Paladear las frutas de la globalización
El presente del gigante sudamericano muestra un amargo balance de los números y la paulatina erosión de su industrialización; un futuro complejo
En una reciente entrevista publicada por Diario Valor Económico, Murilo Ferreira, CEO de la multinacional brasileña Vale, señaló que Brasil se benefició en los últimos años de las "frutas dulces de la globalización" pero ahora debe afrontar un período signado por las "frutas amargas". Con esta metáfora, Ferreira intentó ponderar, como lo hacen muchos analistas, los fuertes constreñimientos que el actual contexto internacional tiene sobre la actual fase de desarrollo del gigante sudamericano.
No caben dudas de que el proceso de globalización imperante desde el último cuarto del siglo potenció los impactos que tienen los acontecimientos externos para el desarrollo económico de cada nación. Si bien la existencia de hiatos de permisibilidad/restricción internacional sobre los Estados no es una novedad propia del fenómeno de mundialización, este proceso acentuó la influencia de lo que los internacionalistas conocemos como las "variables sistémicas".
Una de las principales característica que tienen los inputs externo -máxime si estamos hablando de naciones periféricas- es que los mismos son ajenos a la voluntad y decisión de los hacedores de políticas. En otras palabras, el precio de las materias primas, la tasa de interés de la FED, la liquidez internacional, el crecimiento o contracción económica de otro Estado, las decisiones de las multinacionales o la formación de burbujas financieras en las principales plazas bursátiles escapan del control de cualquier Presidente o ministro de Economía.
Sin embargo, la imposibilidad de gestionar la globalización no debe llevar a la conclusión de que los gobiernos nacionales sólo deban echar a su suerte con qué coyuntura internacional les tocará gobernar. Si bien es cierto que hay momentos específicos donde la globalización ofrece múltiples oportunidades (frutas dulces) y otros donde lo que priman son las amenazas (frutas amargas), las políticas nacionales deben administrar sus efectos considerando que las mieles temporales que puede ofrecer la globalización no son eternas y que muchas veces existen "efectos colaterales" que deben ser atendidos.
El importante crecimiento/desarrollo que tuvo la economía brasileña en la primera década del siglo XXI se sustentó en el ingreso de divisas provenientes del sector primario dado los altos precios internacionales de ciertas commodities (principalmente soja y mineral de hierro) y de los dólares financieros que aprovecharon -en un mundo de tasas negativas- el esquema macroeconómico brasileño amparado en un tipo de cambio revaluado y en altas tasas de interés.
No obstante, tanto la mejora en los términos del intercambio como las preferencias de los inversionistas hacia plazas emergentes comenzaron a revertirse hace unos años, fenómeno que se acentuó en nuestros días. Esta tendencia parece profundizarse en el corto plazo dado la retracción relativa de la demanda China y la inminente suba de la tasas de interés por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Sin embargo, los dos factores externos que motorizaron el crecimiento brasileño del siglo XXI provocaron un paulatino erosionamiento de una de las principales fortalezas de Brasil a nivel regional: su condición de economía industrial. Los altos precios internacionales de las materias primas y el arribo de dólares financieros presionaron aún más la revaluación del tipo de cambio, aspecto que elevó artificialmente los salarios y los rendimientos de toda la economía. Como resultado del mantenimiento en el tiempo de dicha política las principales ramas industriales vieron afectadas su competitividad dando como resultado una caída de la industria en su participación en el PBI y una reprimarización de su comercio externo.
Dicho de otra manera, el principal ingreso de dólares comerciales dejó de provenir de la venta de bienes con valor agregado para centrarse en la venta de productos primarios.
Así, una vez esfumado el contexto externo favorable, la clase política brasileña comenzó a percibir con nitidez los efectos negativos que trajo el interregno de "frutas dulces" para el desarrollo de Brasil. Luego de años de aplicar una política macroeconómica disfuncional al entramado industrial, hoy dicho sector es incapaz de competir en la globalización comercial y generar los dólares genuinos para continuar un proceso expansivo en un contexto global adverso.
En definitiva, el presente escenario económico internacional se presente muy adverso para muchas de las naciones periféricas. El famoso viento de cola hoy parece ser el recuerdo de un pasado reciente. No obstante, y continuando con la metáfora de las frutas utilizadas por el empresario brasileño, para Brasil queda de manifiesto que aquellas frutas dulces que la globalización le ofreció a comienzos del siglo XXI contenían en lo más profundo una fuerte acidez que provocó un fenómeno que se hace cada vez más palpable y parece complejo lograr revertir: una desindustrialización relativa de su economía.
El autor es doctor en Relaciones Internacionales (UNR/Conicet)
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