¿Qué hay detrás del miedo a negociar que tienen los argentinos?
La nómina de acuerdos económicos internacionales de última generación (usual y equívocamente designados como "de libre comercio") se sigue ampliando y enriqueciendo día a día. Distintos países latinoamericanos participan activamente en esta gimnasia interactiva sumando socios dentro y fuera de la región.
Pero hay una particularidad: los dos países de mayor tamaño del Mercosur observan estos movimientos con aprehensión.
En la Argentina, apenas se insinúa la posibilidad de progresar en instancias de negociación con países de mayor desarrollo relativo, reaparece una intelectualidad pretendidamente progresista que vuelve a agitar el fantasma del ALCA, vinculado a una imaginaria imposición de apertura irrestricta de los mercados locales.
¿Pero qué hay de cierto en ello? El tan meneado proyecto ALCA fue sepultado en noviembre de 2005 antes de haber alcanzado una forma definida.
El abandono del programa hemisférico se debió, más que a la resistencia generada desde el cono Sur, a la imposibilidad de articular distintas sensibilidades nacionales a través de la compaginación de reservas de mercado que a su vez debían reconocerse como males necesarios.
Sueños en el olvido
En otros términos, llegó un momento en el cual, aun para Estados Unidos quedó en evidencia la imposibilidad de concretar el ensueño "neoliberal" de subsumir bajo una zona de libre comercio a numerosos países portadores de tantas y tan agudas disparidades e insuficiencias estructurales.
De manera que ya entonces había quedado en evidencia el papel insustituible de los Estados nacionales: filtrar y reducir los efectos indeseables que la economía global arroja sobre sus propias poblaciones.
Así, los mentados acuerdos de última generación que saturan el mapa de las negociaciones económicas internacionales, más allá de la retórica invocación al libre comercio tienen hoy día una función diferente: convenir los márgenes de acción para participar en las cadenas globales de valor garantizando la supervivencia de poblaciones amenazadas por el ritmo vertiginoso de esa misma dinámica.
Basta una lectura cuidadosa de dichos acuerdos para detectar las extensas y minuciosas nóminas de "medidas disconformes" y otras reservas de mercado bajo figuras tales como las reglas específicas de origen; requisitos e incentivos de desempeño tolerados o prohibidos para una amplia gama de actividades en el mercado interno; además del acotamiento pactado para las concesiones estrictamente comerciales.
Semejantes previsiones no entorpecen la inclusión en aquellas cadenas globales de valor sino que, por el contrario, aseguran los términos de la inserción.
De modo que contra los prejuicios instalados en el Mercosur, los referidos acuerdos emergen como una posibilidad articuladora frente a las contiendas desatadas por la conquista y preservación de mercados en esta fase de la economía global, y ante la notoria insuficiencia de las disciplinas multilaterales para fijar con precisión y certeza las esferas de lo permitido y lo prohibido.
Problemas políticos
En este sentido, las reglas acordadas y las previsiones para la convocatoria y funcionamiento de órganos especializados van instalando una modalidad de acción que, al multiplicarse a través de la proliferación de acuerdos, conforma una red de compromisos transparentes.
Estas estructuras obstaculizan las maniobras de viejos y nuevos países colonizadores y sus empresas, particularmente voraces a la hora de requerir el abastecimiento de productos derivados de recursos naturales no renovables.
Por lo tanto, contra los postulados tradicionales del supuesto progresismo latinoamericano, cabe advertir que una disposición para negociar puede implicar mayor fortaleza que una actitud de reticencia o rechazo sistemático.
Admitida la necesidad de negociar, aparece otro problema no menos significativo: es indispensable desarrollar la capacidad política para reconocer, jerarquizar y luego sostener de manera consistente, en el curso de cada tratativa, determinados órdenes de prioridades nacionales que puedan reflejarse sobre la materia negociada.
¿No será esta dificultad para afrontar el desafío político la que reaviva en los argentinos la resistencia a negociar?
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