Suecia fue históricamente el modelo por excelencia de Estado de bienestar y también, se puede decir, la locomotora nórdica. Pero en la actualidad perdió fortaleza frente a sus vecinos, que, en algunos indicadores económicos, le empezaron a sacar ventajas. El país de Alfred Nobel, Ingmar Bergman, Greta Garbo y ABBA , entre otros, llegó a ocupar el 7° lugar entre los más ricos del mundo a principios de los 70, tuvo una fuerte crisis en los 90 y corrigió el rumbo a tiempo, pero aún así hoy tiene cosas que ajustar.
Suecia tiene un producto bruto interno (PBI) per cápita más bajo que el de Noruega y Dinamarca (US$50.000 vs. 65.000 y 53.900, respectivamente, según datos del Fondo Monetario Internacional). En tasa de desempleo, también muestran mejores cifras los otros dos países que forman Escandinavia: mientras que la sueca es de 6,28%, la noruega es de 3,5% y la danesa, de 4,8%.
Pero no son solo los fríos datos actuales los que preocupan, sino la "película" a futuro. Detrás de la perfección de este país escandinavo, aparecen algunas grietas que, en naciones en vías de desarrollo podrían parecer algo menor, pero que, si no se corrigen, pueden llevar a que en algunas décadas Suecia tenga problemas económicos. El primero de ellos tiene que ver con que sus ciudadanos siguen teniendo una gran dependencia del Estado, algo internalizado a partir de años de un enorme y expansivo gasto público (en los 70 era del 30% del PBI, en los 90% se disparó al 70% y hoy está en 48%).
El efecto que tuvieron varias décadas de "Estado benefactor" en los suecos puede palparse en anécdotas que cuenta Marcos Hilding Ohlsson, un economista que vivió en ese país. "Hablando con un estudiante sueco, me decía: «El Estado debe hacerse cargo de mis padres cuando sean viejos y de mis hijos cuando son chicos, no es mi responsabilidad»", relata. Otro estudiante le comentó: "Si me va normal, bien o excelente, tampoco me afecta tanto. No va a cambiar mucho mi futuro económico si me esfuerzo más".
¿Conclusión? Con las excepciones que siempre hay, la economía sueca hoy sufre la falta de incentivo en sus ciudadanos, que se traduce en una baja iniciativa, poca motivación para progresar y escaso espíritu emprendedor. De hecho, existe una palabra local, "lagom", que significa justamente "conformarse" o "considerar adecuado lo que les toca". "Claro que hay suecos creativos y emprendedores, pero ellos mismos remarcan como un defecto su falta de empuje en general", acota Hilding Ohlsson.
Ignacio Fuentes, un guía local, fue didáctico al explicarlo: "Ellos mezclaron lo mejor del capitalismo con lo mejor del socialismo y les dio resultado mucho tiempo. Pero ahora, lo que los complica, son los vicios que provocó la parte socialista de ese cóctel. La falta de iniciativa, la sensación de que no vale la pena esforzarse porque total tienen todo resuelto se puede ver muy claramente en esta sociedad".
Es más, mientras la diferencia económica entre trabajar y no hacerlo sea para muchos muy pequeña o inexistente (debido a la gran asistencia social que reciben los desempleados) y los costos de las opciones individuales sean en lo sustantivo pagados por otros –los contribuyentes en general– será muy difícil parar la ola de deserción laboral actualmente en marcha.
Esto no es todo. Suecia debe resolver lo antes posible el problema que le genera el desfasaje entre población laboralmente activa y población laboralmente inactiva. La cantidad de gente que deje el mercado de trabajo será superior a la que ingrese en él, generando así en los próximos decenios un déficit anual de unas 20.000 personas, lo que equivale al 0,4 por ciento de la fuerza de trabajo. Según los especialistas, es absolutamente evidente que el fuerte aumento de la población retirada y anciana va a someter a un tremendo estrés a una base tributaria ya hoy insuficiente y vulnerable.
Un tercer dilema es el que se refiere al financiamiento futuro de los servicios del bienestar, dada la imposibilidad de expandir mucho más la base tributaria del Estado sueco (la presión impositiva es de 44%, solo superada en la región por Dinamarca, con 46%). Es por ello que una sociedad como la sueca puede paulatinamente convertirse en un país subdesarrollado en términos de servicios del bienestar si se empecina en limitar su financiamiento a lo que los impuestos puedan pagar.
Otro desafío para este país, cuyo PBI está compuesto en un 65,4% por servicios, 33% por industria y solo 1,6% por agricultura, es la inmigración. Más allá de las implicancias sociológicas que esto tiene, en la parte económica ya se analiza apelar a un sistema especial que excluya a los inmigrantes del acceso rápido a los beneficios sociales o bien efectuar un cambio total del sistema asistencial, pasando a exigir contraprestaciones por la ayuda social.
Más allá de estos ajustes pendientes, basta una visita a Estocolmo, la capital sueca, para experimentar de primera mano lo que es vivir en uno de los países con la mejor calidad de vida del mundo: un transporte público eficiente e impecable, calles limpias y ordenadas, barrios con las llamadas casas ecológicas que generan su propia energía y, además, optimizan y regulan el gasto energético, y la posibilidad de tomar el agua más pura en cualquier grifo público (en los supermercados casi no hay venta de agua por esta razón).
Y no solo es lo que se puede ver y palpar, sino también lo que cuentan quienes viven ahí. Fuentes relata que todo niño nacido en Suecia recibe una suma de dinero del Estado (ayuda que se mantendrá hasta que tenga la mayoría de edad); toda pareja que tenga un hijo podrá contar con una amplia licencia, pagada por el Estado y no por la empresa empleadora (los primeros tres meses, la madre; los segundos tres meses, el padre, y los siguientes seis meses pueden intercalarse entre padre y madre).
Pero quizás una de las cosas que más impresionan por estos días a los visitantes de este país, 10° en el ranking regional de libertad económica (su vecino Dinamarca está 6°), es que se puede pasar por Suecia sin tocar un solo billete o moneda, debido a que está embarcado en una cruzada contra el dinero físico (hoy, solo 1% de todas las transacciones se pagan con éI). No hay mínimo exigido ni nada por el estilo: es posible pagar desde un chicle hasta un café con tarjeta.
Los jóvenes suecos han ido un paso más allá y se han desentendido también de las tarjetas de débito y crédito: pagan todo con el celular, mediante una aplicación que se llama Swish. Justamente "swish" en inglés significa silbido, un silbido que está alertando a los suecos de que su adorado Estado de bienestar necesita algunos ajustes para que su economía no siga perdiendo fortaleza.
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