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Los manuales de management pueden fallar. Durante años, los gurús del tema se cansaron de repetir, en una idea algo simplificada, que el ideograma chino para crisis contenía a la palabra oportunidad. Sin embargo, ante la combinación de pandemia y recesión económica una parte importante de la comunidad china que vive en la Argentina dejó de lado las oportunidades y decidió bajar las persianas de sus autoservicios, bazares y restaurantes para -en muchos casos- emprender el regreso a su país de origen.
En la propia colectividad cuentan que durante 2020 cerraron sus puertas más de 200 supermercados de dueños chinos y admiten que el proceso de repatriación no fue más grande solo por las dificultades para viajar y la menor oferta de vuelos.
Frente a este panorama más que complicado, aquellos que se quedaron en la Argentina aseguran que están dispuestos a seguir dando pelea y en muchos casos avanzan en un proceso de reconversión de sus negocios, con la mira puesta no tanto en el mercado interno sino en las posibilidades que se les abren para exportar desde la Argentina hacia China.
Si bien no hay números oficiales, se calcula que la comunidad china en la Argentina -tomando en cuenta tanto a los inmigrantes provenientes de China continental y a los de Taiwán como a los hijos de padres chinos nacidos en el país- ya suma más de 200.000 personas. De ese total, un poco más de la mitad proviene de una única ciudad: Fujian, en el sur de China, enfrente de la isla de Taiwán. De este modo, los que se radican en la Argentina logran además dejar de lado las diferencias políticas entre los gobierno de Beijing y Taipei.
“Hasta la pandemia, mi principal negocio era una agencia de viajes y nuestro fuerte era llevar argentinos a China para que participaran de ferias internacionales como la que se organizan todos los años en Shanghái. Como ahora ese negocio se cayó, buscamos diversificarnos apostando a la exportación de alimentos, apuntando en un primer momento a la venta de ajos para el mercado taiwanés. Desde la Argentina es difícil competir con productos industriales, pero el país tiene todo para crecer exportando alimentos”, explica Fernando Hung, dueño de la agencia de viajes Hung Turismo y presidente de la fundación China Pass, que reúne a gran parte de la comunidad argenchina.
“Hasta la pandemia, mi principal negocio era una agencia de viajes y nuestro fuerte era llevar argentinos a China”.
El empresario nacido en Taiwán ya tenía, previo a la pandemia, una pequeña producción de olivos y nueces pecán en Catamarca y ahora decidió expandirse con la exportación de ajos desde Mendoza y San Juan. Para incursionar en el nuevo negocio, en octubre pasado concretó el primer envío de siete contenedores de ajo argentino con destino a Taiwán y su objetivo para 2021 es triplicar el volumen. “La posibilidad surgió a partir de un llamado del gobierno de Taiwán, preguntando sobre las oportunidades para el ajo argentino. Hoy China es el principal productor y abastece al 70% del mercado mundial, pero la Argentina tiene la posibilidad para exportar en contratemporada, cuando hay un faltante del ajo chino, entre noviembre y febrero”, señala Hung.
En la colectividad local destacan el potencial que tienen los alimentos y las bebidas argentinos en el mercado chino y aseguran que representa una oportunidad para equilibrar el flujo comercial entre los dos países. China hoy pelea con Brasil el papel del primer socio comercial de la Argentina. En 2020, las exportaciones argentinas hacia el gigante asiático sumaron US$5394 millones, aunque las importaciones fueron claramente superiores (US$8664 millones), con lo cual la balanza comercial cerró con un déficit de US$3270 millones.
“La posibilidad surgió a partir de un llamado del gobierno de Taiwán.”
“Hace poco los chinos nos enteramos de que en Los Antiguos ofrecen cerezas tan exquisitas como las de Tasmania y hay capacidad ociosa en la región patagónica. Al igual que el malbec argentino, siento que aún puede mejorarse el trabajo de marketing y branding de la marca argentina en los mercados asiáticos si lo comparamos con los trabajos que hicieron sus pares chilenos”, evalúa Nicolás Lin, dueño de un autoservicio en Núñez y director comercial de Casrech, la cámara que reúne a los más 8000 supermercados chinos que funcionan en la Argentina.
Góndolas golpeadas
Lin destaca que los problemas que enfrenta el negocio supermercadista llevó a muchos comerciantes chinos a iniciar un proceso de reconversión, pasándose al otro lado del mostrador como proveedores del propio canal.
“Algunos paisanos se asociaron con sus amigos argentinos y formaron pymes industriales que ahora abastecen a los autoservicios chinos productos de consumo masivo, como papel higiénico, galletitas, productos de huerta o fideos de arroz”, precisa el dirigente supermercadista.
“Muchos amigos que tenían un supermercado tuvieron que cerrar durante la pandemia. Las cosas venían mal desde antes, pero se complicó mucho en el último tiempo, especialmente en algunas zonas como el microcentro” asegura Fren Ke, que llegó a Buenos Aires hace veinte años, proveniente de Fujian. Con sus padres, primero se instalaron en el barrio de Parque Avellaneda y hoy está al frente de un autoservicio en Flores. “Yo no voy a bajar los brazos y estoy convencido que hay que seguir luchando. En algún momento se me cruzó por la cabeza volverme a China, pero yo me acostumbré a vivir en el país y tengo dos hijos argentinos. Prefiero seguir peleándola acá”, dice.
Hora de cambiar
La crisis obligó a todos los empresarios a agudizar el ingenio y a salir a la búsqueda de oportunidades en rubros no tradicionales. Un buen ejemplo es el acuerdo que cerró en plena pandemia la fundación China Pass con la Asociación Argentina de Instructores de Esquí, Snowboard y Pisteros Socorristas para exportar profesores argentinos al mercado chino.
“Con la economía creciendo, la clase media china es cada vez más grande y la gente se vuelca a actividades nuevas, como el esquí. Hoy China es el país con más pistas de esquí indoor y hay un verdadero boom por este deporte. El gobierno de Xi Jinping además está impulsando la actividad, con la mira puesta en el Mundial de Esquí que se va a celebrar en China el año próximo, así que vimos la oportunidad para comenzar a exportar instructores argentinos”, explica Hung.
“Hoy China es el país con más pistas de esquí indoor y hay un verdadero boom por este deporte”.
Otro caso de capacidad de adaptación es el de Diego Pei Lee. Llegó desde Taiwán a fines de los 80, con solo 17 años y un desconocimiento casi absoluto del lugar al que a venía a vivir. “No teníamos mucha idea de la Argentina y no sabíamos una palabra de español. Pero por suerte pude estudiar y me recibí de licenciado en Administración de Empresas de la UB”, cuenta.
Lee nunca tuvo un supermercado y hasta la pandemia se dedicaba a la importación de artículos informáticos. “Es un negocio que ya venía complicado por las trabas a la importación y que ahora quedó relegado. Por eso ahora decidí cambiar de rubro y en unos días estoy abriendo una parrilla en Palermo”, relata.
“Decidí cambiar de rubro y en unos días estoy abriendo una parrilla en Palermo”.
El restaurante se llamará La Parrilla de Diego y buscará diferenciarse de la competencia con su propuesta de asado a la cruz. “La idea es que se trate del primer local de una cadena y apostar a crecer como franquicia”, asegura el flamante empresario gastronómico.
El barrio oriental
Para entender el impacto que tuvo la pandemia en los negocios de la colectividad y a la vez apreciar su capacidad de resiliencia no hay mejor prueba que recorrer las calles del Barrio Chino, que se levanta pegado a las vías del Mitre, en pleno barrio de Belgrano.
El Barrio Chino nació en 1978 con la primera asociación de inmigrantes taiwaneses y, poco a poco, fue creciendo. Hoy vive en gran parte del turismo y hasta antes de la pandemia, todos los fines de semana recibía a más de 20.000 visitantes. Según datos de la fundación China Pass, hay unos 130 comercios con dueños chinos, incluyendo 50 restaurantes y bares, 40 bazares y casas de regalos y una docena de supermercados, almacenes y dietéticas.
La zona no quedó al margen de la ola de cierres de locales que vivió el resto de la ciudad, pero en promedio soportó mucho mejor la crisis que otros circuitos comerciales como el polo textil de la avenida Avellaneda en Floresta o la calle Florida.
Por el coronavirus debieron despedirse negocios tradicionales de la zona como Hong Kong Style -posiblemente el restaurante más prestigioso del Barrio Chino-, aunque a menos de 50 metros acaba de abrir un local de Oh Tea!, un comercio de venta de té helado en el que se forman largas filas de clientes todos los días.
Otro caso de reconversión exitosa es el del local donde funcionaba el restaurante Todos Contentos -un clásico que tampoco sobrevivió a la cuarentena extendida- que hoy está ocupado por una sucursal de Casa China, el supermercado más importante del barrio.
“Cuando Todos Contentos decidió cerrar, la dueña se contactó con nosotros para ofrecernos el local y vimos que en el barrio faltaba una tienda de bazar con productos de calidad, pero con los buenos precios de los comercios chinos. La situación en el Barrio Chino no escapa a la realidad del país. Hay mucha gente paseando pero pocas compras… igual estamos viendo cierta recuperación”, señala Susy Hsu, dueña de Casa China.
La historia de Hsu no difiere demasiado de la de otros inmigrantes chinos que arribaron al país hace más de veinte años. “Yo llegué con mis cuatro hermanas. La idea original era estar de paso rumbo a Washington, pero acá conocí al que después se convirtió en mi marido y me terminé quedando. Comenzamos trabajando en Casa China que era de la familia de mi esposo y funcionaba como un pequeño local de venta de importados y a partir de ese negocio fuimos creciendo”, explica.
"Vimos que en el barrio faltaba una tienda de bazar con productos de calidad, pero con los buenos precios de los comercios chinos".
Igualmente, la mejor muestra de que el Barrio Chino está sobrellevando la pandemia mejor que otras zonas comerciales de la ciudad es el mercado de los alquileres. A diferencia de lo que pasa sobre la avenida Santa Fe o en la zona de Once, donde se multiplicaron los locales cerrados, en las dos cuadras principales de la calle Arribeños, entre Olazábal y Juramento, solo hay dos negocios con cartel de “se alquila”, un nivel de vacancia que envidiaría cualquier otro barrio porteño y que muestra que la comunidad argenchina no baja los brazos.
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