Consignas para la tribuna, con datos sueltos e imprecisiones
La vicepresidenta describió los principales problemas económicos -la inflación, el déficit fiscal y el endeudamiento del Estado-, pero sin analizar las causas profundas; el “festival de importaciones” que, de cerrarse, afectaría la actividad económica
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En su extenso discurso, con gran parte de su contenido volcado a la economía (y casi podría decirse, dedicado a criticar la política económica de su propio gobierno), la vicepresidenta Cristina Kirchner no dejó eslogan sin afirmar o comentar, y en ningún caso fue al origen verdadero de los problemas.
El déficit fiscal no es la causa de la inflación, dijo, y justificó el gasto del Estado (aquí y en gran parte del mundo) para asistir a la sociedad en las crisis. Citó entonces un ránking global de países en 2021, donde la Argentina está en el 13° puesto (-2,8% del PBI). “Estados Unidos se lleva las palmas”, se refirió así al primer lugar que ocupa ese país. Precisamente, el fenómeno de la inflación hoy es global (fruto en gran medida de la escalada de los precios que provocó la guerra en Ucrania), pero ella misma admitió que “la Argentina tenía una inflación propia que viene de hace décadas”. ¿Entonces?
En su reciente libro “Una vacuna contra la decadencia”, una profunda investigación con abundantes datos, los economistas Osvaldo Giordano, Jorge Colina y Carlos Seggiaro reseñan que el país tuvo déficit fiscal en los últimos 60 años. Más allá del carácter “multicausal” de un fenómeno complejo como la inflación, es evidente que en nuestro caso el rojo del Estado, generado por gastos infinanciables (más allá de la justicia de muchos de ellos), tiene una relación directa.
El economista Andrés Borenstein, de Econviews, mostró en su cuenta de Twitter (@coloboren) un gráfico más que elocuente: en 1980, el gasto público consolidado no llegaba al 30% del PBI. Subió al 35% en 1987, se mantuvo por encima del 30% en la denostada década del 90, bajó al 27% en 2004 y desde entonces prácticamente no paró de crecer, hasta la actualidad, cuando ronda el 47% del producto.
este gráfico de gasto público consolidado es bastante deprimente. Excepto más cobertura previsional, no tenemos mejores bienes públicos que hace 15 o 30 años. pic.twitter.com/UFCHsOySuH
— Andres Borenstein (@Coloboren) June 20, 2022
Cristina también insistió con la demonización del endeudamiento público, como si tal cosa (sea en pesos o en dólares) fuera una iniciativa arbitraria de quien esté en el Gobierno. “Toda crisis inflacionaria se origina en el endeudamiento”, afirmó, con algo de razón. El problema es que, una vez más, el kirchnerismo omite señalar que el origen de la deuda del Estado es precisamente financiar el déficit de sus cuentas. Como en cualquier familia, cuando se gasta más de lo que ingresa hay que financiar la diferencia de alguna manera. Más allá de los errores de política económica que cometieron gobiernos de distinto signo en las últimas décadas, allí hay sin duda una clave del problema.
“Cada vez que el país se endeuda en dólares, la economía bimonetaria hace saltar al país”, dijo la vicepresidenta. Es cierto que la Argentina sufre esa condición (no, señora, no lo inventó Macri), pero no aclaró, una vez más, que la causa principal no es la compulsión fugadora de los actores económicos sino la profunda desconfianza que generan en los inversores y los ciudadanos de a pie las distintas gestiones políticas. “Los dólares están afuera. La economía argentina produce dólares que se evaden”, acusó. Sin duda alguna porción de ese dinero tiene un origen y un destino espurio (sin ir más lejos, algunas de las causas judiciales que acosan a la vicepresidenta hablan de eso).
De allí que las divisas que tiene el Banco Central no alcancen para pagar el “festival de importaciones desde hace tiempo” que, según Cristina Kirchner, se estaría produciendo. Pareció contradecirse en este punto al comentar las cifras de balanza comercial de una serie de países, y destacar que, mientras Estados Unidos tiene un déficit de más de 1 billón de dólares, “la Argentina tiene superávit”. Efectivamente, en el primer cuatrimestre de este año el saldo de comercio exterior fue positivo en US$2830 millones. En 2021, el superávit alcanzó los US$14.751 millones, en buena medida gracias a los precios internacionales de las principales exportaciones.
¿Entonces? ¿Está mal importar? Allí dejó uno de los principales mensajes hacia la gestión de Alberto Fernández, otra vez, como si no fuera su propio gobierno: “Debemos pensar cómo articular más adecuadamente esta política, con el Banco Central, el Ministerio de Producción [mensaje para el recién llegado Daniel Scioli], la Aduana, que controla los precios de importación”.
Para hablar de probables daños auto infligidos, este es uno de los nudos centrales que al Gobierno no le resulta nada fácil desatar. Buena parte de esas importaciones son insumos, partes o piezas que las empresas instaladas en el país necesitan para fabricar productos, lo que redunda en más actividad económica y consumo, que tanto le gusta destacar a Cristina. Como lo demuestra la evidencia actual, en vastos sectores la máquina se está empezando a parar por las dificultades de contar con esos insumos.
Veremos si Alberto Fernández le hace caso…
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