Qué se puede hacer con el tipo de cambio para aliviar las trabas al comercio exterior
Tanto los exportadores como los importadores padecen el efecto de la falta de reservas en el Banco Central; salir del brete es difícil, pero no imposible
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Pareciera que el comercio exterior en la Argentina se reduce a la mera disponibilidad de divisas, olvidando que el desafío de abastecer a exigentes clientes en el resto del mundo es lo que incentiva el crecimiento. Sin transacciones e intercambio no hay posibilidad de diversificar producción ni consumo, no hay posibilidad de lograr economías de escala para reducir costos, no hay justificación para el esfuerzo que implica producir y no hay posibilidad de que más gente participe del proceso productivo. Si esas transacciones son con un mundo que tiene casi 200 veces nuestra cantidad de habitantes, habrá muchas más oportunidades.
Dando por obvio el argumento de los beneficios del comercio, me concentraré solamente en la posibilidad de aumentar el ingreso de divisas. La “restricción externa” la sufre sólo la Argentina por la sencilla razón de que castiga sus exportaciones.
El gobierno argentino dice tener un régimen de tipo de cambio fijo, al cual el gobierno debiera estar dispuesto a comprar y vender. Sin embargo, hay varias anomalías: exige ser la única contraparte de los exportadores, a quienes obliga a entregar sus divisas. Es el único vendedor a los importadores, simplemente porque es muchísimo más barato para ellos, que podrían obtener los dólares por otros medios. Adicionalmente, la obligación a los exportadores es muy estricta no sólo en precios sino en tiempos, ya que se deben liquidar las divisas tal vez sin dar tiempo a que el comprador haya pagado. Eso exige que los exportadores tengan gran capacidad financiera… o que hubiera créditos para financiarlos. Al precio establecido se le deducen los derechos de exportación, mal llamadas retenciones ya que no son a cuenta de otros impuestos. Así, tenemos una situación donde el exportador recibe pocos pesos y tiene serias dificultades para exportar. A ello hay que sumar cupos y otras restricciones a las cantidades exportadas.
El Banco Central es el principal actor, dificultando y hasta prohibiendo las transacciones entre particulares. Por ello se genera una “brecha” o diferencia entre los distintos tipos de transacciones que generan la increíble situación de diferentes precios para el mismo dólar.
Tenemos un dilema de hierro: una devaluación que acompañe la inflación, ya sea gradual o no tanto, tiene impacto en los precios domésticos y con la acelerada inflación que tenemos, sería poco prudente. Si no se devalúa es imposible que los exportadores tengan rentabilidad y aumentan los pedidos de los importadores.
Las soluciones que se han propuesto en los últimos meses tienen varios defectos: son complejas y requieren una ingeniería en los cobros e inversiones de difícil implementación, pero fundamentalmente terminan generando un efecto perverso. El efímero “dólar soja” era sólo para algunos productores, por cierto tiempo, y con el agravante de que el dólar de importación terminaba siendo más barato aún. El reclamo de diversos sectores no se hizo esperar.
Una solución imperfecta sería modificar los derechos de exportación. Estoy entre los que creen que no deberían existir, pero mientras eso no ocurra, una reducción no tiene gran impacto sobre precios internos. Otra posibilidad sería un aumento de aranceles a la importación pero tiene consecuencias legales y en precios internos.
La mejor solución sería fomentar las exportaciones aliviando otros impuestos domésticos: una ágil devolución del IVA, exención de algunos impuestos o reducción de tasas y gravámenes tendría un efecto instantáneo con mínimo traslado a precios internos.
Facilitar las transacciones entre particulares sería la solución más eficaz para aliviar la situación. En lugar de perseguir y trabar operaciones privadas, debieran permitirse, lo que quitaría presión sobre las reservas. Así, el BCRA debería pagar un precio de mercado, seguramente más alto que el actual, pero sin los efectos perversos de asfixia a exportadores y “gula” de los importadores.
El Estado argentino es el principal importador y deudor de la economía. Necesita obtener baratos los dólares. Fundamentalmente por eso, y no sólo por impacto en precios internos, intenta mantener un tipo de cambio que atrasa constantemente frente a la inflación. Es una pésima decisión. Si se corrige, genera una espiral inflacionaria. Si no se corrige, es imposible acumular reservas. Si no se reconoce esta situación, la crítica falta de divisas continuará y empobrecerá aún más a la sociedad argentina.
Otro tema que se discute mucho es la posible dolarización de la economía. La pregunta de cómo afectaría al comercio exterior se responderá cuando sepamos cómo afecta la productividad argentina. Por un lado eliminaría los beneficios de la arbitrariedad de fijar el tipo de cambio y por otro las reservas sólo podrían lograrse con recursos fiscales. Ambas son condiciones de muy difícil cumplimiento para nuestro país, pero que al fin y al cabo son las que cumplen prácticamente la totalidad del resto de los países.
Una dolarización implicaría un gran cambio en reglas de juego internas, ya que es mucho más que el cambio de signo monetario. No se podrían tener esquemas fiscales entre las provincias y el estado nacional que impidan la competencia federal. Tampoco se podrían mantener leyes laborales que lleven a un costo total de mano de obra elevado para la empresa y al mismo tiempo un muy bajo salario para el trabajador. La flexibilidad en el empleo para poder dirigirse a sectores con elevado potencial exportador será indispensable. Al mismo tiempo, sería difícil que podamos mantener un elevado costo (o ausencia) de infraestructura que encarezca el comercio exterior.
La difícil situación en que se encuentran las reservas del BCRA nos obliga a actuar. No se debe poner parches con mayor deuda. El problema existe y no se debe postergar lograr un tipo de cambio que fomente las exportaciones. Ninguna solución es óptima, pero cualquiera de ellas es mejor que no hacer nada.
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