Cómo les irá a las economías de la región tras los rebotes poscuarentenas
Los países latinoamericanos crecerían este año, en conjunto, 6,3%, según las proyecciones del FMI y en un escenario de amplia heterogeneidad; cómo queda ubicada la Argentina, que ya arrastraba serios desequilibrios y una alta inflación
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La pandemia sacudió al mundo y en especial a América Latina. Países que, con sus diferentes características, arrastraban desequilibrios o fragilidades sociales vieron muy expuestas sus debilidades. Contagios a gran escala, tensión en los sistemas de salud y dificultades para conseguir vacunas fueron algunos de los puntos en común en materia sanitaria, que resultaron acompañados por consecuencias negativas en términos económicos. El aumento de la desigualdad, la caída del nivel de actividad, el crecimiento del desempleo y una mayor demanda de asistencia social marcaron la realidad de la región en 2020.
En ese escenario, sin embargo, el impacto y los efectos de la llegada del coronavirus, del rebote experimentado este año y del proyectado para 2022, no se dieron ni se darían para todos por igual. Países como Perú o la Argentina –que arrastraba dos años consecutivos de recesión antes de la pandemia– estuvieron entre los más golpeados en 2020, y este año muestran un rebote mayor, mientras que Paraguay y Uruguay se ubicaron entre los que tuvieron un desempeño menos negativo que el promedio, sin estar exentos de consecuencias.
Y mientras 2021 avanza hacia su final, el corto plazo trae oportunidades y desafíos comunes, que están marcados por el freno al rebote de este año, el avance de la inflación en el mundo, la adaptación al cambio climático y el crecimiento en la participación dentro del comercio internacional. Esos son algunos de los factores claves en un contexto que por estos días abre interrogantes por el avance de la variante ómicron, que siembra incertidumbre, eleva el número de contagios, motiva cierres y restricciones en Europa y que, en definitiva, pone en jaque a la economía global tras un año de rebote.
“En general, América Latina está en una situación complicada. Es una región que viene desde antes de la pandemia con un mal desempeño, y la llegada del coronavirus hizo que eso se agravara más aún”, sostiene Marcelo Elizondo, director de la consultora DNI y especialista en negocios internacionales. “Es una región con muchas dificultares, que además ha quedado muy retrasada en cuestiones tecnológicas”, agrega el analista, master en administración de empresas de la Universidad Politécnica de Madrid y director de la maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica en el ITBA.
La foto de los últimos años en América Latina confirma el diagnóstico y muestra que, en conjunto, la región estuvo entre las más golpeadas. Según datos del último World Economic Outlook, que el Fondo Monetario Internacional actualizó en octubre, el desempeño en esta parte del mundo fue peor al global: América Latina y el Caribe registró en conjunto una caída de casi 7% promedio en el nivel de actividad, un dato que es peor al que se verificó, según el informe del FMI, en Norteamérica (-4%), Asia (-1,3%), Europa (-5%) y la zona de África Subsahariana (-1,7%).
“La inversión en la nueva economía del conocimiento es muy baja y, mientras tanto, los países tienen mucha dependencia de sectores tradicionales y de los recursos naturales, como el cobre en Chile, el petróleo en Colombia y Ecuador, o la soja en la Argentina y Brasil; es una región con poca capacidad para insertarse en la nueva globalización”, explica Elizondo, quien enfatiza en una debilidad de la región: su escasa participación en el comercio internacional. En ese contexto, plantea que América Latina representa el 3,5% del comercio mundial, lejos de otras regiones como Asia, que motiva el 32% de esa actividad, Europa (35%) o Norteamérica (19%).
En ese escenario, sin embargo, el desempeño de los países fue heterogéneo, tanto por el impacto de la pandemia como en cuanto a la recuperación. “La pandemia afectó mucho en la región; hubo una caída fuerte y muchos que crecen ahora están en un ritmo similar al de la prepandemia. La Argentina quedó rezagada junto con Perú, que cayó mucho, y Brasil en particular, que creció muy poco en la última década”, dice Guido Lorenzo, economista y director de la consultora LCG.
Si bien el efecto negativo fue el denominador común, las magnitudes de las consecuencias fueron heterogéneas. Con una caída de 6,6% en promedio en 2020, Perú (-11%), la Argentina (-9,9%), Bolivia (-8,8%) y Ecuador (-7,8%) estuvieron entre los países más castigados. Venezuela, con un desplome de 30%, que sumó el impacto de la pandemia al colapso social y económico que atraviesa hace años, con caída de la actividad, hiperinflación y emigración masiva. Por el contrario, Paraguay (-0,6%), Brasil (-4,1%), Chile (-5,8%) y Uruguay (-5,9%) tuvieron efectos más moderados.
“La Argentina cayó más que el promedio y rebota más que el promedio, pero si uno lo mira en el mediano y largo plazo, el país está muy por debajo del promedio en crecimiento y muy por encima en inflación. Y eso es al margen de las cuestiones de la pandemia, que tuvieron sus efectos”, sintetiza el economista Daniel Marx, exsecretario de Finanzas (1999-2001).
Según Lorenzo, mirar el punto de partida de cada país, en cuanto a las herramientas disponibles para hacer frente o intentar mitigar la crisis de la pandemia, es clave a la hora de intentar explicar el desempeño diferente de cada uno. “La región sufrió más por la pandemia, pero hay un tema del espacio fiscal que tenía cada país antes de que llegara la crisis, y eso marcaba la capacidad o no de ensanchar las hojas de balance de distintos actores, sea el sector público o los bancos centrales. Los países de la región no pudieron emitir moneda de la misma manera en que lo han hecho los bancos centrales de los países desarrollados, y en esa limitación está la clave. Colombia, por ejemplo, pudo expandir pero hasta cierto punto, y después se financió con deuda; pero apenas empieza a notarse que esas políticas de estímulo distorsionan el nivel de deuda pública o que empieza a elevarse la cantidad de dinero, aparece un halo de sospecha, y eso no sucede en gran escala en otras regiones como Inglaterra o la zona euro, o con la FED en Estados Unidos. La región tiene herramientas más acotadas”, considera Lorenzo.
En este punto radica una de las grandes diferencias entre la Argentina y el resto de la región. La pandemia llegó a un país que arrastraba desequilibrios macroeconómicos, un nivel de inflación creciente y de dos dígitos desde hacía más de una década, y una falta de acceso al mercado internacional de crédito, a causa del escenario de default con privados y negociación aún irresuelta con el FMI, y eso forzó al país a financiar esa expansión del gasto con emisión monetaria, que se tradujo en una mayor presión inflacionaria.
“El problema local es previo a la pandemia. El PBI per cápita en la Argentina entre 2011 y 2019 estuvo en caída; fue otro ciclo perdido que se suma a otra década negativa como la de los 80. La economía rebotó este año, se recuperó parcialmente, pero si nos preguntamos si hay condiciones para que se sostenga y para que el país siga creciendo, no creo que haya cambiado nada en forma positiva”, advierte Lorenzo, en referencia a problemas de competitividad y productividad, a los desequilibrios macroeconómicos que se profundizaron en la pandemia y al deterioro del capital humano. “La Argentina es el caso extremo de esas debilidades, donde lo único que pudiste hacer fue financiar el gasto con emisión, y encima sobre un nivel de inflación alto. Sobre eso, tenés un shock de oferta, una suba del precio del petróleo y de los alimentos que lleva a la inflación mundial al alza”, agrega.
Este año, el promedio regional según el FMI marca un alza de 6,3% promedio de la actividad económica, que se ubica apenas por debajo de la caída de 2020 (-6,6%), y oculta heterogeneidades. A excepción de Venezuela, todos los países registrarán rebote. Encabezan el listado Perú (10%), Chile (11%) y la Argentina (el organismo ubicó su proyección –en octubre– en 7,5%, aunque los economistas locales creen ahora que el índice se acercará a 10%, según el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM).Luego se ubican Colombia (7,6%) y Paraguay (4,5%), en un grupo de países que tendrán rebotes por encima de la caída de 2020.
Los desafíos para 2022
El escenario para el corto plazo de la región luce complejo. Desde los números, las proyecciones marcan que luego del rebote de este año el crecimiento se mantendrá, pero a un ritmo menor. En promedio, el FMI espera que América Latina tenga una expansión del orden de 2,3%, algo más de un tercio de la tasa de 2020. Para la Argentina, la expectativa es similar a ese promedio (2,5%), mientras que Perú (4,6%), Bolivia (4%), Colombia (3,8%) y Paraguay (3,8%) son algunos de los países que para los que se prevé un mejor desempeño. El telón de fondo, sin embargo, muestra desafíos comunes. A la desaceleración del crecimiento y a la situación de inestabilidad política de varios países se suman los interrogantes asociados a la expansión de la variante ómicron, que ya motiva cierres de actividades y restricciones en el norte del mundo. Para los analistas, sin embargo, el avance de la vacunación en la región podría representar un punto a favor para minimizar el impacto.
Un problema que durante los últimos años existió solo en algunos países, entre ellos la Argentina, hoy empieza a preocupar al mundo. Entre las políticas expansivas para enfrentar la pandemia y los cuellos de botella en múltiples sectores, derivados de cuestiones logísticas o de un crecimiento de la demanda de insumos, la inflación comenzó a acelerarse y a generar reacciones y preocupaciones en el mundo desarrollado, con un consecuente impacto en los países emergentes y, en particular, en la economía local: al arrastre de cuestiones internas se suma nueva presión de precios externos, en particular en alimentos y energía.
Al mismo tiempo, la reacción de los bancos centrales a nivel global tiende a la suba en las tasas de interés, para intentar de esa manera frenar la tendencia creciente de la inflación. La consecuencia negativa para el mundo emergente es un eventual encarecimiento del crédito internacional, escenario que la Argentina no capitalizó por su ya mencionada situación externa.
En este punto, Marx, exjefe negociador de la deuda externa (1989-1993) y titular de la consultora Quantum Finanzas, advierte sobre los efectos de las políticas contractivas a nivel mundial y el camino inverso de la Argentina. “La inflación va subiendo en todos lados en el curso de este año; en la Argentina es más alta que en el resto, pero hay países cuya moneda es más de reserva que otros. Entonces, los que tienen moneda de reserva son más lentos en subir la tasa de interés. En el caso de los países latinoamericanos esa capacidad es menor, pero buscan defender el valor de la moneda, y suben la tasa de interés más rápido”, advierte el economista.
El caso del Banco Central de Brasil, que ante una inflación interanual del 10% dispuso una suba de la tasa de interés a 9,25% anual, es paradigmático. “Con eso tratan de bajar la inflación y que los ciudadanos revaloricen la moneda local, para que, en consecuencia, no salgan capitales, lo que generaría un problema de más devaluación o menor crecimiento. La Argentina, con alta inflación y la moneda no muy apreciada o querida, se pone al costado de toda esta discusión”, agrega el economista, ante un Banco Central que mantiene fija su tasa de referencia en el 38%.
Este escenario abre también un efecto negativo, al revertir algunos de los factores que construyeron el viento de cola del último tiempo para los países emergentes: alta liquidez internacional, bajas tasas de interés y elevados precios internacionales de commodities. “El contexto global para 2022 es desafiante porque hay riesgos, sobre todo de la inflación, que van a condicionar toda la política monetaria. Eso impacta en los precios internacionales y en los flujos de capitales. En líneas generales, podría decirse que no va a ser malo el escenario, porque sigue habiendo precios altos, especialmente los agrícolas, que a la Argentina le impactan muchísimo. Este año el viento de cola internacional fue clave para las exportaciones”, analiza María Castiglioni, directora de C&T Asesores Económicos, quien advirtió por el efecto del menor crecimiento en Brasil para la Argentina, que tiene en ese país al principal destino de sus manufacturas de origen industrial.
“La desventaja para la Argentina es que no está accediendo al mercado de crédito internacional para aprovechar las tasas bajas, y financiar más barato su déficit fiscal. Es una herramienta que otros tienen y nosotros no. Y eso se traduce en emisión, que genera alta inflación, y nulo financiamiento para el sector privado, que limita muchísimo la capacidad de seguir creciendo más allá del rebote”.
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