Como Tiburón, ya la vimos pero sigue asustando
La inflación es el principal problema económico argentino de los últimos años. A contramano de esa evidencia, el Banco Central se propone distraer su atención sobre los precios y focalizar su esfuerzo en estimular el crecimiento.
Subyace a la iniciativa un debate de raíces científicas, pero con ingredientes ideológicos que empañan la lente: la teoría más ortodoxa postula una baja inflación como la mejor contribución de la política monetaria al desarrollo sostenido; la propuesta oficial abreva en la idea de que, ante la insuficiencia del mercado, el Banco Central debe financiar la inversión. En la Argentina pendular de las últimas décadas, recorrimos versiones extremas de ambas escuelas, con el común desenlace de fracasos estrepitosos. No importa tanto la teoría, sino la práctica.
Más allá del mandato legislativo, no será ése el principal efecto práctico que promueve el proyecto, ya que será difícil que la autoridad monetaria logre impulsar políticas más expansivas que en los últimos años, cuando emitió moneda a un ritmo del 35 por ciento anual y promovió tasas de interés negativas:
- Pone a disposición del Ejecutivo las reservas del Banco Central. La convertibilidad no existe desde 2002 (de hecho, hoy las reservas reales apenas respaldan un 45% de los pasivos monetarios), pero la norma vigente es una "barrera prudencial" para que el que ejecuta el gasto (el Ejecutivo) no se tiente con los ahorros en dólares o con la "maquinita" de imprimir billetes. Removido el tope normativo, el riesgo será que el límite lo exprese –de manera desordenada y tardía– el ahorrista argentino medio, que fijará el mínimo de reservas "aceptable" para no sacar sus depósitos del banco.
- Aumenta significativamente las posibilidades de financiamiento al Tesoro. Así, un 55 por ciento de los activos del BCRA podrían ser deuda del sector público (entre bonos, letras, adelantos). Pasa como con la película Tiburón: la vimos muchas veces, pero sigue asustando.
- Aunque se trataba de un instrumento muy devaluado (por sus metas poco exigentes), la eliminación del programa monetario no parece oportuna. Así, a la hora de trazar y comunicar sus políticas, el Banco Central no tendrá control parlamentario ni ningún compromiso cuantitativo de inflación, de tasa de interés, o de emisión monetaria. Un formato inédito en el mundo moderno.
Amplía la facultad de emitir dinero para "fondear" préstamos a la inversión productiva, y para regular las tasas de interés del crédito.
Difícil disentir con objetivos tan nobles, aunque con instrumentos de probada ineficacia y riesgo. Un bisturí puede servir para salvar vidas, pero también para matar.
El uso abusivo de esta canilla de emisión fue muy inflacionario en décadas pretéritas, y el riesgo de "recaída" será proporcional al grado de desaceleración de la economía. Fijar tasas máximas es una idea perfecta para... bajar el crédito.
En definitiva, las necesidades de caja motivan la iniciativa de la reforma, y no la presunta adecuación del régimen monetario al modelo macroeconómico vigente o a la práctica internacional (que va para el lado precisamente opuesto).
Más allá de su colorido envoltorio, un caramelo ácido no puede disimular su sabor.
El autor es economista de la Fundación para el Cambio
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