe inferir que ese proceso, lejos de detenerse, va a seguir operando.
La mayor flexibilidad no debe exagerarse, claramente el pronóstico fue adecuado en cuanto a la tasa de desempleo. Allí la economía exhibe un problema de magnitud sobresaliente y que con el actual marco regulatorio le tomará tiempo resolver.
Más allá de las pequeñas desviaciones, resulta palmario que hubo una amplia coincidencia entre el pronóstico general y la evolución agregada en sus trazos más generales. Con este antecedente conviene perfilar una caricatura para el año 1997. Los rasgos sobresalientes son los siguientes: a. Se va a comenzar el año con un nivel de actividad superior al promedio del año 1996. Esto es, aunque la economía no crezca a partir del último trimestre, por un fenómeno estadístico el promedio de 1997 será superior a 1996. Esta situación es exactamente la contraria que teníamos el año anterior, cuando se partía de un nivel inferior al promedio de 1995. En estas condiciones es estadísticamente más fácil crecer.
b. Hay un nivel de liquidez excepcional en el mundo. Las tasas de interés están en los niveles más bajos de la posguerra en Japón, y extremadamente reducidas en Suiza, Alemania, Francia y el conjunto de Europa, así como en Canadá. Hacía mucho tiempo que no se vivía una situación similar.
c. El comercio mundial está creciendo a un ritmo excepcional, y también el producto bruto de los países desarrollados y emergentes, en un contexto de baja inflación mundial. Eso crea condiciones muy favorables para una economía que se abre. d. Estamos por cosechar casi 55 millones de toneladas. Recuérdese que en 1970 producíamos 20 millones de toneladas, y en la década del 80, 35 millones. La producción de petróleo ha subido de 25 millones a 45 millones de metros cúbicos.
Este conjunto de circunstancias lleva a pensar que la economía debería poder alcanzar una tasa de crecimiento cercana al 5%, sin grandes desequilibrios en su balance comercial ni presiones sustanciales en su nivel de precios.
A pesar de ello, será muy paulatina la reducción del desempleo. No debe olvidarse que la oferta de trabajo crece al 1,8% anual, y aun suponiendo una excepcional elasticidad empleo-producto de 0,5 (el doble de la histórica) sólo se podría reducir el desempleo en alrededor de medio punto.
No resulta fácil pensar cómo se elevará esa elasticidad sin cambios en el régimen regulatorio o modificaciones más intensas de los precios relativos que las ocurridas hasta el presente.
Una tasa de crecimiento más elevada representaría rápidamente dos condicionantes: el creciente desequilibrio externo (a menos que sea liderado por las exportaciones) y las restricciones de capacidad (a menos que sea encabezado por industrias-trabajo intensivas). Si se cumplieran estos dos extremos (exportaciones e industrias trabajo-intensivas), estaríamos reproduciendo el fenómeno chileno de 1985/1994, y allí sería posible pensar en una reducción dramática del desempleo.
Ello sin embargo requiere, en mi opinión, un cambio en los costos relativos de contratar trabajo que sólo es posible reduciendo los impuestos al empleo y cambiando la regulación laboral.
Las amenazas a un pronóstico sin duda favorable (no debe exagerarse, en el mejor de los casos recuperaremos el ingreso per cápita de 1994) son las siguientes:
Amenazas
a. El oficialismo, asustado por las encuestas electorales, procura cebar la bomba y desborda el presupuesto y las metas de endeudamiento creando una crisis de desconfianza.
Si bien esta posibilidad está presente, es muy cercano el pasado para no apreciar el costo del populismo en términos futuros si los mercados le dan tiempo, y el costo presente si los mercados no le dan tiempo (no parece haber suficiente tontería junta para intentarlo).
b. El proceso de cambio ha generado la necesidad de un nuevo discurso, tanto por parte del oficialismo como de la oposición. Sin embargo, el costo para el primero es mucho mayor porque tiene que gobernar. El desconcierto en las filas gubernamentales puede llevar a la parálisis y generar una sensación de creciente dificultad para asegurar la gobernabilidad.
Ello puede inducir a una pérdida creciente de confianza y a generar cierto descontrol, no a sabiendas sino por la propia dispersión de las fuerzas oficialistas. Ello podría crear crisis en un país con débiles instituciones en su servicio civil si no se percibe simultáneamente con claridad una opinión opositora con capacidad de liderar y gobernar.
c. La situación en Brasil ha sido delicada en materia fiscal, y ello ha dado lugar a un rápido incremento del endeudamiento a tasas de interés elevadas. Ese proceso requiere un enorme esfuerzo del gobierno brasileño para encauzarlo y cualquier tropiezo mayor nos afectaría sustancialmente.
d. La liquidez internacional es excepcional, y según Alan Greenspan ha dado prueba de una exuberancia irracional en el mercado de valores. Está presente el riesgo de algún cambio en la burbuja especulativa que se ha formado y ello podría tener repercusiones sobre nuestro financiamiento. En cualquier caso, ello explica la prisa del equipo económico para asegurar la refinanciación de la deuda pública antes de cualquier novedad negativa.
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