Una falsa disyuntiva
La visión evolucionista sobre una comunidad económica internacional tendiendo idílicamente hacia el libre comercio es incompatible con las características actuales de la economía global, caracterizada por las más variadas prácticas predatorias, discriminatorias y restrictivas para conquistar y preservar mercados.
El ordenamiento multilateral intentó en vano encarrilar los conflictos deslindando lo permitido de lo prohibido. La parálisis de la Ronda Doha de la OMC da cuenta de ello.
A mi entender sería un grueso error simplificar el problema imputando una supuesta falta de voluntarismo político, en lugar de advertir que, sumida en su vorágine, la economía global va produciendo cambios que por la multiplicidad de conflictos que desatan no pueden ser digeridos normativamente dentro del propio ámbito multilateral.
Atendiendo al impacto de tales conflictos, basta observar cómo las innovaciones tecnológicas aceleran los tiempos de amortización hasta generar crisis sociales en cadena. Son los "efectos indeseables" de la globalización, de los que deben hacerse cargo los Estados nacionales donde residen las poblaciones desplazadas y se asientan las tecnologías depreciadas. ¿Qué significa "hacerse cargo"? Recurrir al endeudamiento público bajo variadas modalidades y con el fin de garantizar niveles de supervivencia.
Ahora bien, si los mecanismos de encarrilamiento del sistema multilateral cayeron en descrédito, ¿no se estaría ampliando de hecho el grado de discrecionalidad de los Estados nacionales para supeditar los nexos comerciales y de inversión a sus necesidades locales?
En este marco y habida cuenta de la frenética puja por conquistar y preservar mercados, los principios y valores del orden multilateral no sólo no han perdido vigencia, sino que, por el contrario, requieren un acatamiento más riguroso que antes. Lo que tiende a sustituirse es la fuente normativa, porque en lugar de imposiciones multilaterales genéricas ahora se trata de concertar con la mayor confiabilidad posible los términos de la interdependencia comercial y económica entre países dispuestos a negociar. Ante el debilitamiento de las disciplinas multilaterales, la competencia compulsiva y la volatilidad desatadas a escala mundial, numerosos Estados tienden a guarecerse concertando reglas que representan una especie de racionalidad "acotada".
Adaptación
En consecuencia son extraídos y adaptados del ordenamiento multilateral los principios y valores aptos para garantizar el cumplimiento de compromisos sobre un amplio espectro de cuestiones. Así se suscriben los mal denominados "tratados de libre comercio", que constituyen en realidad minuciosos códigos con regulaciones y previsiones de cooperación y negociación permanente y que están dirigidos no tanto a "liberalizar" el comercio sino más bien a "administrar" con fuerza ejecutiva todos los temas involucrados en las relaciones económicas y comerciales entre los países signatarios.
Paralelamente, subsisten las clásicas organizaciones de integración económica constituidas inicialmente con el objeto de concertar uniones aduaneras, es decir, políticas comerciales externas comunes.
Pero al calor de la economía global, resulta cada vez más difícil que un Estado cargue con los costos de la reducción de asimetrías de los demás. Sólo emparejando el campo de juego mediante armonizaciones macroeconómicas puede evitarse que la política comercial externa común se constituya en un factor de agudización de las disparidades preexistentes al interior del esquema.
Pero armonizar hoy es mucho pedir, porque los Estados miembros en una unión aduanera deben lidiar con las disparidades exacerbadas por su exposición a la economía global. Más aún, pueden extraerse interesantes conclusiones viendo las maniobras desplegadas en las organizaciones de integración económica en América latina cuyos objetivos fundacionales contemplaban la conformación de uniones aduaneras.
Es fácil detectar la intención de dirimir precisamente allí la distribución de los costos que deben asumir las economías involucradas, a fin de preservar su inserción individual en la economía global. Y más allá del cuidado por mantener las simbologías comunitarias, sólo van quedando en pie las carcasas institucionales y profusas agendas de cooperación desvinculadas de las obligaciones de integración económica.
El autor es miembro del Instituto de Integración Latinoamericana de la Universidad de La Plata.
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