Competitividad, meta del tercer mandato
El Gobierno reinventó su liderazgo después de la derrota en las elecciones de mitad de término. Suenan muy inoportunas las ideas de final de ciclo y de poskirchnerismo. La economía explica buena parte del voto oficialista. Se abre por primera vez en nuestra historia un tercer período consecutivo del mismo proyecto político. Se presenta la tentación de continuidad sin ajustes, en medio de la expansión (algo vimos de esto en 1997). También la de profundizar los rasgos populistas del modelo, si es que éste existe todavía como tal. Es una oportunidad, por otra parte, para encontrar, con una política más moderna y más progresista, un nuevo modelo con equilibrios más sólidos. Se aspira a alcanzar mayor credibilidad interna y externa para insertarnos en el mercado internacional de crédito, recrear el valor del peso, bajar el riesgo país, aprovechando un contexto envidiable para países emergentes con recursos naturales, que parece que nos acompañará por cierto tiempo. La competitividad puede ser un vector que actúe como catalizador de este proceso de desarrollo.
Los tiempos internacionales son complicados. Para la Argentina el impacto externo adverso de la crisis internacional viene potencialmente del lado del precio de la soja (recordemos 2009) y, por otra parte, de la actividad económica de Brasil. Brasil entra a esta fase complicada del ciclo internacional (temor a la W) ya bastante frío. Su PBI pasó de crecer 7,5% en 2010 a 3% en 2011. La Argentina exporta 20% de su total a este país y 40% de la exportación de sus manufacturas. No estamos blindados frente a un shock. A pesar de un sistema financiero pequeño, un descenso de los términos de intercambio sería perjudicial.
En todos los rankings de competitividad o equivalentes (por ejemplo, los de WEF, IMD y Banco Mundial), la Argentina está mal posicionada. En el WEF, por ejemplo, ocupa el puesto 85 de 134 países. No parece que esto sea una conspiración internacional. Hay factores que dejan que desear en el campo institucional, en el funcionamiento del Gobierno y de los mercados. La competitividad sistémica mira al largo plazo y nuestra economía se desempeña mejor en el corto plazo.
Existe una dimensión de la competitividad que es cambiaria. No es la fundamental, pero no se puede ignorar: a principios de los 80 (Martínez de Hoz) y fines de los 90 (Roque Fernández), dos complejas experiencias de retraso cambiario de final poco feliz. Nuevamente estamos en un escenario cambiario complicado. Se echa en falta mayor competitividad sin caer en la devaluación como la solución mágica. Desde el inicio del kirchnerismo, la formación de activos externos (fuga de divisas) equivale a medio Plan Marshall (US$ 70.000 millones). La fuga se ha intensificado últimamente y no es sólo por retraso sino por incertidumbre y falta de activos alternativos. El tercer trimestre de este año equivale en monto al primer semestre y en octubre la fuga fue de 3600 millones. Es la preocupación central del corto plazo. Blue y contado con liqui son expresiones cotidianas en la City. Pareciera que los agentes esperan otro dólar de equilibrio. El dilema está planteado: o baja fuerte la inflación o sube el dólar o seguimos perdiendo reservas o nos endeudamos para sostenerlo. El dólar futuro es la vedette, junto a rumores negados por el oficialismo de desdoblamiento cambiario. El lugar común de los analistas que tiene cierto consenso como solución es comprar dólares con superávit fiscal genuino que no alimenten la inflación. El objetivo es salir cuanto antes de esta suerte de laberinto en el frente cambiario en que está metido el Gobierno.
En la industria se ve nítido el aumento de los costos laborales. La falta de competitividad cambiaria se percibe en que la balanza comercial de manufacturas no tradicionales (MOI) es deficitaria en US$ 20.000 millones. El sector energético complementa este cuadro con un déficit de 3500 millones. Se ve claro el aporte de la agricultura y en concreto la contribución de la soja para compensar y dejar un saldo todavía favorable en la balanza comercial total. Pensemos en una suerte de ejercicio comparado en el que si los precios de las commodities fueran los de la década del 90, la cuenta corriente de 2011, en vez de prácticamente en cero como está hoy, tendría un déficit de 4% del PBI.
Algunos aspectos que hacen a la competitividad sistémica que en estas líneas no podemos profundizar tienen que ver con el sistema de innovación, la calidad del sistema educativo y la empresarialidad.
A modo de ejemplo, mencionamos otros temas de agenda de políticas públicas. El esquema de subsidios instalado como política de Estado es anticompetitivo porque retira fondos que podrían utilizarse para investigación y desarrollo, tecnología, infraestructura y fomento productivo, entre otros fines. La recaudación tributaria en términos del PBI está al nivel de Brasil. Esto es al tope de la región. Puede asfixiar la rentabilidad de las firmas y afectar la competitividad.
Los votos del 23 de octubre ofrecen una oportunidad espectacular para reinventar el modelo. El norte de una mayor competitividad para 2015 puede ser una buena orientación para la clase política acompañada por el liderazgo empresarial y de la sociedad civil.
El autor es director del Area Economía del IAE
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